Daniel Averanga Montiel / Para Inmediaciones
Hemos crecido viendo que nuestro territorio, los últimos veinte años, solo sirve como referencia en dos aspectos: de miedo para unos o de entretenimiento para otros.
Referencia de miedo porque, al llegar al aeropuerto, esos unos no tardan en tomar un taxi (o minibús, los menos acomodados) y ver, siempre con las ventanillas arriba y el seguro de la puerta del automóvil puesto, a la Ceja como la inmensa Cúpula de Trueno de la saga creada por George Miller, y se dicen: “Allá afuera te ven bien vestido y te pueden asaltar, te arrojan su saliva a los ojos y te quitan el celular Huawei o cosa peor, si eres mujer hasta te pueden meter mano”; el miedo a ser vejado, asaltado, escupido, incluso tratado como a un igual, porque: “Claro, tú no eres igual a esos t´aras hediondos, sino superior”, es la característica básica de esta gente.
Referencia de entretenimiento porque, al llegar estos otros a la estación del teleférico, usan sus camaritas para querer captar lo originario, lo bonito, pero también lo mísero de las ferias de los jueves o domingos en la 16 de Julio: vampiros de pornomiseria, hambrientos por querer alimentarse de algo que no son, casi siempre pensando que la Ceja o la 16 de Julio son lugares donde está, donde aún existe, todo lo que ellos perdieron en cierto momento del pasado. Es como si viéramos a los Estados Unidos del mundial del ´94 en su presentación de “baile típico”: como han matado a los indios o los han llevado a reservaciones para que mueran olvidados (como Bosé Yacu murió en Puerto Tujuré, hace casi diez años) en su danza típica muestran un baile de mierda, al estilo Nikelodeon o de patio de McDonalds. Entretenimiento como forma de miedo camuflado en la comprensión a esos clefadependientes, pues: “Por algo serán cleferos, ¿no? Por eso lo hacen, les debe doler el alma que no ven sus otros compañeros t´aras”.
Así hablan los que ven a nuestro territorio con el énfasis de los que “comprenden” al indio, al negro de mierda, al desafortunado que de seguro ha sido baleado en Octubre de 2003: “Seamos empáticos con el indio”.
Como que cansan esas dos visiones, la de temerle a un lugar y la de pensar que ese lugar es cueva de payasos o de cholita´s wrestling.
¿Exagero? Pues no; muchas veces me ha pasado que la gente que teme a El Alto, hace todo lo posible por evitar subir e incluso permanecer. Recuerdo que, de niño, cuando mi madre aún trabajaba como vendedora de muebles y artefactos usados en un sindicato dominado por un Braulio Rocha con inicios de obesidad mórbida, un joven de Sopocachi apenas si pudo subir y acercarse para ofrecernos, con pánico absoluto, una radio usada. “¡Es la Ceja, men, es la Ceja!”, decía, como arrebatado por el miedo de ser visto como “gente bien” y que lo golpeen y sodomicen en plena calle 2 de Villa Dolores; yo tenía nueve años y hasta a esa edad me había dado cuenta de lo patético de esa imagen.
¿Soy radical? Pues no, no, no: realista; en charlas con amigos que escriben, siempre se mencionó a la ciudad de El Alto como territorio interesante y rico para explorar (ya lo había hecho Juan de Recacoechea en “American Visa” y a su personaje casi lo matan), pero al momento de hacerlo, muchos retrocedían, sea porque no saben lo que es la miseria y no saben cómo describirla, como le sucedió a Maximiliano Barrientos en “En el cuerpo una voz” (“Cormac McCarthy, te he fallado”), o quizá porque eso le quitaría “glamour” a la intencionalidad de lo que escriben.
La visión de El Alto para los demás es ajena a los alteños, quizá es como la paradoja de Borges sobre lo que un gaucho es, tomando los ejemplos de Don Segundo Sombra y de Martin Fierro: lo que no se menciona es lo que importa.
Estoy harto de esas fundaciones que tienen residencia en El Alto y que nacen de la pena ajena, de tratar de curar el miedo que les tienen. Frantz Fanon (y hasta Paulo Freire, les juro) debe estar revolcándose en su tumba por sus conceptos de colonización y descolonización malinterpretados y a veces mal leídos para hacer esas instituciones.
Quizá se necesita olvidar Octubre de 2003 y el rol victimista de la ciudad de El Alto, para que la vean como algo menos que Mordor o El circo del cholo Juanito.