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El observador del piso de arriba

Márcia Batista Ramos – Brasil.

El encierro es un modo de privación de la libertad en el que un ser permanece, voluntaria u obligadamente, dentro de un recinto cerrado, así, como pasa con nosotros, por culpa de la pandemia, también están en situación de encierro las personas desaparecidas, que ya nadie las ve, ni las instituciones que nos protegen y apoyan, ni el Estado que tiene obligaciones con todos y no cumple con ninguno.

La vida transcurre entre cuatro paredes.

Ya nadie necesita salir para comprar, estudiar o trabajar. Todas las transacciones se hacen por la web. Logré hackear a todos los vecinos del edificio. En cada edificio, condominio o vecindario, existe alguien, como yo, que logra descifrar las claves secretas y se ocupa de observar, porque ya las noticias y lo demás, aburren… Los observo día y noche, ya conozco sus vidas, sus mascotas, sus cuentas bancarias, sus hábitos y todos sus secretos. Sé lo que comen, beben y fuman…

Los vecinos, tienen horarios para comer, comprar y hablar sobre las exigencias de esta coyuntura histórica, casi todos, asumen que hay nuevas formas de poder, distintas a los poderes estatales que intervienen, activamente, en las relaciones globales y afectan a todos. Creo que así es y, que también me afectan.

En el 207, vive un solitario que no tiene amigos en la red, rara vez habla por teléfono, consume mucho café y páginas de pornografía. Está a medio leer “El orden mundial desde la pos-Guerra Fría al momento unipolar».

Parece un hombre normal, pero tiene miedo a ser visto. Piensa que alguien le observa y mira a los costados y hacia atrás, varias veces durante el día; últimamente, en la noche, empezó a cerrar con llave su dormitorio antes de dormir, siendo que él vive solo, tal es su complejo de persecución.

El confinamiento en la ciudad interrumpió el comportamiento social.

Ahora gran parte de la vida se trasladó a internet y, a veces, las personas pueden sentirse solas. Ya no existen abrazos entre amigos, todo es virtual: los cursos, simposios, coloquios, reuniones sociales, misas y lo que uno pueda imaginar.

En realidad, la usencia de una alternativa viable de hacer cosas, antes normales como ir a un café, al teatro o a una fiesta, me molesta y me hace prestar atención a la vida privada de mis vecinos. No es muy ético, pero…

Observo a la señora del 103, ella se maquilla durante dos horas, porque coloca ocho capas de maquillaje antes de sentarse al frente del ordenador y hablar en grupo con sus amigas, que también viven solas por diferentes circunstancias y todas las tardes se reúnen para hablar por la web sobre las noticias que impactan al mundo y sobre la vida de las personas, de cierta forma conocidas, que murieron a causa de la pandemia.

A veces, la luna brilla toda la noche.

Entonces, salgo a mi balcón con una bufanda en el cuello y miro al cielo, mientras escucho, algunas sirenas, el aullido de unos perros que tuvieron la fatalidad de nacer en la calle o de ser abandonados por algún inhumano, que tal vez, tenga la capacidad de engendrar un hijo para abandonarlo a su suerte…

Miro la ciudad, hasta donde mi vista alcanza. Sé que la ciudad no descansa, pero, últimamente, parece medio parapléjica y medio muda. Casi no se mueve, casi no hace ruido para no llamar la atención…

Desde mi balcón, busco lo que perdí: las actividades acostumbradas, que me hacían pensar que era una vida; sí, yo pensaba que el ir y venir era vivir.

Las ciudades, parecen entes abandonados, tal el silencio que impera.

Pasaron diez meses desde que empezó el encierro. Las tres hijas de mi vecino de piso apenas se asoman al balcón. Las dos están embarazadas… la tercera, dio a luz la semana pasada. Regresaron del exilio voluntario, con sus maridos, al encierro obligatorio, a poblar ésta parte del planeta.

Expertos en ciencias sociales, analizan la situación mundial, dicen que la humanidad se encuentra ante una crisis que podría llevar a varios países a una situación compleja. Pienso que todo es complejo.

La pandemia ha incrementado la brecha de riqueza.

Los más ricos se han vuelto aún más ricos por la pandemia, según el Instituto de Estudios de Política, de no sé dónde…Lo que pasa es que antes, muchos ingenuos, pensábamos que la vida era una aventura apasionante.

Yo no sabía del movimiento de compra y venta de armas, que hace el vecino del 507. Muchas de las armas entran a su departamento por algunas horas. Espera que venga alguien a recogerlas, mientras, habla de amor con sus cinco enamoradas, que sueñan que él es lo que no es. Creen que da clases por la web, no imaginan que trafica con armas, ni que cada una es apenas más una en su vida.

El mundo no-polar ha tomado forma.

La nueva geopolítica, es un producto inevitable de la globalización, que posee muchos mecanismos que inducen a la no-polaridad y al incremento de los flujos y las transacciones multinacionales, que tienen lugar en el mundo sin el conocimiento y el control de los gobiernos nacionales, fortaleciendo las capacidades de los actores no-estatales.

Las personas, en general, han mostrado que se está produciendo algunos cambios de comportamiento importantes relacionados con la pandemia y los expertos, que observan y estudian el comportamiento humano, están felices, con el nuevo experimento social, que alteró todos los pronósticos para el año pasado y también para este año. Mientras millones de chinos celebran el Año Nuevo, con medidas restrictivas por la pandemia, sin las habituales aglomeraciones y regido por el signo del buey laborioso y esforzado.

Por ahora la calle es un territorio olvidado.

Observo a mis vecinos, día y noche, tengo a todo el edificio decodificado y el único que me tiene en la mira es el observador del piso de arriba.

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