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Deseables Sueños

Jesús Lazcano D’ León

Dedicado a Homero Carvalho Oliva

“Homero Carvalho no es escritor, 
Homero es el poema, es el cuento, la novela, en sí, la literatura”

Revisando mi biblioteca en una inspiradora noche lúdica, encontré un libro del héroe de la literatura, Homero Carvalho. Recordé, ansioso, los sueños que tuve con él.

Un tenue día, descansaba en mi cama, pensaba en un poema que iba a escribir y entre los versos me quedé dormido. Fue entonces, cuando lo vi, estaba sentado en una selvática terraza, tomaba un café y tenía la vista perdida en el paisaje. Me senté en la silla que estaba a su lado y lo saludé; se detuvo a mirarme, me sonrió y me dijo, “te caíste de Saturno”, solo me dispuse a seguirle la corriente y le devolví la sonrisa. Mucho no recuerdo lo que pasó, pero sí recuerdo ver que se marcaba el ocaso, entonces, saqué dos cigarrillos y con el humo, revivimos a algunos personajes: primero estaba Leibniz, a quien le festejamos sus ideas, por ende, seguimos con Spinoza, me aseguró que el verdadero conato es la literatura y asentí con la cabeza. Pasaron algunas horas y llegamos a Hume, entonces me levanté y le dije que esperaba volverlo a ver, él me respondió que ni siquiera tenía la certeza de, si iba a amanecer.

Ese sueño me dejó pensando en nuestro próximo encuentro y para satisfacción mía, dos semanas después, lo volví a ver.

Nuevamente, lo encontré sentado, no dijo ni una sola palabra, señaló una puerta, se paró y la atravesó. Siguiéndolo con temor, llegamos a sus Reinos Dorados, un místico lugar, la reina era la naturaleza, fue la única vez que vi una perfecta sinergia entre el pueblo y la reina, a todos les encantaba estar allí, el séquito eran los árboles, las aves, los ríos, las fieras. El viento declamaba poemas, las aguas dormitaban acurrucadas por la madre tierra, envueltas por la infinita selva y toda la fauna danzaba a la luz de las estrellas.

Al descanso de los cielos, se despidió y me despachó en un cometa que besaba a las montañas y a algunas sirenas.

La noche siguiente volví a soñar con él, así, durante más de una semana.

Caímos en una lúgubre fantasía y vimos terribles bestias atadas: dragones de papel, una araña aplastada, un ermitaño gólem, etcétera. Curioso, me preguntó dónde estábamos y le dije que en una de mis locuras.

Cruzamos un portal que nos transportó a un lugar desconocido por mi vista, me dijo que era su cuna, un Santo Vituperio, me contó de la gente, de las leyendas y de su mitología, me explicó su filosofía y la herencia que ha dejado a nuestra cultura.

Así atravesamos recuerdos y libros. Incluso dormido, no deja de ser mi maestro. Homero, el heraldo de las letras, el sabio, es una enciclopedia que ni la Biblioteca de Alejandría pudo tener, ¡qué afortunado soy! Pues la tinta que penetra el papel, es la inspiración que me ha dedicado su sapiencia.

La última vez que soñé con él, visitamos el territorio de Roque Dalton y de los poetas, un vertiginoso paraíso de ilusorios colores con melodiosos horizontes. Cuando un poeta escribía un poema, se hacía realidad en el orbe. Solo alguien tan puro como él crearía algo semejante. Sentados en una perlada nube, me pidió que escriba algo y escribí esto, para que así, al despertar, pueda verlo.

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