Santos Domínguez Ramos
“Los músicos desgranan su maquinaria de blues viejo y grasiento. Más sucio en este terceto eléctrico. Más denso. Se mastica la voz de Diego y la mastican las guitarras. La batería, ejercicio de arritmias quirúrgicamente meditadas. Todo vibra y las paredes, por un momento, parecen sudar. Electricidad de manta raya. Electricidad húmeda en el centro de Madrid. Y un navío enajenado de poesía cruel para adormecer las pesadillas del público, cuando regresen al hogar, cuando naufraguen entre las sábanas y sólo recuerden el sonido . De eso se trata. De sonar bien. De hacerlo mejor. Contra viento y marea. Armada Invencible, decíamos. Algo así. A pesar de los elementos. O a favor, como en los cuadros de Turner. La naturaleza tomando posesión de su reino”, escribe Pablo Cerezal en uno de los capítulos de Diego Vasallo, trayectoria de una ola, que publica Parkour poético.
Lo abre un prólogo en el que Julia Roig, autora de las fotografías que, junto con las del propio autor iluminan el texto, define este libro como un “artefacto poético” y como un “poema de fuego y papel” que “nace de la libertad y el respeto de dos artistas, dos géiseres creativos e incansables que no transigen, Pablo Cerezal y Diego Vasallo. Ambos maestros de la vita contemplativa, cazadores furtivos del gesto, del detalle, por ello se mantienen en eterno movimiento, sabiendo que siempre hay un margen que pasa desapercibido, un surco nuevo o antiquísimo por recorrer o descubrir, porque el ojo inquieto, ya sea hacia dentro o hacia fuera, busca.”
Híbrido y plural, entre la narración, la biografía y la poesía, la música y las palabras, la crítica musical y la pintura, las citas de canciones y las reflexiones sobre la literatura y el arte, Diego Vasallo, trayectoria de una ola es un caleidoscopio de miradas y voces, de convergencias, espejos y espejismos que indagan en lo que Pablo Cerezal define como “la sigilosa prestidigitación creativa de Diego Vasallo”, que “pinta, escribe, compone y sigue, sin desfallecer su propio camino. La búsqueda como brújula, la fidelidad a uno mismo como norte insobornable.”
Con la noche de Madrid siempre al fondo, la potencia verbal y poética de la palabra de Pablo Cerezal se adentra en el mundo de Vasallo con intensidad emocional y hondura estética para hablar de los directos acústicos en las salas del trío eléctrico que completan Fer García y Andoni Etxebeste o para recorrer su discografía: Caemos como cae un ángel, Los abismos cotidianos o Canciones en ruinas.
Un paisaje que completan Allen Ginsberg y Patti Smith, Chueca y Malasaña, Bob Dylan y Nick Cave, Suso Saiz y Ray Loriga, Cioran y Aute, El Rastro y Argüelles, Friedrich y Baudelaire. Y de ahí, como de la música a la pintura, a San Sebastián para acercarse a la obra plástica de Vasallo, en la que “es inevitable descubrir el hálito sombrío de Turner y otros pintores románticos. También el de las pinturas negras de Goya, a quien considera como prerromántico en esa su última fase, cuando dejó de pintar para satisfacer a la monarquía y aledaños mientras alimentaba su propio bolsillo. Goya encerrado en la Quinta del Sordo, dando rienda suelta a sus fantasmas. La exaltación del artista, el yo, el ego.
Y así, anclado a la contradicción, entre la máxima expresión del ego y su absoluta desaparición, Diego va desbrozando senderos con sus manos y sus pinceles. Tal vez descubriendo nuevas rutas hacia lo incierto.
Nuevos rumbos, la misma estrategia: emplear el arte como vehículo de expresión íntima. Los caminos son infinitos, pero es imprescindible querer recorrer aquellos que, en cada momento, mejor se adecuan a los propios estados de ánimo. Aunque te lleven demasiado lejos. O tal vez por ello.”
Y de las tormentas del Cantábrico a las del Mediterráneo de Menorca, donde Vasallo se retira a menudo para “erigir en ella un promontorio de soledad en que poder asimilar lo imprescindible que resulta «no desear nada, para tener al menos serenidad, ya que no felicidad porque la felicidad no existe.»
Porque Menorca “ha acabado siendo, para él, una nueva costumbre, una nueva rutina con que contener el caos y los caballos sin bridas. Pero, como el resto de rutinas que se impone, Menorca es productiva, y de sus largos paseos por la isla brota todo un caudal de poesía que luego vierte en poemarios, discos y lienzos de igual manera que se vierte la mar en sí misma: sin ánimo de popularidad, concentrada en sus resacas y su fagocitarse las vísceras en cada vaivén del oleaje.”
Y al fondo, en todas las páginas del libro, el diálogo de Pablo Cerezal no sólo con el otro, sino consigo mismo, con la vida y con el arte, siempre en busca de la Belleza con mayúsculas:
La Belleza es transversal y tiene huecos de luz, materiales de oscuridad, recovecos. La belleza es esquiva y late. La Belleza es ese mundo ignoto en que habitan dragones el sentido de la estética debe gobernar cualquier creación que pretende el artista. Y la estética, la verdadera obra de arte siempre late allí donde habitan los dragones. Hacia ahí se dirige hacia el que no sigue despierta mijita de pan del mercado. Ahí se dirige el verdadero artista.