No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que a lo largo de la historia universal hubo muchos presidentes y otras altas autoridades de Estado que hundieron países, economías y acabaron con millones de vidas, solo gracias a un estado de su mente, cuyo funcionamiento se ha situado en un lugar muy apartado de lo que la psicología puede calificar como normal.
Adolf Hitler, Benito Mussolini, Iósif Stalin, Mao Tse -Tung, Kim Jong-Un, Sadam Hussein, Daniel Ortega, Hugo Chávez, Silvio Berlusconi, Muamar El Gadafi y Nicolae Ceauşescu son algunos de los que hicieron y hacen, en su tiempo, gemir a sus gobernados. Pero, claro, en realidad esto de los desórdenes mentales de gobernantes no necesariamente tiene que ver con que quienes están comprendidos en estos rangos de trastornos de la personalidad, estén dispuestos a degollar a sus adversarios o exterminar la especie humana, aunque más de uno de los anteriormente nombrados sí tuvo un paso por el poder para efectivamente aniquilar razas o destruir ideas políticas, según el caso.
Durante el último proceso eleccionario en la república argentina se produjo un acalorado debate, más para el espectáculo mediático que por honestas intenciones, entre los entonces candidatos que llegaron a segunda vuelta, Sergio Massa y Javier Milei, para someterse a un examen psicotécnico a fin de establecer si tenían un equilibrio mental y contacto con la realidad que garanticen el ejercicio de una presidencia libre de factores que tengan que ver con alguna condición psicológica no recomendable. Finalmente, el caso llegó a instancias judiciales, que determinaron la no procedencia de un acuerdo aparentemente consensuado entre los dos aspirantes, en tanto ninguna regulación normativa para la elección de la primera autoridad del Estado lo contemplaba.
Pero es evidente que los candidatos a presidente, vicepresidente y otras altas autoridades en cualquier país deben estar revestidos no solo de condiciones de probidad intelectual y/o profesional, de un dominio de las áreas que la conducción del Estado requiere, sino que además tendrían que probar mediante mecanismos idóneos estar en condiciones mentales adecuadas. Y ya comprobamos que en nuestro medio la selección de acompañantes de fórmula se hace con criterios estrictamente políticos, sin importar los antecedentes éticos, técnicos o, para el caso que hoy nos ocupa, de salud mental. Hoy estamos viendo qué importante es, primero, para quien encabeza la fórmula, un equilibrio psico-emocional de quien aspira al segundo mandato, pero principalmente para el país en general, que es quien debe soportar la incertidumbre de un binomio por el que, en su momento, depositó su esperanza.
En Estados Unidos, no obstante no haber una legislación para un examen psiquiátrico o psicológico, en el pasado inmediato ya hubo ensayos sobre la conveniencia de Pruebas de Competencia Mental entre los candidatos a la presidencia, iniciativas que han recibido amplio apoyo de académicos constitucionales y médicos.
Bolivia, tal vez más que la mayoría de los países del orbe, ha tenido la experiencia de presidentes como Evo Morales, sobre el que, si bien no existe un diagnóstico médico oficial sobre su salud mental, no hizo otra cosa que demostrar un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, una conducta narcisista y un desprecio hacia las opiniones de los demás (Síndrome de Hubris). La mitomanía de su vicepresidente y la conducta del actual segundo mandatario nos debe hacer reflexionar a cerca de la incorporación de un test psicológico previo al registro de la candidatura como requisito sine qua non que la ley tendría que contemplar para descartar —en su caso— a aspirantes con personalidades peculiares. De hecho, tal requerimiento sería, y de lejos, más provechoso que exigir el dominio de un idioma nativo, que, por otra parte, desde su incorporación al ordenamiento jurídico, nadie ha cumplido. Winston Churchill, quién lo creyera, padeció de trastornos mentales, como la depresión, con cuyos episodios severos tuvo que lidiar hasta su muerte, siendo el alcohol su mejor aliado.
Las personas que ocupan un cargo público de tanto poder como las dos primeras magistraturas deben someterse a un análisis psicológico porque eventualmente podrían ser personalidades muy peligrosas, según Jesús Matos, experto en equilibrio mental. Esa afirmación apunta al centro de la diana, ya que estudios serios demuestran que el porcentaje de psicópatas en cargos de poder alcanza hasta un 40%, según el psicólogo británico Kerbin Dutton, entre narcisistas, paranoides y esquizoides.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor