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Jesús Lazcano D’ León – Poemas

Fuego (Dime, Rocinante)

Solemne tempestad ardua de frío,

dime ahora si este cielo te pertenece,

si este fuego es el que querías,

si acaso contiene otras tantas tempestades.

Rocinante, alma sajona de tantos pasados,

dime si acaso revoloteas soledades,

si recoges llameradas de otros pasos,

si el aire que mueve tu pelo es el adecuado.

Alma roja y tonta de pasiones agotadas,

dime si acaso estos son los atardeceres frívolos,

si es la luna el alimento,

si de tormentos sonoros perduras.

De un fuego gris que profesaba el poeta,

viene Rocinante apretando el paso,

superando ayeres malgastados,

requiriendo mares en constancia.

De una de estas tantas fantasías reales

o de estas realidades fantásticas,

viene el niño subsistiendo sus delirios,

avisa ya del sufrimiento infinito.

Dime, dios, si acaso recolectas estrellas,

si muerdes mareas,

si desmayas vientos,

dime si eres tan bueno como en tus páginas profesas.

El fuego, el mismo fuego una y otra vez,

el fuego de los mayores fuegos,

el fuego que incinera fuegos,

el fuego de un dios fuego.

Piromaníaco de hojas secas por el tiempo,

creas destellos en las mismas,

dime si acaso te diviertes,

si te gusta ver arder el mundo.

No es el fuego de la cintura de algún amante,

es el fuego de un fantasma maldito,

un fantasma de carne y hueso,

dime si acaso también te quemas.

Adornas umbrales de perlas,

con tu calor intenso de fieras,

dime si acaso son las mismas de antes,

si fulminas con sonrisas el desierto.

Quizás para el mundo no baste un verso

y sin embargo en uno entra el mundo,

dime si acaso es el tuyo

o si la tinta es de otro o algunos.

Quien abarca luces en estas oscuridades,

también abarca sueños que deben cumplirse,

no dejarlos morir en las mismas luces,

dime si acaso iluminas vacíos.

Espíritu insípido de piedades,

dime si arrojas falsedades de la mente,

si seguirás montado en el caballo/lumbre,

si relampagueas senderos firmes.

Si por si acaso este poema es imposible,

cabe recordar que Rocinante vuelve azotando aires,

para ver si alguien olvida de viejos aires,

dime si acaso olvidas, para olvidar también estos versos.

Al haber terminado aquí o al haber empezado,

si es el del derecho o del revés,

dime, lector, si acaso en Rocinante ya te has montado,

si acaso sigues leyendo este laberinto.

Ahora es la vida

Levanté mi mirada hacia la ventana de los sueños, contemplé el mar desnudo sobre las rocas, adoré el cielo arrebol y tierno, escuché la melodía esperanzada del viento, entonces también recordé los exhaustivos delirios de algún dios gruñón que me ha abandonado en este infinito desierto.

Niño apenas, mi madre me dijo que la realidad era hermosa, que, si levantaba mi voz en vuelo hacia un paraíso celeste, el titán diáfano me concedería todos mis deseos. Hoy, que ni con el peso de este poema puedo, se bifurcan los inexpresivos días de esta cruda y amarga realidad.

¡Qué mierda!

¡Qué mierda!

¡Qué mierda!

Como si en la lengua muriesen los incontables siglos que siguen prometiendo esta desventura, como si de pronto ignorase el tiempo mi nombre, como si ahora y de la nada me sepa a dolor esta vida, después de creerle también al tiempo, el misterio bendito que supuesta paz me traería.

Ni mi madre ni algún otro dios, no es el tiempo quien me lastima, son estos días que no mueren con la luna, renacen poema tras poema, yo soy apenas, un triste párrafo que habría muerto en una casa abandonada o en la voz de algún poeta de este mismo tiempo. No es la singularidad de este sufrimiento, no es solo afrontar este horizonte, no se trata de empuñar la espada ni de esperar al regreso de estas causas, es solo el tremendo odio que le tengo a las mentiras y a los engaños. ¡¿Con qué cara se les dice a los niños que las flores se mueren de viejas y no les dicen que las mata el frío?!

¡Qué mierda!

¡Qué mierda!

¡Qué mierda!

Y se supone que también rompa esta desgraciada ventana que me ha atrofiado la supuesta vida. Ahí van los cristales, felices por ese mar, ese cielo, ese viento, y cómo no enfurecerme, si yo me quedo detrás de estas cuatro paredes ya mil veces habitadas, escupiéndome en la cara, gritándome al oído:

¡Qué mierda!

¡Qué mierda!

¡Qué mierda!

Han pasado varios años desde que vivo sin ventana, sin dios, sin madre, y ahora ya no sé si quiero dejar de vivir esta vida, no sé si es peor vivirla o no, pero sí sé que estas cuatro paredes ya no son cuatro, ya son miles. He barrido los pocos cristales que se quedaron en el cuarto, para que no se me claven en los pies, aunque no sería la primera vez que sangro por un sueño roto, total, ya me he acostumbrado a caminar desangrado hasta caer.

¡Qué mierda!

¡Que mierda!

¡Qué mierda!

Dichosamente, ahora la vida la contemplo como a una diosa madre, en sus ojos las ventanas que no son sueños, sino recuerdos, para mirarlos es esta vasta habitación, día tras día, con alegría y fervor, pues se trata de un sencillo muchacho que quiso explorar sus alrededores, sin darse cuenta lo que ya tenía dentro. Y nuevamente, no sé si es peor vivir la vida o que su compañero (irónicamente) tenga que ser yo.

¡Qué vida!

¡Qué vida!

¡Qué vida!

Hecatombe

Pasaba calles como si fueran dédalos,

Por si detrás mío hubiese una bestia.

Exploraba cavernas como si fueran mi casa,

Para recordar el frío que de niño hacía en ella.

Sorteaba besos a mi noviecita,

Por si algún día me faltaban los suyos.

Cantaba canciones de mi madre y de mi padre,

Para recordarlos el día que me vaya.

Coleccionaba botellas vacías como si fueran trofeos,

Acaso anunciando que soy el campeón de la noche.

Apilaba colillas de cigarrillos,

Para saber cuántos días vivía.

Salía a tomar café todos los jueves,

Para saber si estaba solo al siguiente día.

Gritaba en la torrencial lluvia,

Para escuchar la respuesta de los truenos.

Quemaba los muebles de mi madre,

Por si adentro encontrase agua.

Merodeaba bares y cantinas,

Por si veía mi propia espalda en la mesa del fondo.

Miraba atento al invasor de mi espejo,

Por si me guiñaba cuando yo cerrase los ojos.

Prometía ante la cruz que sería un buen hombre,

Para nunca escribir esta horrible hecatombe.

Dormía abrazado de mis almohadas,

Para esperar amanecer contigo.

Escribía poemas como si fuesen cartas de despedida,

Por si más tarde encuentran mi cuerpo tendido.

Jesús Lazcano D’ León (La Paz – Bolivia, 02 de mayo del 2004), loco de tiempo completo, feminista, marica, disidente, escritor, poeta y microficcionista. Autor de “Revoluciones Orgásmicas”, con la editorial Lengua de Urucú y “Atlanmonium”, con la editorial La Glorieta. Ha sido publicado en revistas y suplementos literarios nacionales e internacionales.

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