Santos Domínguez Ramos
“Por mi parte, estoy segura de que él es el asesino, pero me falta la última prueba, la definitiva.”
Así comienza ¿Fue él?, un relato que, por debajo de su superficie aparentemente simple, revela en la complejidad de su intriga y en su fondo elusivo la ejemplar maestría narrativa de Stefan Zweig.
Es uno de los títulos que recoge la monumental edición de sus Cuentos completos, que acaban de llegar a las librerías publicados por Páginas de Espuma con una admirable traducción de Alberto Gordo.
Ordenados cronológicamente, desde los iniciales Sueños olvidados y Primavera en el Prater hasta el póstumo Novela de ajedrez y el inacabado Wondrak, se reúnen en este impresionante volumen casi medio centenar de títulos entre cuentos y novelas cortas que resumen más de cuarenta años de la narrativa breve de Zweig.
Cuarenta años que reflejan no sólo su evolución literaria, sino también la repercusión que tuvieron en su obra acontecimientos trágicos como las dos guerras mundiales que demolieron el esplendor de aquella Viena en la que Zweig había vivido y donde escribió sus primeras obras.
Por eso, leídas cronológicamente, estas narraciones dibujan la ruina de una civilización y su repercusión en la mirada cada vez más desolada y en la escritura cada vez más sombría de Zweig, testigo y víctima de la desaparición del que llamó en sus memorias El mundo de ayer.
Uno de sus mejores relatos, Mendel el de los libros, de 1929, marca claramente esa inflexión hacia el fin de una época ya desaparecida. Se cierra con una frase en la que Zweig reivindica que “los libros solo se escriben para unir a las personas más allá de su propio aliento y para defendernos del implacable enemigo de cualquier vida: la transitoriedad y el olvido.”
La sutileza psicológica, el trazado profundo de los caracteres y las indagaciones en las zonas oscuras de la conciencia son algunas de las marcas propias de una técnica narrativa que permite entrar en los mundos secretos de la conciencia, que Zweig explora bajo la influencia del psicoanálisis para revelar las obsesiones de sus personajes complejos y sus relaciones conflictivas con un mundo problemático.
La relación entre los textos y el contexto histórico y cultural que reflejan, la profundidad en el estudio de los personajes femeninos, la introspección emocional en la condición humana, el conflicto entre la realidad y el deseo, entre la voluntad soñadora y el destino de una existencia prosaica y anodina, entre la pasión amorosa y el dolor, la melancolía y el paso del tiempo son una constante de estos relatos ágiles e inquietantes en los que la intriga subterránea se expresa a través de una excepcional fluidez estilística y de la admirable agilidad en su ritmo narrativo que lleva al lector a recorrerlos de un tirón.
Zweig no fue ni de lejos el mejor escritor de su tiempo. No es difícil enumerar diez o doce novelistas y ensayistas indiscutiblemente superiores. Pero dominó con maestría de artesano el arte de la narración corta, como demuestra este volumen.
Están en sus casi mil quinientas páginas varias obras maestras de la narrativa breve, del cuento y la novela corta, en la nueva traducción que ha preparado Alberto Gordo para esta edición enriquecida con las ilustraciones del artista Arturo Garrido.
Cuentos y novelas cortas como Los milagros de la vida, El amor de Erika Ewald, Ardiente secreto, Miedo, Amok, Carta de una desconocida, La mujer y el paisaje, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Mendel el de los libros o Novela de ajedrez son algunos de los magistrales relatos incluidos en este volumen con el que Páginas de Espuma sigue recopilando algunos de los mejores cuentos de los dos últimos siglos.
Así comienza la que quizá sea su mejor narración, la memorable Novela de ajedrez:
“En el gran buque de pasajeros que zarparía a medianoche de Nueva York con destino a Buenos Aires reinaban la habitual actividad y el ajetreo de la última hora. Los acompañantes se agolpaban y se confundían para despedir a sus amigos; mensajeros de telégrafos con las gorras torcidos atravesaban los salones comunes gritando nombres; se cargaban maletas y flores; niños curiosos subían y bajaban la escala, mientras la orquesta amenizaba sin descanso el deck show. Algo apartado del tumulto, en la cubierta de paseo, yo estaba charlando con un conocido, cuando estallaron junto a nosotros dos o tres intensos fogonazos; al parecer, los reporteros estaban entrevistando y fotografiando a algún famoso poco antes de su partida. Mi amigo miró hacia allí y sonrió.
-Llevan ustedes a bordo a un tipo singular, a ese tal Czentovic. “