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Emociones a cultivar

“Ojalá, en este tiempo de Semana Santa, aprendamos a sentir con el lenguaje purificador del verso, y a concebirnos más espíritu versátil que espina de pedestal”.

Cada cual tiene las vivencias de sus vibraciones. En estos días hay una atmósfera espiritual, rebosante de emociones contemplativas sobre la cruz de Cristo, distintivo de esperanza para todos los que acogen con fe esta mística en su vida, pero también para aquellos que la rechazan; puesto que la vida ahí está, entre nosotros, y no podemos repeler la sensación entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte. Desde luego, son estas realidades sobrenaturales, las que nos hacen repensar sobre nuestros andares; máxime en un momento como el actual, que se vive una vida inusual, para evitar el contagio del COVID-19.

Frente a ese mundo generoso que se expone al peligro para curar esta pandemia o para garantizar los servicios esenciales a la sociedad, está ese otro orbe que vive en soledad, con su propio calvario, recluido en su pensamiento, muchos de ellos desconsolados, con apuros económicos, inquietos por el trabajo y el futuro. Sin duda, es un momento complejo para todos; pero hermanados, por muy aislados que estemos, nos sentiremos mejor. Con la creatividad del auténtico amor, todo se hace más llevadero e ilusionante, abriéndose nuevas ventanas a la unidad de la familia humana. Será clemente concederle, a esta mística energía que nos fraterniza, el entusiasmo de niño con  la práctica de la vacilación; y,  a las entretelas, el abecedario de la tolerancia para avanzar.

Es público y notorio, que lo importante es la fortaleza de nuestro interior, con firmes convicciones y seguro anhelo, manteniendo relaciones respetuosas entre sí. Ciertamente, por muy variadas que sean las situaciones, todos nos merecemos una escucha atenta y una mano tendida en cualquier momento existencial. Precisamente, los creyentes saben que Jesús sube a la cruz para acompañar nuestro dolor. Son muchas nuestras flaquezas, pero siempre surge esa vía emocional que nos restaura para cambiar el rumbo y hacer las paces. Por desgracia, hemos invertido demasiado tiempo en contiendas inútiles, en sembrar odio por doquier y es el momento de actuar desde el sentimiento y con coraje.

Quizás, para empezar, tengamos que convencernos de que nadie puede valerse por sí mismo, hasta el mismo planeta requiere de la voluntad de todos, pues cuidar a la naturaleza, que conforma ese hogar común, es también cuidar a las personas. Nos conviene, por tanto, salir cuanto antes de esta cultura hipócrita. No es humano proseguir lavándose las manos ante las injusticias y no acoger a los rechazados. Somos seres necios y olvidadizos. Sabemos que cada contienda entre semejantes, es una efectiva destrucción de nuestro espíritu racional. Rectifiquemos entonces. No cortemos las alas del deseo y del afecto más níveo. Ya está bien de dejarnos dominar por los dominadores.

Será bueno que, al fin, nos descubriéramos queridos. Seguramente tendríamos otros caminos con menos vicios. Tampoco nos oiríamos tan vacíos. Sin duda, caminamos demasiado desmembrados. Urgen otras rebeldías más éticas. Hay muchos abandonos y pocas hospitalidades entre análogos. La deshumanización es otro de los tormentos. La falta de ternura nos impide vivir en armonía y con iguales posibilidades. Sacudamos estos espíritus malignos con la constante renovación de nuestros pasos. Ojalá, en este tiempo de Semana Santa, aprendamos a sentir con el lenguaje purificador del verso, y a concebirnos más espíritu versátil que espina de pedestal; inspirándonos en esta revelación luminosa del marchar gozoso, con el punto culminante de la revelación de la entrega de Dios hacia toda criatura viviente.

Sólo el buen hacer del corazón nos muestra la auténtica orientación. Hemos de reencontrarnos, pues, con esa dimensión más profunda del alma. Seguramente, así, comprenderemos la poética de nuestros fondos interiores, muy distantes de nuestras formas exteriores. En consecuencia, dejemos que nuestra conciencia nos interrogue y también nos responda a como corresponde, con la quietud de observarse amado, formando parte de ese poema interminable que requiere de los latidos conjuntos de toda esencia. Al fin y al cabo, son estas pequeñas emociones reparadoras las que nos engrandecen por dentro, traduciéndose en obras concretas.  

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