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¿Confianza en las instituciones…?

¿Cómo se puede depositar confianza en algo que no funciona y está corrompido hasta su médula? Reconstruyéndolo, renovándolo, poniéndolo en forma.

A diferencia de algunos libertarios, anarcocapitalistas y otros derechistas radicales, que generalmente plantean dinamitar el Estado (o reducirlo a su expresión mínima), yo considero vital seguir creyendo en las instituciones públicas como entes reguladores de una convivencia razonable entre ciudadanos. Por tanto, estimo que la confianza que las personas depositen en ellas será vital para reconstruir un sistema hoy a todas luces estropeado por casi veinte años de un régimen antidemocrático. Pues, sin instituciones como un Ministerio de Educación o de Salud, un Congreso, un Órgano Judicial, una Policía o un sistema penitenciario, por mencionar solo algunas, ¿cómo la vida en comunidad, base de la libertad individual y la supervivencia como especie humana, sería posible?

No cabe duda de que el crecimiento desmesurado del Estado boliviano en tiempos del Proceso de Cambio, como ocurrió luego de la Revolución Nacional de 1952, corrompió casi todas las instituciones públicas; tampoco de que un gobierno racionalista y ético eliminaría varias de aquellas, tales como la Procuraduría, Diremar o muchos viceministerios (como el de Medicina Tradicional), que fueron creados premeditadamente para hacer creer a las masas que sus demandas serían satisfechas y para otorgar empleo a los adherentes del partido. Pero tampoco habría que dudar de que, eventualmente, el empresario privado no podría cubrir la demanda de, por ejemplo, educación y salud en ciertas áreas, en las cuales sería el Estado el que debiera proveerlas. No debe olvidarse que no puede existir libertad cuando no hay emancipación material y tampoco cuando no hay un árbitro que sanciona las faltas. Por todo esto, es importante recordar, como demócratas, que las instituciones no son malas en esencia y que el liberalismo, tanto político como económico, tiene parte de su fundamento filosófico en ellas.

La falta de confianza en la esencia de las instituciones puede erosionar más el piso democrático de una sociedad. Por ejemplo, en las situaciones siguientes: si un liberal desencantado con el régimen o un anarquista que se rehúsa a votar en las elecciones, dejan de ser parte de la comunidad y se rehúsan a, por ejemplo, asistir a procesos electorales o resolver controversias a través de la justicia ordinaria, podrían ser una especie de parias que resuelvan sus problemas a través de medios ilegales o violentos.

El problema es que una parte de liberales/libertarios/conservadores latinoamericanos que refunfuñan y predican en medios y redes sociales no entienden bien lo que es el liberalismo. Esta doctrina, bien aplicada, funciona de manera más flexible y creativa de lo que ellos creen y quisieran; en Europa, por ejemplo, se fundamenta en pactos y coaliciones con otros partidos y su péndulo está hacia la izquierda o hacia la derecha, según la circunstancia.

Para restaurar la confianza en las instituciones, se necesita un espíritu crítico que, desde el liberalismo, ponga en duda las bondades del liberalismo. Me explico. No hay duda de que la democracia y el liberalismo están en crisis, por diversos factores. Durante la pandemia de la COVID, por ejemplo, fue más eficiente en el control del virus el autoritarismo chino que una blanda democracia estadounidense o sueca. Por esto, ¿no debería el liberalismo replantearse y autocriticarse implacablemente? ¿No es su esencia autocorregirse en vez de quedarse en un cómodo lugar? Estamos de acuerdo en que cuando las sociedades se liberan de la pobreza extrema, el miedo y el dogmatismo, aquellas convergen hacia un modelo ético universal, vinculado con la confianza en la razón, la participación en el poder político y las seguridades jurídicas, las cuales ya se consiguieron en algunos países desarrollados. Sin embargo, aquellos no son de ninguna manera logros irreversibles: pueden colapsar si no se trabaja en preservarlos y fortalecerlos. Nada nos asegura un final feliz.

Por todo ello, trabajar en la confianza en las instituciones públicas es importante, tanto como votar por el candidato y el partido que más señales den de poder reconstruirlas.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social

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