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El punto final de un columnista

No, no me refiero a este que estás leyendo ahora, quien, si Dios le sigue dando la gracia de vivir y escribir, todavía tendrá que ser soportado durante varios años más. Me refiero a Vargas Llosa, vieja gloria de las letras, quien hace unos días anunció que la del pasado domingo 17 de este diciembre sería su última columna de opinión, luego de miles de artículos publicados ininterrumpidamente en El País de España (y otros medios más) durante treinta y tres años. El anuncio de su retiro se produjo tan solo unas semanas después de que, en la última página de su última novela (Le dedico mi silencio, Alfaguara), anunciara su despido definitivo del mundo de la ficción. Un doble despido que ya nos deja sentir el vacío que se hará.

Escribir una columna de opinión es un acto de responsabilidad con el desenvolvimiento de los hechos políticos, sociales, económicos y culturales de una sociedad. El libro Contra viento y marea, de aquel mismo autor y que reúne parte de sus artículos, lleva por subtítulo: Testimonio de la vigilante actitud moral del escritor ante la historia. Y escribir columnas es (o debería ser) eso mismo: vigilar crítica y moralmente. En tanto el columnista no esté comprometido con algún interés corporativo o partidista, y aunque su escrito sea su opinión particular, nunca deja de ejercer el magisterio periodístico: informar críticamente para ir tras la Verdad. Y es justamente esto lo que se hace en, por ejemplo, los artículos reunidos en el libro La civilización del espectáculo (2012), que interpelan los lugares comunes de una época influida por los particularismos nacionalistas y el esnobismo político, artículos que a mí particularmente me resultan mucho más interesantes que los que tienen que ver con los trillados asuntos de todos los días, los cuales ya son comentados por centenas de columnistas: las guerras de Israel contra Palestina y de Rusia contra Ucrania, los socialismos y los liberalismos o los dichos y hechos de este o aquel político de moda.

Recuerdo que para leerlos los pirateaba de páginas de dudosa procedencia que solían (quizá lo siguen haciendo) publicarlos unos días después de El País, pero luego ya tuve el decoro de pagarme una módica suscripción al diario español para continuar con mis lecturas semanales. No todos me gustaban; algunos, los que tenían que ver con cultura, escritores y libros, se me hacían más entretenidos e incluso brillantes; otros, en cambio, los que giraban en torno a la política y el liberalismo clásico que es defendido a rajatabla por el autor de La llamada de la tribu (2018), se me hacían redundantes y hasta cansones. Lo que sí está presente en todos y cada uno de ellos es la pulcritud escritural, la excelencia en la forma, que hacen que leerlos sea no solo placentero, sino, además —y esto no es menor para ciertos lectores—, instructivo. En enero de 2021 el canal oficial de El País en YouTube publicó una entrevista al viejo columnista en la que este rememoró la publicación de su primer artículo en el diario madrileño, en diciembre de 1990, que estaba dedicado a Thatcher. Mi sensación es que el liberalismo clásico, aquel que creo que también es susceptible de ser, como el marxismo, un dogma y con el que el Nobel, luego de su conversión a aquel, parece haber juzgado todas las situaciones políticas latinoamericanas —que poco tienen que ver con las de Inglaterra, Francia o Estados Unidos—, ha sido insuficiente y le ha restado dinamismo y creatividad intelectuales en su columna, la cual me resultaba un poco floja al último.

Durante muchos años esta fue semanal, pero terminó siendo quincenal, tal vez por la fatiga que, aunque sea también placer y goce —lo sabemos los que amamos escribir—, indefectiblemente significa el ejercicio de escribir una buena columna, digna de lectura pública. Es difícil imaginar al Nobel sudamericano sin escribir; pero sí se sabe que su último trabajo, su canto de cisne, será un libro sobre la obra de Sartre, en el cual tal vez ya está trabajando de puño y letra (alguna vez dijo que escribe manuscritamente). De todas maneras y por fortuna, sus miles de artículos publicados en diversos medios y durante varias décadas están ya reunidos en varios volúmenes bibliográficos que cualquier aspirante a articulista puede consultar, para saber cómo estructurar bien, con pulcritud y agilidad, una opinión periodística y, sobre todo, para saber cómo aproximarse a este arte difícil, apasionante y que exige tanta responsabilidad, que es el de opinar públicamente.

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