Recuerdo que siendo niño, mis papás se ocupaban de darme -según sus posibilidades- lo que yo precisaba en términos de alimentación, salud, educación y vestimenta. Con el transcurrir del tiempo, al ir formándome e independizándome, empecé a tomar decisiones y a asumir responsabilidades, a valerme por mí mismo. A Dios doy gracias por sus vidas, porque solo al pasar por lo que ellos pasaron pude darme cuenta de cuánto sacrificio había implicado a mis padres el cuidarme, educarme y proveerme de lo necesario, a fin de forjar un hombre de bien.
Me acuerdo, por ejemplo, que mi mamá se encargaba de mi vestimenta, y a ella le debo los primeros ternos que vestí desde pequeño para ocasiones trascendentales, aunque, crecidito ya, igual me los regalaba por su inmenso amor de madre. Los ternos que mi mamá hizo confeccionar por décadas, para mi papá como para mí, eran muy afamados por el experto sastre que los hacía y, si bien no eran baratos, valía la pena el gasto porque duraban años.
Ahora paso a contar una anécdota: en cierto momento decidí hacerme coser yo mismo mis pantalones y comprarme un par de ternos, pues por mi trabajo solía viajar bastante. Como se podrán imaginar, fui donde el afamado sastre para encargarle dos ternos y quise aprovechar llevándole –para que me lo arreglara– un pantalón que me había hecho confeccionar por ahí nomás y que ya no me quedaba.
El reconocido sastre lo examinó de arriba abajo, analizó su diseño, lo dobló cuidadosamente y me dijo: “Joven Rodríguez, lléveselo nomás, no se lo puedo arreglar”. Perplejo, no pude resistir el inquirirle la razón para no poder hacerlo, dada su extrema pericia: “Es que tiene un defecto congénito”, dijo. “Y eso ¿qué significa?”, le pregunté. “Que está mal diseñado, así que para arreglarlo lo tendría que deshacer y no se justifica”, me respondió. Así que tuve que resignarme a no volver a usarlo…
¿Por qué cuento esta historia? Porque ese día aprendí que en la vida hay muchas cosas que el ser humano hace -que parecen buenas en su génesis- pero están mal.
Este relato lo he puesto de ejemplo a los colegas periodistas que, en su buena fe, me han preguntado tantas veces: ¿Cómo se podría arreglar el intríngulis del segundo aguinaldo? ¿Pagando en cuotas? ¿Pagando en especie? ¿Pagando en otro mes?
Cuando les cuento esta anécdota -haciendo un paralelo- entienden que el doble aguinaldo no empezó bien y que difícilmente tendrá compostura: Insistir en algo mal concebido puede implicar tal costo, que mejor sería dejarlo de lado…