Marc Casals
En un pasaje de La casa del recuerdo y el olvido, la principal obra del serbio Filip David, un superviviente del Holocausto constata la imposibilidad de transmitir lo que ocurrió con el lenguaje común porque este ni siquiera se acerca a describir el horror de lo sucedido: «Se necesitaría una lengua que aún no existe para contar la verdad de la manera que se merece». El debate sobre la posibilidad de representar el Holocausto mediante el lenguaje y la forma más adecuada para hacerlo permanece vivo desde que los supervivientes de los campos volvieron a entrar en contacto con el mundo exterior. La forma más habitual ha sido el testimonio, del que constituyen muestras canónicas el Diario de Ana Frank o Si esto es un hombre, de Primo Levi, puesto que su tono sobrio se ajusta a la gravedad del tema y permite abordar esas experiencias situadas en el límite de lo decible con la autoridad de quien las ha vivido. En esta novela Filip David arriesga al renunciar ya no sólo al testimonio, sino también al realismo, y abordar el Holocausto desde la imaginación.
El propio David es un superviviente del Holocausto: judío serbio hijo de un matrimonio entre un asquenazí y una sefardí, tenía apenas dos años cuando las Potencias del Eje invadieron Yugoslavia. Con la promulgación de las leyes raciales, un amigo de la familia perteneciente a la minoría alemana del país ofreció un escondite a David y a su madre en una casa al pie de los montes de Fruška Gora, en el norte de Serbia, mientras su padre se unía a los partisanos del mariscal Tito. Aunque ningún vecino les delató en toda la guerra, la muerte pasó cerca de David en varias ocasiones: salió con vida de un cerco y una emboscada alemanas e incluso de un breve paso por un campo de concentración, puesto que las autoridades dejaron marchar a mujeres y niños. El padre de David fue uno de los primeros partisanos que liberaron Novi Sad, la ciudad más importante del norte de Serbia, y tanto el propio David como su madre escaparon al Holocausto. Sin embargo, su familia quedó casi aniquilada: de 58 miembros antes de la invasión de Yugoslavia apenas sobrevivieron cinco o seis.
David ganó su primer premio literario con solo nueve años, en un concurso infantil para el que describió una anécdota de aquellos tiempos: en una ocasión en que los alemanes llevaban al pueblo entero hacia un campo para interrogarlos y asesinaban a todo aquel que quedaba rezagado, su madre, para animarlo a continuar, le señaló un árbol que había en el horizonte diciéndole que era un cerezo y que, si no se apresuraba, los demás se comerían todas las cerezas y él se iba a quedar sin ninguna. En su trayectoria como escritor, iniciada en 1964, David ha cultivado la narrativa fantástica, basada sobre todo en motivos judíos: los protagonistas de sus relatos y novelas tienen casi siempre nombres hebreos y sus ficciones están empapadas del esoterismo de la Cábala. Sin embargo, no fue hasta pasados los cuarenta años de carrera cuando David se lanzó a escribir sobre el Holocausto, primero en Sueño de amor y muerte (2007) y luego en La casa del recuerdo y el olvido (2014), un hito en la exploración del acontecimiento que ha marcado la judeidad contemporánea.
La novela empieza y termina con el fragor de sendos trenes en marcha, uno que no deja de sonar en la cabeza de un superviviente del Holocausto y una reconstrucción histórica del legendario Orient Express. Entremedias se nos cuenta la historia de cuatro judíos serbios que salieron con vida del Holocausto, tres de los cuales se conocieron en el Primer Encuentro Internacional de Niños Escondidos en la Segunda Guerra Mundial. La narración avanza de manera fragmentaria siguiendo una ristra de textos diversos: apuntes autobiográficos de los personajes, relatos de sueños, extractos de diarios, confesiones frente a órganos de investigación, fragmentos de libros, noticias de periódico, cartas… David rompe la unidad de lugar y tiempo ―los saltos geográficos y temporales son continuos― y existen más niveles de lectura de lo que parece a simple vista, conforme a una propiedad de la Cábala a la que se alude en el propio libro: «La primera lectura, la primera capa del texto, esconde también las otras capas, interpretaciones reales y complejas».
Si hay un narrador principal en la novela este es Albert Weiss, cuyo padre viajó por Austria y Alemania en pleno auge del nazismo. Tras lo visto allí, su concepción racional del mundo se desmoronó y empezó a sufrir visiones apocalípticas, por lo que buscaba vías para salvar a su mujer e hijos. Emparentado con el gran Houdini y convencido de que todos los miembros de su familia compartían su habilidad para el escapismo, ensayaba formas mediante las que pudiesen desaparecer, como volverse diminutos e invisibles o bien trasladarse a otra dimensión. Al principio los demás creyeron que había caído en la locura, pero al cabo del tiempo Weiss lo recuerda de una otra forma: «Si la locura es lo que se describe como una discrepancia con la “experiencia del sentido común colectivo”, entonces estaba loco. Pero ¿qué representaba ese “sentido común colectivo”? Nada más que un engaño peligroso». Lo prueba el destino posterior de tantos judíos europeos: «Después, no mucho después, muchos practicaron una forma de desaparición. Un viaje sin retorno a los hornos incandescentes de Auschwitz. Era el punto final de un mundo llevado a su desintegración completa».
Weiss y su familia fueron deportados rumbo a un campo de concentración, pero su padre logró abrir un hueco en el tren de la muerte para que escapasen él y su hermano pequeño. Los otros tres protagonistas del libro sobrevivieron a las dos fases en que se desarrolló el Holocausto en Belgrado, la capital de la Serbia, ocupada por los nazis. Primero los varones fueron fusilados según una macabra cuota vengativa ―100 por cada alemán muerto, 50 por cada herido― y luego las SS encerraron a mujeres y niños en un antiguo complejo ferial, donde muchos perecieron de frío y hambre. El resto fueron asesinados por el método del furgón para gaseamientos: los grupos de víctimas eran introducidos en el compartimento de carga sin saber que este estaba provisto de una conexión a un tubo de escape, cuyos gases los asfixiaban en cuestión de minutos. En su novela Goetz y Meyer (Funambulista, 2008), David Albahari ―también escritor judío de Serbia y buen amigo de Filip David― cifró en la obsesión del narrador por los dos conductores de este siniestro furgón la respuesta al origen del mal.
En torno al 90% de los judíos de Serbia pereció en el Holocausto y el escaso 10% restante tuvo que retomar una existencia desgarrada, entre otros motivos por la imposibilidad de conciliar recuerdo y olvido. Emil Neifeld, miembro de los Sonderkommandos que transportaban cadáveres de las cámaras de gas a los hornos crematorios, constata la imposibilidad de dejar atrás lo que vivió: «Quisiera olvidar muchos acontecimientos de mi vida. Pero eso no es posible. Un cabalista escribió: “Somos la memoria de dios”. La memoria es más terrible que cualquier olvido». Albert Weiss se sitúa en el polo opuesto, ya que para él el olvido supondría una tragedia adicional. Deambulando por la noche en Nueva York, encuentra la «Casa del recuerdo y el olvido» que da título a la novela, donde se le ofrece la posibilidad de borrar el Holocausto de su memoria. Sin embargo, prefiere seguir cargando con su dolor que asesinar por segunda vez a sus seres amados y autodestruirse: «Ese dolor es lo que le hace ser él mismo, sin ese dolor, él, Albert Weiss, no existe. Ni tampoco quienes más le importan».
Junto a la memoria, el tema básico del que se ocupa la novela es el mal, presentado como una fuerza cósmica, todopoderosa e inaprehensible. En un congreso sobre reconciliación, un superviviente anónimo del Holocausto proclama que le gustaría atribuir el origen del mal a las ideologías, a la manipulación, al fanatismo, a la estupidez o incluso a la banalidad como Hanna Arendt, pero considera estas hipótesis infundadas y conducentes a error: «Solo nos engañan en nuestras ilusiones de que hemos controlado el crimen dándole un rostro puramente humano». El desconocido asegura que, para él, peor que contemplar el fusilamiento de su padre fue asumir su gratuidad: «Comprender que un crimen así ocurre sin sentido ni motivo, que la muerte le puede llegar a cualquiera elegido al azar entre miles, alcanzado por casualidad en la calle». Esta imposibilidad de llegar a la esencia del mal despoja de sentido las vidas de los supervivientes: «Falta el sentido de nuestro sufrimiento. Y el mal le quita sentido a todo lo que toca», afirma Emil Neifeld. El corolario lo verbaliza el cuarto de los protagonistas, Solomon Rubenović: «Estamos condenados al exilio eterno».
Desde el punto de vista formal, el elemento más llamativo de la novela ―como ocurre en el resto de la obra de David― es el uso de elementos tomados de la Cábala. Weiss escribe su diario casi en éxtasis, «con fuego negro sobre fuego blanco» igual que la Torá, y consulta el libro Milagros que ocurrieron en los campos de concentración nazis, escrito por un rebe jasídico. Asimismo, entra en contacto con seguidores de Shabtai Zevih, el falso Mesías que suscitó un enorme culto en el mundo judío durante el siglo XVII. Tampoco falta la numerología, de gran importancia en la religión hebraica: las dimensiones del Tabernáculo eran un microcosmos de la creación y se asigna un valor numérico a cada letra para interpretar los textos sagrados. Los supervivientes del Holocausto que protagonizan el libro son cuatro, porque, según se nos cuenta, el número cuatro sostiene el mundo: «Cuatro son las letras que conforman el nombre de Dios, cuatro puntos cardinales, cuatro estaciones…». A su vez, los pasajeros que viajan en la recreación del Orient Express donde se cierra la trama son doce, como los hijos de Jacob y las puertas de Jerusalén.
La originalidad de la novela radica en este uso de la Cábala para tratar el Holocausto, un enfoque que parece osado solo a primera vista. En las obras mediante las que recuperó y sistematizó la Cábala, el académico Gershom Scholem recuerda que esta fue quedando arrinconada en la categoría de las supersticiones ―e incluso de la magia negra― a partir de finales del siglo XVII, cuando los judíos de Europa iniciaron su propia Ilustración por la voluntad de asimilarse al entorno. Este proyecto quedó reducido a cenizas en los campos de concentración y fue solo entonces, razona Scholem, cuando revivió el interés por la Cábala: «En una generación en la que a la historia judía le ha tocado atravesar una aguda crisis, el mundo conceptual de ese viejo esoterismo judío ya no parece tan extraño». Esa misma ruptura de su paradigma existencial, si bien acelerada, es la que experimenta el padre de Albert Weiss en el libro: desecha la racionalidad al comprobar que el universo está gobernado por fuerzas irracionales y busca refugio en la tradición mística para salvar a los suyos del Armagedón.
Junto a esta de Filip David, ha habido otras tentativas de abordar el Holocausto más allá del testimonio y el realismo: en la película La vida es bella de Roberto Benigni, el protagonista presenta a su hijo el campo de concentración donde se hallan como un juego para ahorrarle penurias, y, en la novela gráfica Maus de Art Spiegelman, Polonia aparece como una enorme ratonera donde los judíos son ratones y los alemanes, gatos que los cazan sin piedad. Sin embargo, lo que distingue a La casa del recuerdo y el olvido es que, por fantasiosos que parezcan algunos de sus pasajes, David trata un acontecimiento esencialmente judío desde una tradición esencialmente judía. En un fragmento de la novela se afirma: «Deberíamos inventar un nuevo lenguaje, limpio, inmaculado, que tuviera claridad, profundidad, fuerza, que fuera capaz de expresar sentimientos verdaderos. Dicho lenguaje, preciso y poderoso, representaría la defensa más sólida contra el mal». A la espera de que alguien construya este baluarte lingüístico, David ha encontrado una forma singular de describir el mal, que sigue atravesando el mundo con la implacabilidad de los trenes que llevaban a los judíos hacia Auschwitz.
Marc Casals es escritor y traductor especializado en los Balcanes. Es autor de La piedra permanece: historias de Bosnia-Herzegovina (Libros del KO, 2021), escribe textos sobre la región en varios medios y traduce literatura del BCMS (Bosnio, Croata, Montenegrino y Serbio) y del búlgaro.