Con la fallida invasión rusa a Ucrania, estamos ya viviendo la resolución pendiente de la Segunda Guerra Mundial. La victoria aliada sobre el fascismo autocrático nazi, que quedó incompleta por la pervivencia de una forma más nociva de autocracia: la comunista, propiciada y practicada desde la ex Unión Soviética.
Vladimir Putin, por su parte, aterrado por la proximidad de su muerte o por contagiarse de Covid-19, aislado del mundo, a 11 metros de distancia de sus interlocutores, ha decidido apurar su paso a la historia (de la ignominia) y convertirse en el Zar restaurador del imperio ruso, a costa de una de las invasiones más criminales y cruentas. Pero para su propia condena, no sólo está provocando la destrucción del ejército ruso y su derrota frente a la Alianza del Pacífico Norte, sino finalmente la capitulación del “comunismo” y, principalmente, el de la autocracia frente a la democracia en el mundo.
Este salto histórico, que en efecto ya se da mediante una suerte de Tercera Guerra Mundial no convencional, se definirá no sólo con la derrota del anacrónico ejército ruso, sino con la victoria de la supremacía económica y tecnológica de Occidente y enterrará a la “madre del cordero” de la más retrógrada ideología política y económica hecha religión laica: el socialismo comunista. De lo que sus seguidores plurinacionales, en marcha a contramano, no se han enterado aún.
En efecto, mientras el mundo está dando un gigante salto hacia el futuro, los tiranuelos latinoamericanos como Andrés Manuel López Obrador, Daniel Ortega, Nicolás Maduro o Evo Morales/Luis Arce apuestan en contra de la historia y pretenden “sabotear” la próxima Cumbre de las Américas, a realizarse en junio en Los Ángeles, a la que NO pertenecen; presidida nada menos que por Joseph Biden, el hombre que se dará el lujo de enterrar a la Rusia de Putin, como lo hizo antes Franklin D. Roosevelt o Ronald Reagan al terminar con los respectivos “imperios del mal” de su época: la Alemania nazi, (1946) y la Unión Soviética (1989).
Invitar o permitir que estos pigmeos políticos –en muchos casos verdaderos tiranos y criminales políticos– asistan a una cumbre sobre la democracia sería un gran despropósito y ofensa para aquellos países y gobernantes que sí respetan y cumplen las condiciones explícitas en la Carta Democrática Interamericana.
EEUU mismo se encuentra en plena recuperación del peor embate antidemocrático de su historia: el intento de golpe de Estado conducido por su expresidente Donald Trump. Sería impensable que el presidente Biden “lo invite” o siquiera permita su presencia en Los Ángeles.
En julio de 1993 me tocó acompañar como canciller al presidente Jaime Paz Zamora a la III Cumbre Presidencial Iberoamericana en Salvador, Bahía, Brasil. A esa cita asistió Fidel Castro; ahí fue cuando yo lo conocí personalmente. Dado que el presidente Paz Zamora tuvo que adelantar su retorno a Bolivia, me cupo el honor de sentarme con los presidentes representando a nuestro país. A esa cumbre asistió también Violeta Chamorro, presidenta de Nicaragua en ese entonces, quien había derrotado electoralmente al sandinista Daniel Ortega. Doña Violeta, alta y distinguida, fue la única dignataria que ostensiblemente desaprobaba la presencia de Castro y así lo demostraba; mientras que la mayoría de los otros presidentes trataban a Castro con deferencia y como a un igual. Vista la historia ¿de que sirvió esa tolerancia del resto con el dictador caribeño? Veamos dónde está hoy Nicaragua. Con una dictadura vulgar más agraviante que la de Somoza. ¿De que sirvió esa “inclusión” del transgresor cubano por más de medio siglo? ¡De nada! De nada bueno para la democracia y libertad de Cuba, y tampoco para las del continente nuestro.
A la cumbre de Los Ángeles, entonces, solo debieran asistir aquellos gobernantes de probada vocación y praxis democrática. La cantidad no hace a la calidad. Y los otros, los tiranuelos, que se queden allí donde pertenecen: en la sombra de la historia; de émulos del dictador ruso, en las postrimerías de su histórica debacle y la de la autocracia que él promueve.
Ronald MacLean Abaroa fue Canciller de la República