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Crisis

Me propongo en una semana retomar un largo texto que vengo rumiando por años. Mi amigo el Arcángel me escribe hace unas horas que apenas sale de la clínica de crisis, que se irá a vivir un mes con Omar y después verá. A los 66 la vida no tiene senderos de sobra. Se tiene que lidiar con miserias asociadas al tiempo. Lejanos los días de permitir que ella vaya y regrese. En el espacio entre el pulgar y el índice, en cada mano, tiene tatuados, en burdo trabajo, los nombres de su madre y el de guerra suyo. “Indio”, le decían. Esa piel está arrugada, ahí donde suele descansar la cacha de la escuadra, pistola para quienes desconocen la jerga, hay pliegues que al verlos da hasta pena disparar. Ni para darle a muñecos de cartón.

Se escurre el río Bravo entre arbustos inundados. Una víbora de piel oscura cruza indolente la frontera no marcada. Hay restos de neumáticos, ropa húmeda abandonada. Acabo de salir, continúa, me devolvieron teléfono y documentos. Las venas muestran diminutos agujeros de sedantes y durmientes. Mañana te llamaré, prometo, Denver estará oscureciendo; inmensos árboles retienen el viento y en los callejones muchachas en bicicleta buscan comida en los basureros. Imperio del hielo: metanfetamina y fentanilo. Un maniquí desnudo me asusta al principio, lo creí aparición cuando llegaba de amanecida. La brisa le mueve los cabellos plásticos. El Arcángel parece despierto en el sótano, hay luces opacas de sus criaderos de hongos. Su caja fuerte guarda ocho mil en efectivo.

Tuestan el sushi con soplete. Trucha, atún, salmón. Wasabi color de bosques en dibujos animados. Miro por las medias ventanas y solo veo silencio. Los hongos alucinógenos crecen hasta que el dueño los devora por docenas. Con fondo de Pink Floyd se ha lanzado en nave a lo desconocido. Hoy no podrá hablar. Veo su OVNI personal cruzar mi ventana que da a la terraza, se pierde detrás de la mansión Cass, sigue hasta los rascacielos, la luna tornó pálida, el agua de la canilla chorrea color durazno. Acomodo la almohada, en mente acaricio a aquella a la que hoy le tocó la suerte y me duermo. Una tos persistente me despierta, el Arcángel se ha sentado a ver la escarcha. Diez millones de ratones habitan el subsuelo de la ciudad, se esconden en las casas en invierno. Con pasos mínimos huelen al hombre espacial, saben que viene de las estrellas. Pongo de fondo a Janáček y trato de seguir durmiendo.

Voy bajando la flecha del ordenador en busca de nuevas guerras, usuales muertos. Mido, para enmarcar, el dibujo de Alfred Kubin de un ser descabezado. A la par de Nietzsche iba presintiendo. En El Concilio de amor, Oskar Panizza retrata a Jesucristo como “el enfermo”. El enfermo guía a diez millones de ratones de las catacumbas de Denver, mago de Hamelin. Donald Trump encabeza a setenta millones de analfabetos a levantar nuevos Treblinkas, hienas en celo vueltas diputadas ya se imaginan vestidas en trajes militares negros escupiendo calaveras. Grosz, cuando homenajeaba a Panizza, lo veía todo con ojos de fotógrafo.

El río Bravo se puso turbio, viene en avenida. Lleva cabritos y escuincles, mujeres grávidas e ingrávidos polleros. Los deudores morosos cuelgan del techo, qué tristes se ven sus otrora machistas lingas así, tan pequeñas parecen, tan mustias, peor cuando se las cortan y se diría son escupitajos de pavo. Siglo veintiuno cambalache, problemático y febril.

Reviso mis notas escritas a mano en los reversos de recibos de tiendas. Detalles de lenguaje, apodos, palabras en español antiguo que de Cervantes pasaron directo al narco de Tamaulipas. Cuando manejamos por las ciudades, tantas reunidas en una, el Arcángel y yo comemos tacos baratos, de a diez el tres aunque antes eran a uno, o pollo frito de los esclavos de Louisiana, o burritos cubiertos de chile verde, tomatillo y picante disueltos en licuadora. Frijoles charros, frijoles puercos, otras variedades también. Frijoles divorciados.

Chile poblano, verde oscuro; chile Anaheim, verde claro. Al serrano cuando está seco se le dice chile de árbol, muy parecido a nuestro ají pero menor en tamaño. Al manzano, similar al locoto, al secarlo lo nombran cascabel y al mirasol, guajillo. Con chile rojo picoso, pido; tres tacos con verde, ordena Gabriel. La muchacha que atiende carga culo de diosa. Mugrienta cocina, carnicero con delantal sangriento. Cebo de víbora, desgrasador, toda suerte de mejunjes mágicos, piedra alumbre para axilas hediondas, hierbas y ungüentos que auguran poderosa erección, Paricutín presto a litros de lava. En los corridos perrones la llaman “lechita”, cumbre del amor, ofrenda final a la hembra de parte de su gallo clueco. De ahí a amarrar cananas y salir a la matanza, horrible matazón defendiendo al hijo del Chapo, el Chapito que llorará para siempre en Florence, Colorado, la infame ADX, cárcel que Luzbel, Samael y Belial calificaron como peor que el infierno. Los que cortaban lenguas y derretían cuerpos en ácido lloran estilo Magdalena. Ya no quedan hombres bragados, puro pinche pelele.

El río Bravo arrastra el llanto de mi amigo recién dado de alta en la clínica de crisis. Delantal y trasero pelado atrás. Deambular con vasitos de plástico de drogas volteadoras. Doctores que preguntan si te tiró tu padre o tu madre, o el padrino o el novio, o el abuelo que convoca a la nieta mientras él está sentado en el inodoro. Lo escuché, esperando mi juicio, de traje naranja felón, yo, encadenado de tobillos y muñecas, rabioso perro de matorral. El viejo hijo de puta gime y pide perdón pero le avientan años; para él significa condena a muerte. Si tanto los amo, yo no quería. Desaparece; ahora juzgan a un ladrón, traje azul. El mío podría ser albaricoque, mandarina, melocotón, papaya. Distraigo la mente con pensamientos frutales esperando sentencia.

Se perfila el fin del viernes. Mi primo desde San Diego me anuncia que traerá de regreso Tarabas, de Joseph Roth, que le presté diez años atrás. ¿Si me siento solo? Sola está la noche, abandonada, le he cerrado cortinas y ventanas, rasca en forma de viento para que la deje entrar pero no deseo un eclipse. La luna me pide verla, si dijiste que me querías, alega. Eso fue ayer…


Imagen: Ricardo Carlos/La calavera chingona

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