Maurizio Bagatin
La cocina popular es la más sabrosa de todas las cocinas, nunca se olvida de la Historia y de su gente, no confunde ingredientes y deja siempre que trascurra el tiempo como tiene que trascurrir. Es sudores y sabores, rimas perfectas, charlas y chistes, diálogos y enfados también. Unas tutumas de chicha Kulli infunden a la tarde el sabor de la tierra, una cerveza fría para matar la sed y olvidarnos que la sajra hora hoy pasó sin ninguna parada, sin detenerse…
En las pausas de descanso con camiones que solo los choferes bolivianos saben manejar, bien entrenados por el camino de la muerte o el Sillar y las innombrables carreteras de este país imposible. Todos los ingredientes se introducirán al mismo tiempo en la olla, la cebolla, el diente de ajo, unas papas o unas yucas, los que lleven en el camión, zanahoria y apio, si alguien lleva un pedazo de carne mejor, un chorro de aceite y el arroz o el fideo, la sal e increíblemente irán cociendo en sintonía perfecta, empatía entre vegetales y cereales, de común acuerdo el guiso estará listo para apagar el hambre de los camioneros, la solidaridad de lo que hierbe en la olla es la solidaridad del compartir este simple y al mismo tiempo riquísimo plato, algo de caliente para el cuerpo, algo de compasión para el alma. Es lo que la humanidad está perdiendo, los detalles y “la belleza que está en los detalles”, frase desgastada y sin embargo hoy más que nunca tan útil, a momentos indispensables, mirando a los ojos el amor, desnudando la verdad…
“Metió el cucharón en el caldo hirviente del menudo, pellizcó la cebolla, el chile en polvo, el orégano;[…]… las patas de cerdo. Estaba vivo.” -Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz–
Julio era de Chicaloma, Sur Yungas de La Paz, un africano que se despertó entre plantas de coca y cafetales cultivados en terrazas, con la saudade tan natural como el tórrido calor entre el cacao y las naranjas, memorias de Angola en su cordón umbilical, la sal del océano y el tribalismo perpetuo…un surazo que sigue como una caricia las ondulaciones andinas, entre una cordillera y la otra – las flores tropicales, el bastón del emperador, nidos de pájaros colgados en las palmeras, un arara cantando – humedeciendo sabanas y frazadas, corazones, frio austral, guiso carretero que calienta los cuerpos, el de Julio…luego la sangre Bantúes, sangre caliente del primer hombre, tam tam lejanos y bakossa, esclavitud y travesía y siempre travesías…más alcohol, el más fuerte y lo de menor calidad, el más barato. Ojos que enrojecen y se pierden, pupilas que desvanecen, trance y recuerdo de la fuerza de su tierra: “La tierra cobró vida rápidamente y revoloteaban y gorjeaban jubilosos los pájaros del bosque. Llenaba el aire un vago olor a vida y a vegetación verde. Y cuando la lluvia empezó a caer más sobriamente y en gotas liquidas más pequeñas, los niños corrieron a resguardarse y todos se sintieron contentos, agradecidos y reanimados.” -Chinua Achebe, Todo se desmorona–
Guiso carretero para compartir en el camino y en la eterna diáspora del hombre.