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Cuento de José Miguel Sandoval

EL SUSURRO DE LOS ÁNGELES

Mientras el pequeño niño jugaba perdido en sus fantasías, empezó la tormenta al final del pasillo.

Primero era una llovizna de murmullos suaves cargados de dolor y frustraciones, los cuales poco a poco se fueron transformando en dagas envenenadas por el odio y el rencor, que día a día y por varios años se habían acumulado entre las frías paredes de esa habitación.

Hasta que final e inevitablemente, escapó furioso el estruendoso relámpago de insultos y acusaciones, que iban y venían impunes por el corredor de la casa, hasta que inclementes, golpeaban con vileza los oídos inocentes del infante.

Aterrorizado, escuchaba en silencio toda esa violencia verbal que era foránea a su entender; y sin duda, también era ajena a sus sentimientos. Naciendo de esta manera, en su joven y atormentada mente, la idea de que esos espectros de agresividad debían venir de alguna malvada y oscura dimensión, cuyo nefasto portal se abría en algún lugar en lo profundo de su hogar.

Él jamás podría entender, toda esa rabia que con amargura el tiempo acumuló; ni tampoco, el dolor causado por la esperanza perdida en el infructuoso intento de resucitar un sueño hace mucho tiempo había muerto.

Frustraciones que día a día se sembraron en los corazones de los que otra hora fueron amoroso padres y dulces amantes.

¿Cómo es posible que ese niño fuera ser capaz de comprender todo aquello, cuando en su pecho solo sentía amor por ellos?

Entonces, con la respiración convulsionada y arrítmica, angustiado trató de alejarse, dejando atrás sus juegos y juguetes, para así acurrucarse en la esquina más lejana de su cuarto. Mientras, tembloroso miraba a la puerta por donde entraban los horrorosos fantasmas que le gritaban los insultos, como si realmente hubieran sido enviados contra él.

Y de esta manera, sintiéndose abandonado en un páramo desolado, empezó a guardar cada palabra en dentro de sí; masticando entre sus dientes la sensación de culpabilidad por todo lo que estaba pasando.

Como era de esperar, tan pequeño recipiente no tardó mucho en llenarse. Llegando al borde mismo de la desesperación. Se tapó los oídos con sus manitas, al mismo tiempo que tarareaba una canción de cuna para tratar de callar los estruendos.

Luego, cerrando los ojos, trató de escapar subiéndose en las alas de la imaginación, para salir volando hacia las praderas primaverales de aquellos añorados tiempos, en que “mamá” y “papá” se abrazaban con afecto y con caricias dulces le susurraban lo mucho que lo amaban.

Sin embargo, los vientos como los sentimientos fueron cambiando, trayendo consigo las oscuras nubes de la perversidad que desde su rincón oía todos los días.

Hace mucho tiempo que le era negada una caricia, la cual ansiaba en una espera infinita; y en vez de una sonrisa, solo le llegaban palabras ácidas que lo reprimían por la más insignificante de las nimiedades.

Sus padres, que vivían inmersos en una desquiciada lucha, injustamente se desquitaban con él; volviéndose incapaces de darle amor, con los mismos labios con los que se destruían entre ellos.

La dulzura se perdió en conversaciones agrias, que surgieron de mentes ofuscadas por el rencor; y las sonrisas, fueron rotas en aquellos rincones donde salvajes golpes las dejaron tiradas, completamente cubiertas de lágrimas y escupiendo sangre.

Pero la tormenta cada vez tomaba más fuerza; llegando a convertirse en un arremolinado y terrible huracán de gritos. Parecían vientos que por momentos iban a arrancar el techo de la casa y a la casa misma de sus cimientos. Esos gritos estremecían los muros de la habitación y así también desgarraban el alma del niño.

Hasta que él no pudo seguir conteniéndose. Con el rostro colorado, empezó a gritar una y otra vez:

—¡Paren! ¡Por favor, ya no peleen! — llenando con sus chillidos la recámara, el pasillo y toda la casa. Cuando ya no pudo gritar más, abrió los ojos y se encontró con un sepulcral silencio.

La guerra que se había desatado, parecía haber entrado en una inexplicable y tensa tregua.

Entonces, unos pesados pasos se oyeron venir presurosos por el corredor y por la puerta asomó su padre. Tenía el semblante sombrío y los ojos rojizos, llenos de una mezcla de tristeza y vergüenza.

Miró a su hijo retraído en la esquina de la habitación y como tratando de justificarse, le dijo:

—No puede ser amor, si saca lo peor de nosotros — luego solo siguió su camino yéndose para jamás volver.

Era claro que los llantos despertaron a aquel hombre de su furor; y este, no pudo soportar la impresión de verse a sí mismo convertido en esa bestia grotesca, cruel y violenta.

Al escuchar cerrarse la puerta de la salida, el pequeño se levantó presuroso para tratar de alcanzarlo gritando:

—¡Papito, no te vayas! — más al abrir la puerta solo había una calle vacía, llena de ausencias que le durarían el resto de su vida.

Inconsciente de ello, el niño se dio vuelta y corrió hasta el final del corredor buscando a su madre. Al llegar al cuarto donde ella estaba, le dijo exaltado:

—¡Mamá, papá se fue…! — pero inmediatamente su voz fue enmudecida por la visión de destrucción que ahí yacía; dejando en evidencia, los rastros que la locura desató como un poderoso tifón de odio, entre esas paredes.

Encontró a su madre jadeante en el piso y con la respiración entre cortada. Él se le acercó y repitió con timidez:

—Mamita, papito se ha ido.

En ese instante ella empezó a llorar angustiosamente, mientras aún seguía tendía en el suelo. Su llanto se proyectaba con sonoros ecos a través toda la casa, profundizando la tragedia de este drama.

Aun así, el instinto de su hijo lo llevó a persistir en su búsqueda de afecto, dentro de ese hogar abatido por los vientos.

De esta forma, es que con una mezcla heterogénea de emociones que se revolvían en su vientre y el corazón acelerado, se lanzó al abismo cruzando el umbral del ojo del huracán, para acercarse sigiloso a su madre y tratar de reconfortarla con un abrazo.

Pero ella inmediatamente lo empujó, haciéndolo caer al piso mientras le gritaba:

—¡No me toques y déjame sola!

El hijo con el rostro pálido y los ojos cristalinos, se disculpó con voz quebradiza:

—¡Perdóname mamá! — luego se levantó para salir con prisa y al derrumbarse sobre su cama, dejó salir de su corazón los llantos más amargos jamás oídos por alguien; hasta que finalmente se quedó dormido, soñando con una vida que solo existía atrapada en el mundo de los recuerdos y en las fotografías que colgaban de las temblorosas paredes.

Luego de algunas horas y a mitad de la noche, una sombra sigilosa entró tambaleante en la recámara y recostándose al lado del pequeño empezó a acariciarle los cabellos.

El niño al despertarse, vio a su madre junto a él e inmediatamente le dijo:

—¡Perdóname mamita! No sé qué fue lo que hice, pero por favor perdóname por hacerte sufrir…

Su madre lo interrumpió abrazándolo con dulzura y le contestó:

—No hijito, soy yo la que te pide perdón. Tú no tienes la culpa de todo esto y fui muy injusta contigo.

—Mamá ¿qué fue lo que pasó entre ustedes?

—Tu padre y yo nos hicimos mucho daño. Por mucho tiempo nos lastimamos y humillamos, hasta que no pudimos contenernos y nos convertimos en monstruos.

—¿Crees que papá regrese algún día?

La mujer guardó silencio por un momento y con tristeza en su voz confesó:

—No lo sé, pero desde el fondo de mi corazón deseo que así sea.

—¿Por qué? ¿Acaso ya no te ama? — insistió el pequeño.

Ella acarició tiernamente el inocente rostro de su retoño y le contestó con resignación:

—Tuvimos tanto amor que no supimos que hacer con este y pensando que nunca se nos iba a acabar, lo desperdiciamos.

El hijo devolvió la caricia y besando la mejilla de su madre, le susurró al oído:

—Mamita, yo nunca dejaré de amarte.

Esa noche, una madre y su hijo, se susurraron entre dulzuras y sonrisas: “Te amo”.

Igual que hace años, lo hicieran cariñosamente unos amantes en la habitación al final del pasillo; como también, lo hizo alguna vez una familia, en esa casa a la que llamaban “hogar”.

Y así, tomándolos entre sus alas tal cual ángeles, estos tenues y amorosos murmullos los elevaron al cielo, devolviéndoles la alegría que tuvieron, antes de que a sus vidas llegara la furia de la tempestad.

Biografía

Nació el 13 de febrero de 1980, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). A Los 14 años hizo su primera Antología de Cuentos. El 2011 ganó un concurso de Ideas Emprendedoras con el Proyecto Editorial «El Peregrino», proyecto que luego se convertiría en Editorial «Soy Livre», con la cual ha publicado en calidad de Compilador y Co-autor las Antologías Macabro Festín (2018), A Cuentaviento (2019) y El Sabor de los Secretos (2020)

Bibliografía

• Dark Eyes (2017)
• Sentidos Húmedos (2013)
• Cuentos de Hadas y Gigantes (2010)
• En Busca del Edén (2006)
• Fortaleza del Silencio (1994)

Contacto

Email: director@soylivre.com
Fan page: www.facebook.com/editorialsoylivre/

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