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Quién miente y finge más, gana

Las cosas son como son. Cuando se ataca a los medios de comunicación por ser irresponsables y manipular la información para favorecer a ciertos líderes políticos o desprestigiarlos, también debemos pensar en que el sistema político en las democracias modernas convirtió a los medios de comunicación en sus servidores más tenebrosos. La mutua manipulación entre la política y los medios de comunicación es sumamente clara, ambos siempre mienten y seguirán mintiendo para beneficio personal o corporativo.

Los medios de comunicación han parido al “liderazgo personalista” del marketing político haciendo que deliberadamente se busque el escándalo, la historieta y se cultive la característica superficial pero teatralizada. La consecuencia es la reducción de la política a las anécdotas; en medio, el televidente se pronuncia menos sobre la orientación política, la ideología de los partidos o el grado de solvencia de las promesas y ofrecimientos, que sobre los fetiches del marketing político. En realidad, si caemos en la trampa de los medios de comunicación y el liderazgo personalizado, solamente ganamos una reacción emocional, quedando ciegos ante un necesario sentido crítico.

Los medios de comunicación evitan las cuestiones de fondo o las discusiones argumentadas, ingeniándose para simplificarlo todo. Esto favorece a los constructores del “carisma mediático” y a las oficinas de propaganda que buscan estimular sentimentalmente a los ciudadanos, adormeciendo su pensamiento y preparándolos, a su vez, para reaccionar instintiva e irracionalmente frente a los escándalos y el sensacionalismo.

Los asesores en comunicación política harán estudiar a cualquier farsante, las poses durante las declaraciones, los gestos durante los discursos, el tipo de ropa a lucir, agregando también una dosis de eslogan, frases altisonantes y, sobre todo, adiestrándolos acerca de cómo y cuándo huir de los debates racionales con argumentos sustentados en evidencias o conocimientos.

Son estas tendencias las que se observan en la personalización como condensación de imágenes en la televisión. Los carismas artificiales son el arquetipo parsimonioso, escandaloso y fingido. La entonación de voz al exponer los discursos ha sido entrenada, tal como las candidatas a un concurso de belleza que se cuidan de no pronunciar mal una palabra, al mismo tiempo que sonríen y seducen. No hay otra explicación que valga, que la personalización de la política, obsesionada por establecer un nexo entre la comunicación política, las mentiras y la desinformación.

La propaganda martillará nuestros ojos con imágenes de un éxito vacío e inexistente. El rostro de algunos líderes y varios presentadores de televisión parece elevado hacia una luz sobrenatural. Así, el carisma tendría que alcanzar el Olimpo de los sentimientos elevados donde cualquier contradicción política estaría resuelta. Una suma de imágenes positivas tiende a idealizar positivamente a unos protagonistas, concediéndoles un aura especial, mientras que otros están condenados al anonimato.

Al mismo tiempo, las imágenes negativas de la crónica roja se condensan e identifican en personajes antagonistas. La consecuencia es una comunicación reducida al conflicto y a la confrontación (en lugar de la deliberación y el análisis imparcial), en el que los protagonistas mistificados compiten por apropiarse de las idealizaciones positivas y por transferir las imágenes negativas a sus opositores. Los no protagonistas pierden la posibilidad de participar en un sistema democrático y deliberante, quedando reducidos a ser espectadores de las fabulaciones o mitos del liderazgo mediático.

El peligro de toda personalización mistificadora conduce al espectador a fijarse más en la apariencia y las peleas de quienes se agreden frente a los medios masivos y apenas recuerdan sus ideas o argumentos. La comunicación política sustituye las ideas por las imágenes impresionantes y las acciones políticas buscan el instrumento comunicacional de la personalización para evadir siempre la demostración de ideas claras u honestas. Hoy en día, hay que poner en el centro de la crítica a nuestra cultura política, preñada de autoritarismo, dramas epopéyicos y evocaciones heroicas que apelan al irracionalismo, antes que a la voluntad por construir una opinión pública bien informada, consciente y veraz.

Franco Gamboa Rocabado es sociólogo.

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