Carlos Decker-Molina
El título de este comentario es el del libro de George Packer, toda una premonición de lo que hoy está pasando, Publicado en 2015, fue ganador del National Book Award. “Los estadounidenses nacidos a partir de 1960 han vivido la mayor parte de su vida en el vértigo de ese proceso de desmoronamiento histórico”. Hoy, la presencia de Donald Trump en la política estadounidense es el mayor síntoma político del desmoronamiento de Estados Unidos y el ingreso a un túnel oscuro en el que aún no se distinguen luces. El desmoronamiento al que se refería George Packer comenzó a finales de los años 1960, y sesenta y cuatro años más tarde el expresidente y candidato con perspectivas de retornar a la Casa Blanca Donald Trump cree que el nacionalismo es la receta para volverse a erguir.
Mi segundo año en Escandinavia fue en 1978, comencé a trabajar en Radio Suecia y me enteré, por esos azares profesionales, del cierre de las acerías Youngdtown Sheet & Tube y Campbell Works, en el valle de Mahoning, EE. UU. Muchas industrias comenzaban a cerrar. Aparecieron puestos laborales menos remunerados y, al poco tiempo, los proletarios que Marx quería unir dejaban sitio a la robótica.
Muchos adjudicaron los cambios a réplicas del terremoto petrolero de 1973. Hasta cierto punto tenían razón, pero algo más importante pasaba en el mundo capitalista. En 1985 el ministro de Finanzas del gobierno sueco de Olof Palme enfrentó la crisis económica con un paquete llamado “revolución de noviembre”. El mercado crediticio se desregularizó y se inició por primera vez en un gobierno socialdemócrata la llamada “tercera vía”, y siguió sus pasos Tony Blair en Gran Bretaña; era el comienzo del fin del modelo sueco originalmente endógeno. La tercera vía, se dijo, es “socialismo” pero de “mercado”. En realidad fue aceptar el neoliberalismo y sacarle las ventajas posibles en favor de la sociedad de bienestar.
Suecia comenzó a preocuparse diariamente de los valores bursátiles. Fue la expansión del llamado neoliberalismo global en un pequeño país capitalista del extremo norte donde se vivía un extraordinario modelo de bienestar. Es importante señalar que la industria sueca es muy rica e innovadora, extendió su radio de acción y no mermó su competitividad. Y muchas siguieron pagando grandes sumas de impuestos al estado sueco.
Margareta Thatcher fue elegida primer ministro en 1979, y al año siguiente ganaba Ronald Reagan la presidencia de EE. UU. En 1991 desapareció la URSS. Son hechos históricos que marcan a fuego el futuro, que es hoy.
Hay que agregar que en 1989 se inventó en Suiza el HTTPS y con él la WWW, World Wide Web, inicialmente para satisfacer la demanda de intercambio automático de información entre científicos de universidades e institutos de todo el mundo. Una nueva versión, desde noviembre 1990, generalizó su uso y creó “el éxito virtual”. Esa “burbuja digital” remplazó a la plaza pública: terminaba el “yo plural” socialista para iniciar la revolución del “yo individualista”. Le vino como anillo al dedo al proyecto neoliberal, que desde Gran Bretaña se extendió al resto del mundo.
Se trataba de un capitalismo que habla de libertad, de éxito, de emprendedores, de acciones y fondos, incluso respetuoso de los derechos humanos. Estos son los antecedentes del remplazo paulatino del capitalismo industrial por el financiero. Todos participamos en la transformación.
La Comunidad Europea se convirtió en Unión. Para mantenerse en la vanguardia de la innovación, se lanzó en 1984 el programa «Esprit», primero de muchos programas de investigación a escala europea, que propició el modelo de una sociedad de bienestar con la cooperación de los estados, el capital y el trabajo. El acuerdo de Maastricht que entró en vigor en 1993 convirtió en fortaleza a la UE, pues los embates del capitalismo financiero se iban a resistir mejor en conjunto que por separado.
Los países escandinavos y Finlandia en los inicios del proceso integracionista tenían algunas suspicacias, Noruega no pertenece a la UE. Suecia y Finlandia ingresaron en 1995 mucho después que España. Suecia aún no está integrada en la euro-moneda.
Hoy China es una potencia gracias a Deng Xiaoping, el arquitecto del cambio al capitalismo. Purgado dos veces por su “derechización” se sobrepuso gracias a su capacidad política y en la Tercera Sesión Plenaria del XI Comité Central de diciembre de 1978 se convirtió en el líder supremo.
Reforma y Apertura fue su programa, introdujo elementos del mercado y creó zonas económicas especiales. Estableció la educación obligatoria de nueve años y lanzó el Programa 863 para promover la ciencia y la tecnología.
El capitalismo chino invirtió en diversos campos, particularmente en la tecnología, y en la década de 1980 China comenzó su camino para establecerse como una potencia en “permanente crecimiento”. Deng logró cambiar la constitución y se establecieron límites legales al mandato de los funcionarios estatales. Hoy Xi ha reformado la constitución de Deng y ha convertido su mandato en indefinido.
La China capitalista tiene hoy 124 compañía que integran el listado de la 500 mayores corporaciones mundiales; EE. UU cuenta con 121 empresas en el mismo listado.
Deng fue contra la ideología marxista y el maoísmo, liberalizó la economía, permitiendo el resurgimiento del sector privado y descentralizó el poder dejando la toma de decisiones en manos de autoridades locales. Pero, el partido comunista sigue siendo parte de la sagrada trinidad china compuesta por el ejército, el estado y el partido.
Esa santísima trinidad no permite la libertad individual, a pesar de haberse transformado su sociedad en consumista siguen los controles estatales en todos los campos y particularmente en la difusión, la prensa y la opinión.
De cara al desmoronamiento del imperialismo estadounidense, los créditos chinos juegan un rol importante. La compra de Bonos del Tesoro de EE. UU. a través de sus bancos y los llamados préstamos “ocultos” son en este momento marcadamente mayores que los préstamos de organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Al menos en esta etapa, a China no le conviene entrar en una guerra comercial con EEUU pues sus economías están entrelazadas. Algo similar ocurre respecto a la UE, pero todo depende de las “provocaciones” de uno u otro lado. Políticamente, China se frota las manos con satisfacción ante la debilidad rusa, que por ahora es su aliado, y por los síntomas del desmoronamiento del imperialismo estadounidense.
El expresidente y actual candidato de los republicanos Donald Trump es el “elegido” para parar el desmoronamiento. ¿Cómo repetir los años 50? El mundo ha cambiado. El peligro no es el comunismo con armas nucleares; es el capitalismo que quiere convertirse en imperialismo. Pero es necesario distinguir que China y Rusia ya no son causantes del peligro comunista pues son tan capitalistas como EEUU, con la diferencia de los sistemas: dictadura y democracia.
Entonces la lucha no es entre capitalismo y comunismo; no nos equivoquemos La contradicción principal es entre dos modos capitalistas en dos ecosistemas políticos diferentes. En lo económico, Trump propende a un capitalismo proteccionista, y ése es el punto de contacto con la extrema izquierda latinoamericana, que plantea el fortalecimiento del “estado nación” como generador de capital, trabajo y bienestar social en sociedades poco o nada industrializadas. La mayoría vende commodities que los hace vulnerables a los cambios de precios en el mercado internacional.
La sociedad ha cambiado, el estado nación en EEUU y, ni qué decir en la UE, no tiene más la misma población de etnia blanca; en casos como el de EEUU hay una generación como la de Kamala Harris que es estadounidense de nuevo tipo o como la alcaldesa de Paris, Anne Hidalgo, que tiene orígenes españoles.
Por otro lado, el recogimiento de gran parte de la sociedad estadounidense hacia las iglesias es una muestra de su estancamiento, porque lo actual es ser agnóstico cuando no ateo. EEUU no es un estado secular. Los presidentes que llegan a la Casa Blanca tienen que ser creyentes, aunque sea a la hora del juramento. Y, la mayoría de las iglesias estadounidenses son ultraconservadoras y algunas incluso reaccionarias.
¿Por qué menciono la religión como un factor de atraso? Porque todas las religiones son dogmáticas, evitan el ensayo sociológico o psicosocial, tergiversan la historia cuando ésta no se acomoda a los dogmas. En el siglo de la Inteligencia Artificial, con medios de producción digitalizados y robotizados no pueden los estadistas seguir rezando a ningún dios para que mejore la situación nacional o global. ¿Está dios con Rusia o con Ucrania? ¿Es el dios ortodoxo contra el cristiano? ¿son dos dioses ortodoxos? La religión debe ser una opción privada y el pretexto de que sin religión no hay moral está ampliamente debatido y es evidente que la maldad existe. La moral es independiente de la existencia de dios.
¿Y la clase trabajadora? En los EE. UU. es la que ha quedado fuera de la revolución tecnológica y digital y no se ha reeducado por falta de ayudas estatales como las de Europa, en unos países más que en otros. Es una clase que no han llegado a las universidades estadounidenses donde asisten los hijos del privilegio o de las marcas olímpicas en algún deporte. Hillary Clinton los llamó basket of deplorables. Otros demócratas los calificaron de trash, es decir, basura, pero Trump tiene otras capas sociales a su favor como algunos burócratas de dependencias estatales, con trabajos aburridos sobre todo blancos perdedores de la globalización y en los retos digitales y cibernéticos.
Esos votantes son nacionalistas extremos, “nativistas” y muy religiosos, creen que los “cristianos blancos” fueron los autores de la grandeza, y por eso se declaran contrarios a la inmigración. Trump ha llegado a decir en The National Pulse, “esa gente (los inmigrantes) está contaminando la sangre de nuestro país”. Un razonamiento típicamente fascista.
Y si gana Kamala Harris, será la confirmación de la nueva gran contradicción dentro el capitalismo. Kamala Harris es más amiga de la UE, sus intenciones proteccionistas son menos contundentes que las de Trump, pero no podrá escapar a la ejecución de esas políticas, por lo menos de cara a China. El recogimiento estadounidense es inevitable.
La gran contradicción es que la desaparición de la URSS y el desfasaje de la teoría comunista deja el campo libre al enfrentamiento entre dos tipos de capitalismo, el nacionalista-proteccionistas y el global y/o globalizador que, inteligente, incorporó aspectos patrocinados por las izquierdas académicas; sobre todo la de EEUU, en lo que hace al lenguaje inclusivo, la identidad y los géneros. Solo hay que recordar que las grandes multinacionales venden sus productos con lenguaje inclusivo, respetan las diferentes identidades y apoyan los temas de género, no importa que paguen mal a su personal. Se trata de berrinches narcisistas de la juventud académica, los woke que sirven para el comercio.
La composición política del capitalismo globalista en la cúpula de la UE es una muestra de la afirmación. Es una alianza entre conservadores, socialdemócratas o socialistas, liberales y sectores verdes. Es el cordón sanitario del que se habla en Bruselas para evitar el avance de las derechas nacionalistas y capitalistas proteccionistas más próximas a Trump que a Harris.
Estas, son entre otras cosas, las razones de la ausencia de una tesis de izquierda con antecedentes marxistas. Los teóricos de las multitudes o de las identidades se acercan, en los hechos, a la derecha proteccionista y todos sus experimentos se convirtieron en dictaduras o autocracias electas con trampa.
Si consideramos correcta la tesis del desmoronamiento del imperialismo estadounidense, no debemos olvidar que sigue siendo la principal potencia militar. Quizá lo correcto es describir la actualidad como el ingreso a una etapa imperial, es decir hay atisbos de reconstruir viejos imperios como el ruso, el otomano, el chino. La UE no pretende ser imperio, pero las circunstancias la pueden obligar, porque observan que el imperialismo estadounidense está en crisis, y por eso Trump aparece como el salvador de lo que queda del viejo imperialismo, cuando en realidad su extremismo es el síntoma principal del desmoronamiento.
Si la izquierda tuviese la capacidad de reconocer que no es agente político del enfrentamiento intercapitalista, estaría reconociendo su debilidad; y por eso no lo hace y se sigue engañando a si misma con un discurso identitario, woke y victimista.
Mi intención es buscar mi propia trinchera para luchar contra el enemigo real de esta etapa: La derecha reaccionaria y neofascista.