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El mercado triangular: chicherias y coca en «Muerta Ciudad Viva»

Carlos Crespo Flores / INCISO/FACSO-UMSS

En realidad, se llama plazuela Guatemala, más conocido como mercado Triangular; es uno de los mercados tradicionales en la ciudad de Cochabamba, en el barrio de Caracota. Allá, según un reportaje periodístico del 2009:

“uno puede comprar la verdura más fresca, la papa más harinosa, la carne más jugosa y otros productos a precios que están al alcance del bolsillo.

Con las características de un mercadito de provincia, en este mercado confluye una intensa actividad comercial en medio de edificios de más de tres pisos y a una cuadra de las avenidas Aroma y Antezana que cuentan con un intenso tráfico vehicular” (Herrera, 2009).

Pero, el Triángulo es también un mercado de coca, hoy pequeño, pero en los 80’s tenía mayor importancia económica. Es lo que observa el protagonista de Muerta ciudad viva cuando circula por la zona:

“…gangochos de coca, altos casi como un campesino y del ancho de un tonel. Muchísimos. Ya con las bocas cosidas de nuevo a esta hora. Y los que la venden durmiendo alrededor, idolatrando un falo gordo y verdusco, presto a ser masticado por la colectividad” (56).

Los bultos de coca, entre Vandiola y yunga paceño, recuerdan viejas fotografías de Mohenjo-daro[2]; su solidez y falta de movimiento salen de alguna memoria hitita vapuleada en barcos y caminatas de siglos (57).

A principios de los 80’s en el mercado local solo se comercializaba coca paceña o de los yungas de Vandiola; la coca chapareña no era demandada por ser de inferior calidad, como hoy. Es lo que observa el protagonista en el mercado Triangular, “los bultos de coca, entre Vandiola y yunga paceño”, mientras que en su bolsillo llevaba “unas hojas que recolectamos al pasar, muestras gratis que dan las comerciantes”, “coca amarga, chapareña, cuyo tufo se impone al de la chicha” (109).

A pesar de la preferencia por la coca paceña en ese periodo, la migración aymara a la ciudad de Cochabamba aun no era visible: “Todavía por los valles cochabambinos no tocaban las bandas sino muy de vez en cuando morenadas. Eso llegó después, con los cocanis aymaras y sus sombreros pequeños, y sus mujeres con bombines londinenses en parodia de lords” (15).

“…ahí está el cuarto que se ve al otro lado del espejo y que es completamente igual a nuestro salón, sólo que con todas las cosas dispuestas a la inversa… todas menos la parte que está justo del otro lado de la chimenea. ¡Ay, cómo me gustaría ver ese rincón! …Bueno, en todo caso, sus libros se parecen a los nuestros, pero tienen las palabras escritas al revés: y eso lo sé porque una vez levanté uno de los nuestros al espejo y entonces los del otro cuarto me mostraron uno de los suyos (Carroll, 1981:7)

El Triángulo y sus alrededores era territorio de unas chicherías famosas del submundo caracoteño, hoy prácticamente desaparecidas. Llegar a ellas era cruzar un límite. “(S)e cruza al otro lado del espejo” señala Claudio, parafraseando la imagen de ingresar al mundo de estas chicherías de tugurio, con Alicia a través del espejo, la novela de Lewis Carroll, donde atravesar el espejo es ir a un mundo paralelo, que opera al revés, nonsense; seductor y aventurero. Aunque esto no es Christ Church-Oxford, sino La Cancha-Cochabamba.

“En esta zona, unos bloques alrededor, existen al menos cinco chicherías que visitamos” (109) recuerda el protagonista de la novela:

“Cuando muere el día y el Calatayud[3] cubre con sábanas sus productos, desde frutas a chorizos de freír, se cruza al otro lado del espejo. La multitud se reduce, o se comprime en mínimos espacios. Los cuerpos se achican, se doblan; mientras más pequeño se es, o se muestra uno, menos frente presenta a la amenaza, se escuda mejor del peligro.” (109).

“El triángulo del mercado tiene una arista que penetra a la izquierda y forma ángulo con dos paredes” (57). Es el lugar de uno de estos akha wasis. Al boliche, sin denominación, “se entra por la puertecilla que da la sensación de ojo de cíclope… está escondida en un rincón del triángulo que forma el mercado de la coca” (57). Los parroquianos son “plebe entumecida por cargas inmisericordes sobre la espalda, por jugo de coca minuto a minuto, adormeciendo el músculo, envenenando la sangre” (57).

El relato permite imaginar la pésima calidad de la chicha, “acá no se precia de lugar de origen” enfatiza el autor,

“(t)iene el mismo color del orín del baño. De los pobres, la más pobre. Allí nos escondemos. Nadie nos encontraría aquí. Ni muertos, porque de fallecer en sus mesas enanas tipo japonés, terminaríamos servidos en guiso a los comensales de día entero, de 24, si lo entienden. Lugar que nunca cierra y permanece anónimo. No le pusieron un nombre, ni le pondrán. Espurio como paja a la intemperie” (57).

Seguimos a Ferrufino en su recorrido chichero en la zona: “Del mercado triangular de la coca desviamos a la izquierda, por la calleja sombría que lleva a la chichería Amor de hombre. Hay una canción de Mocedades con ese título que siempre tocan, y con ese la bautizó algún borracho” (107)[4].

Chicha y coca se hallan conectadas en la cultura del valle. Respecto a la “hoja sagrada”, en el poema “La venus del Sol”, de Abraham Cowley (1662), traducido por el escritor cochabambino Jorge Zabala y amigo de Claudio, entendemos las múltiples dimensiones, sagradas y profanas, de nuestra relación con la coca:

“…nuestro Viracocha primero envió esta coca,

dotada con hojas de maravilloso alimento,

cuyo jugo succionado, y al estómago llevado

larga hambre y largo trabajo puede sostener;

del cuál nuestros cuerpos sin aliento y abrumados hallan

más socorro, más coraje la mente desanimada,

que puedan tu Baco y Ceres juntos.

Tres hojas provistas dan para seis días de marcha;”

(Zabala, 1995:12)

La práctica del acullico es la forma cotidiana más común de consumo[5]. Pero, a principios de los 80’s aún era estigmatizado entre la clase media ver una persona con su bolo de coca entre mejilla y mandíbula; mucho más a nivel internacional. De ahí la reflexión del protagonista respecto a su amiga francesa, residente temporal en la ciudad, cuyos padres “ricos e inteligentes, no soportaban el paganismo de los pobres, y menos que una muchacha suya, flor del Languedoc, acabase sus días envuelta en frazadas de colores, con un bollo de coca en la mejilla e inamovilidad de estatua” (79-80).

El mate de coca, otra forma de uso cotidiano, en la cultura local opera como alivio al estómago y el espíritu. Un día que nuestro héroe se recoge a su casa, destruido por interminables sesiones de alcohol, antes de tirarse a la cama, “la empleada abrió la puerta y … preparó un mate de coca” (pp. 95). Por su parte, Jorge Zabala lo toma al despertar asustado, “para que no me robasen el alma”, afirma (Zabala, 1986:145-146)[6].

La coca y el chamamismo andino están íntimamente conectados. Según Zabala, “en las consultas sibilinas, la coca sirve como un vínculo espiritual de cultura, afecto y ayuda mutua” (Zabala, 1995:133). En Muerta ciudad viva, un brujo andino contratado para sacar del alcoholismo al protagonista, y con el que termina bebiendo intensamente, en determinado momento “desapareció con su aliento a coca”. (140).

Pero también está la coca como droga, el jale. En un matrimonio del cual participa, el vocalista del grupo musical que amenizaba “tenía las pupilas inflamadas por la coca” (181-182). Ya Zabala lo advierte: “como alcaloide tiene un efecto dilatador también producido por anestésicos” (Zabala, 1986:25). Es la cocaína que está operando, sin duda.

Al final, para Jorge Zabala la coca es un sucedáneo de la soledad (Zabala, 1986:133). En la novela es una de las pocas compañeras que le quedan al protagonista, cuando, en declive total, viviendo en la calle, a veces le obsequian “un atadito de coca” (pp. 198).

Referencias bibliográficas

Carroll, Lewis (1981) A través del espejo. Madrid: Alianza Editorial.

Domínguez, María (2019) “Mohenjo-Daro, la gran sorpresa”. La Vanguardia.https://www.lavanguardia.com/historiayvida/prehistoria/20161124/47312489940/mohenjo-daro-la-gran-sorpresa.html

Ferrufino, Claudio (2013) Muerta ciudad viva. Santa Cruz: Editorial El País.

(Herrera Gutiérrez, Herbert (2009) El “Triangular” un mercado rural en pleno centro. https://www.opinion.com.bo/articulo/cochabamba/triangular-mercado-rural-pleno-centro/20090525012028313233.html

Zabala, Jorge (1995) Hojas del adivino. La Paz: Plural Editores.


[1] El texto forma parte de un estudio sobre NATURALEZA Y CULTURA BIOREGIONAL COCHABAMBINA EN LA NOVELA MUERTA CIUDAD VIVA DE CLAUDIO FERRUFINO COQUEUGNIOT, inscrito en el proyecto de investigación Corredores Biológicos Urbanos (CBU), actualmente ejecutado por la red de Biodiversidad UMSS, del cual el INCISO es parte.

[2] Ruinas en la actual Pakistán, de una cultura del valle del Indo, durante el tercer milenio AC (Domínguez, 2019).

[3] Se refiere a La Cancha Calatayud.

[4] Ver el video en https://www.youtube.com/watch?v=Q4_2haowVeE&ab_channel=RETROCL%C3%81SICOS

[5] El acullico, de acuerdo a la RAE es una “pequeña bola hecha con hojas de coca, que suele mezclarse con cenizas de quinua y papa hervida, y que se masca para extraer un jugo de efecto estimulante (https://dle.rae.es/acullico?m=form)

[6] Era de mañana

me desperté asustado

y tomé un mate de coca,

jugaba Bolivia

y las presiones aumentaban

…y para que no me

robasen el alma

me tomaba un mate de coca

La odisea boliviana. Pp. 145-146.

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