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Después de la Piana de Falerone

Maurizio Bagatin

“L’amore é come l’alcool, piú sei impotente e sbronzo e piú ti credi forte e scaltro, e sicuro dei tuoi diritti” – Louis-Ferdinand Céline, Viaggio al termine della notte –

Aquella noche podíamos preverlo, relámpagos hacia la costa y una invasiva oscuridad en la tremenda primavera marchigiana, la colina verde hierba hacia Porto Recanati y luego verde oliva, verde esmeralda la otra, la colina que da a Porto Potenza Picena, y el verde musgo se iba coloreando verde negruzco, el negro de la noche que íbamos a vivir…

De eso hay que escribir, y de otras cosas también, sino perdemos la Historia, se deshilacha su hilo, el que tal vez no conduzca a ningún lado, el que tal vez no lleva a ninguna parte.

La Piana de Falerone es un valle inmenso, adonde en al año 90 a.C. se combatió una de las batallas más cruentas de la época romana, ahí aún hoy puedes imaginar el olor a fuego de los cuerpos asados, puedes inventarte el humo detrás de las hileras de árboles, podrás fantasear el choque de las espadas y de las cargas de los centuriones, ahí sigue vivo el ambiente de la batalla; entrando en este inmenso espacio abierto sentimos la irrequieta calma del horror de la muerte y de la espantosa quietud después de una carnicería humana, sensación que se prueba aun visitando Waterloo, Redipuglia o Verdún, llegando en estos lugares donde los hombre se masacraron sin piedad. Aquí en esta Piana los socii piceni, al mando de Gaio Vidacilio, de Publio Ventidio y de Tito Lafrenio vencieron a los romanos, guiados por Gneo Pompeo Strabone, aquí a los pies del Mons Falarinus sigue viva la Historia. Nuestra historia será otra, muy cerca a esta inmensa planicie.

Abril es el mes del sueño, del dolce dormire, de las tardes pasadas en las cantinas, Verdicchio, pecorino y habas frescas, ir por colinas como los vagabundos, nosotros veinteañeros errantes, siempre buscando, nunca encontrando; y perderse luego, entre campos de alcachofas listos para la cosecha, olivos en flor, viñedos y viejas ruinas, iglesias y templos, casas de campo abandonadas y los nuevos desplazados que intentan reconstruirse una vida, el este después del muro de Berlín, el África que seguimos desangrando, el sur del mundo que se dobla, se agacha y sigue luchando adonde sea; choques culturales que podrían volverse belleza, cruces genéticos para nuevas alegrías en este nuestro triste mundo.

Al crepúsculo empieza nuestra on the road, tanque lleno al auto y muchas latas de cervezas frías; soundtrack para las ondulaciones entre lomas y lomas, Rolling Stones y Bob Marley, una de cal y una de arena, el blues amadrina a los dos: empieza el fin de semana. Hasta en esta región murió el sábado inglés, de vuelta el sábado fascista, sin uniformes sino las del consumismo despiadado… camino a Servigliano, nos invade la sed, acompañada por el hambre, al azar nos paramos en una pizzería – donde el diablo perdió el poncho – infaltable punto de encuentro para los italianos. Nunca había tomado una grappa de Moet & Chandon antes de Servigliano… una pizza y una botella de Rosso Conero y un café, el llamado “resentín” (el lavado de la taza de café, que tradicionalmente se hace con un chorro de grappa, de aguardiente, o de ron, de coñac, brandy, de cualquiera destilado que lave y no deje huella del pasaje de la cafeína en la taza…) hay que hacerlo esta vez con grappa -que cumple con la origen del ritual y de su étimo-, y el pizzaiolo, un raro genovés trasplantado en pleno centro de Italia, nos invita una Moet & Chandon, una botella de 700 ml de grappa Moet & Chandon …creyéndonos unos Jim Morrison, algo que hubiera quedado con el misterio de nuestra presencia, y de su permanencia entre colinas de olivos seculares y viñas en remotos ambientes, cantamos De André ya borrachos y poetas de la luna creciente.
Servigliano debía ser la “ciudad ideal”, tres puertas de entrada, Porta Clementina, Porta Santo Spirito y Porta Pia, diseño original en su época de magnificencia, hipocresía incluida entre los que fueron siempre “más papistas que el Papa”. Es parte de una Italia de feudos, señoríos y pequeños estados, siempre pueblos y patrones, hambre y miseria afuera “dei muri di cinta”. “¿Por qué el diamante del carbón se olvida/Si un tiempo fue carbón y nada más/Sabiendo que si brilla es porque un tiempo/Surgió el paciente artífice/Que en estrella tornara su cristal?” en un fragmento de poesía de Rosendo Villalobos. Así se presentaba la Villa antigua adonde la fiesta, estatuas de ninfas, hipogrifos y centauros, y un Narciso convencido y mudo; la fiesta se volvió un quilombo de nihilistas y de yuppie, la nueva Italia que iba perfilándose al horizonte, el berlusconismo rampante, pusher de corbatas que fuman marihuana y compran acciones en las bolsas, magos que superan en número a los médicos, las paradojales contradicciones que inevitablemente siguen el desierto anunciado por Nietzsche…

Algo encorbado desde hace tiempo, una mala chupa, unos cables que se tuercen, se enredan y el flujo maldito de las peleas: derecha e izquierda, el mal y el bien, meras interpretaciones, luego el desbarajuste, el palabrerío, las acciones: puñetazos con agentes de seguridad, intentos, solo intentos de raciocinio, la imposible comunicación, la total ausencia de empatía. Los dejé, lanzándome entre colinas negras, perros de confín y luces opacas de casuchas perdidas, sobrevivientes campesinos que no podían abandonar sus tierras, demasiado amor, justo amor… caminando, caminando, lema de Guido Ceronetti para Rimbaud, de quien haya sido aquella noche para mí, ¡me dejaron, los dejé! Escavando en la nada, buscando en el vacío; próximo a una casa de campo, el dueño me mostró, orgulloso, su rifle, en otra soltaron los dos rottweiler, por suerte la cava ascolana era bien alta, así escalándola los enormes perros no me alcanzaron…aventuras, eso le decimos al miedo y al dolor, después…mientras el caminar se volvió correr – ¿Por qué será que a Murakami no le otorgan este maldito Premio Nobel de Literatura? – y me salvaron las cavas y el ladrar de los perros más chiquitos: los que ocultan siempre, detrás de sus ladridos, los secretos del lobo.

La madrugada es incierta, uno debe organizarse, los cantos de los pájaros y el silencio que desaparece invitan… mi presencia en una plaza completamente vacía es una absoluta novedad; llamo por teléfono -de una cabina de un bar adonde dos dedos de polvo cubren una botella de Vecchia Romagna, el brandy de la noche anterior- al viejo compañero del servicio militar, el fiel Ciferri, el sargento de hierro, el conductor de vagonetas y el lameculo del comandante, me recoge después de una hora, se había ido al peluquero y a lavar su auto para el encuentro, no se imaginaba como me iba encontrar, jeans embarrado, camisa empantanada, y botines de otro color. (Los botines estuvieron expuestos hasta hace unos cuantos años en el museo personal del Mago, botas amarillas Lumberjack originales…)
¿Queda algo? El “Ciao vecchio, come va’?” (Hola, viejo, ¿Cómo estás?), lo del mítico chef, sí el mismo de I Carracci de Bologna, nosotros que pasan los años, retórica de siempre o hilos conductores, el Coronel de García Márquez, Maqroll el gaviero y estas líneas sutiles, breves, tal vez, el aire que guía, las que acompañan aventuras, traspiés y algunos de los logros de los hombres… La memoria se anima en olvidar nuestros recuerdos, se anima en recordar nuestros olvidos… Queda nuestro espíritu, más que otra cosa, libre.

Imagen: Casa en Via Tommaso Giachini en Montelupone y cinco locos del pueblo

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