Maurizio Bagatin
Ayer como hutu y tutsi nos estábamos masacrando, en la llajta al reloj de alondras y del zorzal, en Chuquiago entre taparankus y murciélagos.
Estamos entre El dictador suicida y El presidente colgado, reflujos de la Historia. Incansable pero débil, irrefrenable pero logarítmica. Treinta seis naciones sin rumbo, tribus en el desierto humano, diseñado por la irrazonable razón del poder, de todos los poderes. Las posibles explicaciones se confunden con las justificaciones, ninguna justificación confunde lo real, lo trágico, lo mágico y lo surreal de este país.
D’Orbigny con pesadillas, Tadeo Haenke revolcándose en su tumba y Humboldt prisioneros de una alucinación. Llegaron a esta tierra fanáticos del oro, de las riquezas materiales, no científicos como ellos para estudiar y conocer, difundir y compartir; eran egoístas y fanáticos del vil metal. Pobre tierra.
La llajwa hecha en el batán, una a la derecha y otra a la izquierda, la piedra homogeneiza los frutos de la tierra, extrae del locoto la capsicina, el placer y el dolor, el licopeno del tomate, defensa y color, el infinito amargo de la quilquiña. Una síntesis boliviana.