Maurizio Bagatin
He amado el frio de diciembre. porque se pudo amar el frío que este mes del año iba ofreciéndome. Estoy hablando del frío que he gozado de niño, cuando fui joven y muchacho en el hemisferio norte. “Frio sano” lo llamaba la gente de aquella época. Escarchas que cubrían el duro pasto aun tímidamente verde. Las acequias estaban recubiertas de hielo del espesor de un dedo. Las ramas de los árboles eran desnudas y sin la vergüenza de los hombres. Todo era más vivo que la naturaleza muerta.
Diciembre es mes de nacimientos y de muertes. Y mes integro ante la primera y cándida nieve. Después de San Martín, llega la hora de probar el vino novello, veía a los últimos campesinos llevar al chancho hasta el barracón donde lo colgaban patas arriba, era su muerte. Navegaban en vino ellos, entre salames, tocinos y embutidos que colgarían despotricando sus esposas.
He amado a toda esta gente. Quien silbaba y quien cantaba, y quien en silencio los acompañaba. Podría hasta nombrarlos uno a uno, porque los recuerdo como si fuera ayer. Sus rostros sencillamente arrugados, sus blasfemias en la boca, la luz de sus ojos. Y el recuerdo de su caminar entre surcos y atajos, yendo a la misa los domingos llevando por mano sus bicicletas. Son algunas películas que van pasando frente a nuestros ojos propio ahora.
Este mes era también dulce, cuando toda su crueldad iba ablandándose frente al calor de una chimenea encendida. Y también cuando el sideral silencio de sus noches claras se refleja en el libro del cielo, o de repente detrás de la neblina que dejó el húmedo mes de noviembre.
Diciembre no conoce a enero, al mito de Jano, al carnaval y a sus mascaras. Es sincero, y esto debería ser suficiente para recordarlo, en su ayer así tan lejos y en su hoy así demasiado cerca. Hoy que el tiempo no es nada mas que velocidad, y la historia está desapareciendo como unas estrellas fugaces apagadas, sin luces y sin deseos.
Hay un sabor a memoria en este mes. La memoria de los frutos de la tierra guardados en las viejas cantinas para mañana. El perfume de una manzana, el aroma del vino, la caricia de una abuela.