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Dejándolo todo atrás

Marcelo Paz Soldán

Beatriz había intentado levantarse de la cama con la intención de entrar al baño para luego desayunar, como lo hacía todos los días desde la muerte de su padre. Se quiso parar, pero no pudo. Su cuerpo estaba paralizado, no sabía que le estaba ocurriendo, más si era una mujer sana. Siempre se despertaba temprano, caminaba a la tienda de la esquina para comprar pan para el desayuno y en el día arreglaba las flores de su jardín, regaba las plantas, cocinaba. Sus modestos ingresos provenían del dinero que recibía del cuarto extra que tenía, que alquilaba a estudiantes ya que su casa estaba cerca de la universidad estatal, al sur de la ciudad. Quiso pedir ayuda a Joao, estudiante brasilero que ocupaba la habitación, pero no estaba. Se quedó por un momento inmóvil esperando recuperar sus movimientos, quieta, mirando el techo. Sintió la presencia de su padre, quien había muerto hacía veinticinco años atrás. No quería mirar al costado, porque sabía que ahí estaría él. No le daba miedo su presencia, sino que temía que la riñera por no haberse levantado de la cama aún.

Lo recordó mientras estaba aún con vida, como si el tiempo no hubiera pasado un solo segundo, o al menos eso ella creía. O era su imaginación la que había distorsionado todo y el recuerdo una deconstrucción de cómo había realmente sucedido. Recordó la última vez que lo había visto con vida. Feliz, salió al jardín a jugar con Beto, su hijo, sin saber que horas más tarde tendría un infarto en la bicicleta con la que iba a trabajar a la lechería de la que era administrador. Su sonrisa la acompañaba. Sentía que su espíritu no la había abandonado, que su deber era cuidarla. Su hijo ya se había marchado tiempo atrás y sólo la iba a saludar ocasionalmente, siendo sus visitas cada vez más espaciadas a medida que pasaban los años. Sabía que algún rato la dejaría de ver aduciendo cualquier excusa.

Vivía en la casa que le había dejado su padre y se había negado a vender, a pesar de que la zona se había poblado y las casas habían adquirido mayor valor. Su hogar era un pequeño oasis en una zona llena de edificios de departamentos para estudiantes, especialmente extranjeros quienes habían llegado en grandes cantidades por las posibilidades que tenían de estudiar medicina. El pequeño alquiler que recibía de su inquilino le permitía llegar con lo justo a final de mes y cuando intentaba subirle la renta, éste se molestaba y la amenazaba con irse, lujo que no podía darse.

Seguía tendida en la cama y sabía que no aguantaría más, ya que necesitaba con urgencia entrar al baño. Intentó nuevamente levantarse y esta vez pudo mover su pierna derecha, aunque sentía un dolor intenso en la parte trasera de la espalda que la paralizaba. Con la ayuda del velador y de la pared, logró pararse y se dirigió al baño, apoyando sus manos en las paredes que le servían de soporte. Una vez ahí, comenzó a recuperar su movilidad, aunque el dolor no la abandonaba y sólo podía dar pequeños pasos.

En la cocina, a la que llegó con dificultades, se preparó un té y se calentó un pan que quedaba del día anterior. Desayunó sin mucho ánimo, casi triste, sintió el silencio, le sonrió a su papá y supo que ya todo estaría mejor, que llegó el momento de vender la casa, que era tiempo de dejar a los fantasmas atrás y vivir una nueva vida libre de los recuerdos que la atormentaban, que era hora de seguir adelante con su vida, que le había tomado mucho tiempo comprenderlo.

Se levantó de la mesa rápidamente, olvidándose por completo del dolor, perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo. A pesar de sus desesperados intentos, ya su cuerpo no le respondería. Había perdido su última batalla y pronto acompañaría a su padre quien, finalmente, descansaría.

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