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El servicio exterior y su añoranza por Choquehuanca

El manejo de la política exterior no es un juego de párvulos. Tampoco debe estar librado a profanos. Es como encomendar a un plomero realizar una delicada operación de apendicitis. Para realizar la operación, el médico estudió años, hizo prácticas, adquirió experiencia y, por tanto, está calificado para realizar una delicada operación quirúrgica.  Así el paciente se somete confiado. No lo haría si supiera que su cirugía la hace alguien que no es médico.

El manejo de la política exterior es tan delicado como una intervención médica. En esta última, el riesgo es de sólo un paciente. En cambio, en el manejo de la política exterior, el peligro es para todo un país. Por eso en los hospitales trabajan médicos y en los servicios exteriores se desempeñan diplomáticos. Ambos, se supone, tienen, además de vocación, formación, entrenamiento y criterio.

Esta reflexión viene a propósito de una supuesta “masacre blanca” que se ha denunciado en el Ministerio de Relaciones. Alertan que han sido retirados alrededor de 200 funcionarios. Dicen que el vetusto edificio que alberga la Cancillería se asemeja a un abandonado museo en el que deambulan almas en pena, con excepción del Ministro, tres viceministros y algunos allegados a la nueva administración. El resto fue “desvinculado” aceleradamente.

Se puede entender, y hasta es lógico, que el personal superior y el de confianza deba ser reemplazado. Mas aún, también resulta aceptable que el personal no de carrera (servidores públicos de libre nombramiento) que haya sido designado por la anterior administración sea desvinculado. En países como el nuestro se acostumbra que los cargos en la administración pública sean utilizados como una especie de recompensa para allegados políticos.

Lo que es incomprensible es que más de un centenar de profesionales, entre diplomáticos, internacionalistas, expertos en derecho, economía y comercio internacional, que han tenido que cumplir con una serie de requisitos, comenzando por tener una profesión, luego pasar por la Academia Diplomática, haber adquirido experiencia en varios años de desempeño de funciones no sólo con el gobierno de transición, sino, inclusive, en los 14 años del anterior gobierno, súbitamente se encuentren en la calle, sin ninguna explicación.

Uno de los cancilleres que ha dirigido por más tiempo nuestra política exterior fue David Choquehuanca, tan masista, tal vez más que el actual, pero nunca osó tomar una medida tan drástica como irracional de erradicar, de un plumazo, el más importante instrumento de política exterior, como es el servicio exterior. Aciertos, como la agenda de los trece puntos con Chile o la resolución de la ONU que declara al agua como un derecho humano, fueron realizados por Choquehuanca, apoyado por funcionarios de carrera que, ahora, fueron súbitamente despedidos.

Choquehuanca respetó la Ley 1444, modificada con la Ley 465, que reconoce el escalafón diplomático que está vigente desde el año 2004. Incorporó nuevos cuadros para complementar algunas falencias. Todos ellos ahora han sido retirados. Un servicio exterior no se construye de la noche a la mañana. Toma años y le cuesta al país recursos, esfuerzos experiencia constante y lecciones aprendidas. En política exterior no se improvisa, se planifica; no se piensa con el hígado, se piensa con la cabeza; no hay personas con ciencia infusa, hay funcionarios de carrera que conocen todos los recovecos del arte de la negociación; no se deja al país en situación de indefensión, se lo protege.

Es que en política exterior se manejan los intereses del país en la diaria confrontación con los intereses de otros Estados. Esa confrontación, abierta o encubierta, requiere de formación y años de experiencia para poder desempeñarse idóneamente en la defensa del país.  Prescindir de casi todos los miembros de un aparato es rayano en lo demencial, desde un punto de vista de los intereses del país. Cuesta entender la racionalidad tras de esta medida. Quiero pensar que sea una movida estratégica –aunque errática y errónea– para recontratar a los mejores cuadros, tan prontamente como se los sacó.

En los últimos 30, el Estado, independientemente de gobiernos, ha hecho esfuerzos para consolidar una carrera diplomática institucionalizada, como lo tienen todos nuestros países limítrofes. Costó mucho, pero los funcionarios a la carrera tuvieron que dar paso a los de carrera, imponiéndose la necesaria meritocracia. Todo ello fue en beneficio del país. Sería muy perjudicial para nuestros intereses que todo ese prolongado acierto se lo haya derribado. Nelson Mandela decía que derribar y destruir es muy fácil y añadía que los verdaderos héroes son los que construyen.

Fernando Salazar Paredes es abogado internacionalista.

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