El campo político-partidario de la oposición boliviana (minoría) en la Asamblea Plurinacional (AP) es débil y tiene una limitada incidencia discursiva en la esfera pública, lo que conlleva a no tener la fuerza suficiente para que sus proyectos de ley sean aprobados.
Un caso como ejemplo. En el contexto de los límites temporales de los interinatos en entidades del Estado (Defensoría del Pueblo; el Banco Central; autoridad de la ASFI; Aduana; YPFB; Administradora de Carreteras; Corporación Minera de Bolivia; Servicio Nacional de Impuestos; Empresa de Industrialización de Hidrocarburos; siderúrgica de Mutún; empresa de electricidad y el INRA) el líder de la alianza política Comunidad Ciudadana, Carlos Mesa, manifestó que “Esa desinstitucionalización sistemática del Estado tiene que ver con el incumplimiento de normas, discrecionalidad y poder total para el presidente del Estado (…)No tenemos otro camino que llevar adelante iniciativas legislativas. Tenemos otra iniciativa legislativa para facilitar el libre acceso a la información pública que ha sido archivado y que está durmiendo el sueño de los justos. Probablemente eso pasará ahora” (El Deber, 22 de julio).
“Durmiendo el sueño de los justos” es una frase sintomática de la debilidad de las alianzas políticas de la oposición que representan la minoría en la AP. A pesar de la mayoría que tiene el MAS en el poder legislativo y el campo de posibilidades que ello le otorga para aprobar leyes a medida del ejecutivo, la minoría debería superar su pesimismo político, casi endémico, -el MAS desde hace cuatro elecciones generales ha ganado con más de la mitad más uno, excepto con el referéndum del 2016, cual, más allá que los escribanos adulones azules lo consideren como el efecto de una mentira y un triunfo opositor por raspa pinchete, fue una decisión soberana- mediante un proceso de autorreflexión crítica, estructuración institucional y construcción de una nuevo relato ideológico, como forma de fortalecer la democracia representativa con partidos políticos de verdad: estabilidad institucional, enraizamiento social, y organización estructural.
Más allá de la crítica ideológica a la democracia representativa por parte de los defensores de la democracia sustantiva por considerarla insuficiente para resolver los problemas económicos y justicia social, es menester reconocer una de sus grandes virtudes: la alternancia en el poder. ¿Por qué es un aspecto virtuoso? Los ciudadanos-votantes tienen la posibilidad de cambiar al gobierno que eligieron en el próximo período, cuando aquel les falla, ya sea por corrupción, autoritarismo, o una gestión con pésimo desempeño. Es un aliciente que disminuye la posibilidad, aunque no la neutraliza, de que los gobernantes confundan el patrimonio público con su patrimonio privado como efecto de la costumbre en el ejercicio del poder. Evita que, a nombre de la revolución, quienes ganaron una elección de forma legítima, se vuelvan conservadores (esclerotizados) y apologistas con un liderazgo personalista.
La democracia representativa implica el poder colectivo de los ciudadanos de elegir a sus gobiernos mediante un procedimiento electoral libre, y, de manera periódica, sacar a los que gobiernan mal y elegir a nuevos representantes. A pesar que, “a nivel global, tanto en la literatura especializada como en el debate público, la desafección ciudadana hacia la cosa pública, el debilitamiento de los partidos políticos y el aumento de la abstención contribuyeron a asentar la idea de una crisis de los sistemas de partidos y de la democracia” (Alenda y Varetto, 2020), los partidos políticos seguirán como generadores de candidatos, ofertas ideológicas, cumpliendo su rol de representación, y canalizando demandas en el marco de una democracia pluralista y competitiva.
José Orlando Peralta Beltrán es Politólogo