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El erotismo: un preludio a la transgresión en Georges Bataille

De: Vlady Torrez / Inmediaciones  

Georges Bataille (1897-1962) fue uno de los pensadores más interesantes del siglo XX. Influenciado por Hegel, Nietzsche y Heidegger, algunos lo comparan en importancia con Camus y Sartre. Michel Foucault creía que el pensamiento de su tiempo le debía mucho a Bataille y que la lectura de su obra crecería en el futuro. Maurice Blanchot admiraba su capacidad para escribir sobre sí mismo con una libertad que parecía no conocer límites. Pierre Klossoswski pensaba que en la obra batailleana existía una tensión entre la corporalidad y el espíritu que la volvía sugerente. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Bataille tenía un peculiar talento interdisciplinario, manejaba registros distintos con solvencia. Podía escribir novelas y relatos, ensayos filosóficos, textos antropológicos y poesía.

Bataille fue capaz de relacionar temas como el erotismo, la literatura, el ascetismo religioso y el misticismo articulados por un tema central: la transgresión. Aunque la idea del erotismo como transgresión se desarrolla principalmente en los ensayos: El erotismo, La experiencia interior, Las lágrimas de Eros, La parte maldita, La literatura y el mal; en las novelas: Historia del ojo, El azul del cielo y el relato El muerto, existen dos textos tempranos que pueden introducirnos a esa propuesta batailleana.  En Los borradores a “paradojas del erotismo” Bataille dice que no se puede estudiar el separado de su experiencia, no puede convertirse en objeto prescindiendo de los sujetos que lo sienten como despliegue de su interioridad. Escribir sobre erotismo sería entonces escribir sobre uno mismo, sobre la intensidad del deseo que borra los límites entre el placer, el deseo y la muerte. El trabajo y la familia serían instituciones que limitan esta experiencia; el erotismo como deseo sexual humano se desplegaría sobre la intensidad que vincula los límites que le son impuestos para permitir el desarrollo del mundo social (trabajo, orden y  producción). Las obras de arte y la literatura también podrían ser comprendidas como productos del despliegue de esa experiencia interior. El sujeto que escribe, esculpe o dibuja está inmerso en un juego intelectual con el mundo que lo rodea pero sin desvincularse de su corporalidad.

En el prefacio al relato Madame Edwarda, Bataille nos dice que el erotismo es antecedido por sentimientos de vergüenza y pudor que preceden al placer. La “verdad” del erotismo sería una articulación de comedia y tragedia, sentidos límites de plenitud y horror convergerían en una de las experiencias más humanas que existen. El erotismo no se reduciría al placer, sería más bien un desgarramiento donde la subjetividad encontraría sus límites entre el placer prohibido y el horror de la aniquilación total. Dichas situaciones límites ayudarían a entender la potencia del erotismo para descentrar al sujeto de su subjetividad, para experimentar la otredad y abrir al Ser a otros confines; sin embargo, esta experiencia no podría ser expresada a cabalidad en los registros manejados por el arte, la literatura o el propio lenguaje en general, pues sería inseparable de las corporalidades del sujeto y del Otro, en tanto objeto-sujeto que mueve al Eros, que mueve el deseo. Y es precisamente este impulso desenfrenado lo que invitaría a transgredir el ordenamiento legal, las disposiciones morales, las normas de trato social, las costumbres, es decir, cuestionar las reglas sobre las cuales se estructura la sociedad, lo que le daría a la transgresión erótica una dimensión política: la capacidad de cuestionar del orden social/moral.

En el capitalismo del siglo XXI el entretenimiento de masas en una de las industrias más poderosas del mundo. El sexo es una mercancía por demás rentable. La pornografía es un imperio que permite la circulación de millones de dólares en ganancias por todo occidente y es impensable concebir al cine de Hollywood sin la exposición de íconos sexuales; sin embargo, el placer que se nos ofrece en el mercado está sujeto a parámetros comerciales de consumo, a cuerpos hegemónicos (la mujer hermosa, el hombre blanco y heterosexual) y a la centralidad genital que deserotiza el resto de nuestros cuerpos (Herbert Marcuse explicó este fenómeno en Eros y la civilización). Esto reduce nuestra experiencia erótica y, si hacemos caso a la propuesta de Bataille, nos hace más dóciles, nos domestica, desarticula la relación con nuestros cuerpos. Sartre pensaba que el pensamiento de Bataille estaba enmarcado en un misticismo irracional, pero la potencia de la transgresión erótica puede ser entendida como germen de rebelión instalado en nuestra propia corporalidad, en tanto antesala de la acción política que interpela el sentido común y el orden social que nos rodea.

Georges Bataille en 1947 cuando tenía 46 años

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