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El tiempo y uno

Sólo una digresión

Andrés Canedo

El tiempo… tan ineludiblemente inmanejable. Lo sentimos irse como arena, como agua entre los dedos, como viento que en vano intentamos atrapar. Con voluntad, con creatividad, con pasión, hay muchos imposibles, hasta el olvido y la memoria, que, de cierta manera, podemos manejar. Algún amor perdido que se rehace en letras o en nostalgia, bajo la levedad falaz de la suplantación. Y así, con el engaño del sueño, pretendemos reconstruir a la mujer que se fue y nos dejó una cama dolorosamente ancha. El sueño no logrado, del cual, a fuerza de remar, podemos hacer realidad fragmentos que mentirosamente nos consuelan. La vejez implacable, que nuestra mente y nuestra actividad, van aplazando o disfrazando; aquí estoy, aquí sigo, aquí continúo intentando ser.   Algunas aspiraciones materiales, cuyo reemplazo con bienes menores finalmente aceptamos, como el autito armado en madera de desecho que reemplaza al electrónico en las manos generosas de un niño pobre. La ilusión extemporánea por alguna mujer, que retazos de piedad ajena (y propia), pueden cubrir con la tenue sábana de pretendidas justificaciones, a pesar de la imaginación tratando, inútilmente, de reemplazar a la vida misma. Tal vez, para intentar la derrota fugaz del tiempo, intentamos la poesía que pivota por momentos los soportes de nuestra alma. Pero, sólo quedan ecos tibios, vientos perezosos, flores de plástico y un leve agotamiento que no sabemos hasta cuándo podremos soportar.

Claro que siempre surgen, desde la conciencia sujetada, los picos agudos de esas simulaciones que desgarran el manto de las piadosas mentiras con las que nos cubrimos. Y negándonos el escepticismo, podemos continuar. Pero el tiempo, que se desgrana en cada diezmillonésimo de segundo, aparece reiteradamente para hacernos saber de su realidad inevitable, de su presencia feroz, de su acritud indisimulable. Y así, habitantes del tiempo, nos vamos yendo por su curso tormentoso, con la sola esperanza de que algo de nosotros permanezca y nos haga soñar, una vez más, que no vivimos en vano, que no todo fue inútil, que es posible una redención. Látigo y miel, espina y rosa, odio y beso, transitamos por el tiempo que es indiferente a nuestras pequeñas artimañas que son como la lluvia que nos renueva transitoriamente, pero que sabemos que pronto se acabará. Y el ser humano que soy, que somos, si fuéramos dioses, sería objeto de misericordia. Sin embargo, no lo somos. Y en este andar inmisericorde del tiempo, sólo nos acompaña la soledad, como a un cometa, como a un sol, que recorren, junto a millones como ellos, indiferentes y aislados, la infinitud fría y oscura del universo.

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