Alvaro Vasquez / Inmediaciones
Cuando cursaba los primeros años de colegio, aún se publicaba el vespertino Última Hora. Yo, que apenas estaba aprendiendo a leer, esperaba a que mi padre llegue del trabajo con el periódico para leer la tira cómica de Mafalda, que se publicaba diariamente.
A veces ni entendía lo que quería decir Quino (Mafalda está lejos de apuntar al segmento infantil), pero a través de la lectura diaria, sus personajes se volvieron parte de mi vida. Años después, releí todas las tiras (creo haberlas entendido bien, esta vez) en el libro Todo Mafalda, y sigo leyéndolas los domingos en La razón, que aún las publica actualmente.
Hace muchos años, Mafalda fue llevada a la pantalla grande, y se proyectaban esos cortos antes de la película principal. No recuerdo la película, pero sí recuerdo que ver a Mafalda en el cine, ¡y sobre todo escuchar su voz!, fue para mí una experiencia casi traumatizante, y no exagero nada.
Resulta lógico que Mafalda haya tenido acento rioplatense, pero mi Mafalda no hablaba así (de hecho, no hablaba), y así aprendí a quererla. La voz rasposa de Manolito me resultaba más que extraña, casi antipática, porque mi Manolito no hablaba así (ya saben, tampoco hablaba). Nunca más volví a ver a esos personajes fuera del espacio que ocupan sobre una hoja de papel, y en blanco y negro, solo así puedo relacionarme con ellos.
Creo que esa experiencia es la que me volvió tan renuente a ver adaptaciones cinematográficas de novelas que haya leído antes. No vi El gran Gatsby (apenas unos pedazos por televisión, y di Caprio no da la talla frente al Gatsby de mis lecturas), tampoco vi La insoportable levedad del ser, pese a que en ella actúa Daniel Day-Lewis, como tampoco quise ver la versión cinematográfica de El señor de las moscas, de William Golding.
¿Si alguna vez caí en la tentación de ver en pantalla la adaptación de algún libro? Confieso que sí. Pero no terminé de ver El extranjero, basada en el gran libro homónimo de Camus (me sentía un traidor, creo); me parece que Drácula del gran Francis Ford Coppola no le hace justicia a la novela de Bram Stoker; y aunque me encantó Apocalypse now de Coppola, me consuela pensar que no es una adaptación de El corazón de las tinieblas, sino que se inspiró en la novela de Conrad. Debo aceptar, sin embargo, que disfruté la película Matar un ruiseñor, y también la de Fahrenheit 451, pero que en caso de elección mi entusiasta voto seguirá siendo por los libros de Harper Lee y de Ray Bradbury, respectivamente.
Me va mejor en sentido inverso, pues aunque había visto antes las películas, disfruté igualmente la lectura de los libros The silence of the lambs, de Thomas Harris, First blood de David Morell (sí, el libro que dio origen a la película Rambo, es una muy buena novela), y El hombre que quiso ser rey, de Rudyard Kipling. Espero aún leer en algún momento El señor de los anillos de Tolkien, Lo que queda del día, de Kazuo Ishiguro, y algún otro basado en películas ya vistas.
Todas estas reflexiones me desbordaron (por eso las escribo, para “expulsar los demonios”, como se dijo alguna vez) luego de leer que se prepara una versión cinematográfica (o una serie de Netflix, no estoy seguro) de Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez.
Vencida mi inicial y absurda tentación de condenar tal iniciativa, asumo que la obra resultante podrá ser buena o mala, pero siempre será una interpretación de la novela del Nobel colombiano, una interpretación obviamente diferente a la mía, y no quiero que me pase lo mismo que con Mafalda. No asumo que la interpretación del director o guionista de la novela sea inferior a la mía, para nada, pero no será la mía, y por tanto los personajes que tomen vida frente a mis ojos no serán los que yo conocí a través de las varias lecturas de esta icónica novela, sus voces me serán ajenas, los diálogos que interpreten no serán los que yo mejor recuerde, la voz de los protagonistas no temblará en las partes que me quitaron el aliento, y probablemente estén ausentes los párrafos que subrayé en el libro por haberme parecido pequeñas obras de arte en sí mismos. El rostro de Úrsula Iguarán no será el que yo recuerdo como si la hubiese conocido, Melquíades no llevará las ropas con las que mi imaginación lo vistió hace décadas, y el coronel Aureliano Buendía no llevará el sombrero que yo conocí en la cabeza de mi abuelo la única vez que lo vi y puse para siempre en la suya, sin su permiso ni el de su creador.
Y si mi decisión de no ver la película de Cien años de soledad le parece apresurada a alguien, confieso que es resultado de un arduo análisis previo, hecho hace aproximadamente una década, cuando se estrenó la película El amor en los tiempos del cólera, que compite en mi interior con Cien años de soledad como mi novela favorita del autor de Aracataca (voto por una u otra, según cuál haya sido la que mereció la última relectura). Aquella vez me costó mucho decidir no ver la película, pero estoy cada vez más convencido de que fue la decisión correcta. Y es que Fermina Daza es en mi vida más que un personaje literario, para mí tiene un rostro y un nombre, y en alguna tarde enferma de melancolía sale de mis recuerdos para ser por unos segundos otra vez parte de mi vida. Tiene voz, una amplia sonrisa y labios cuyo sabor se niega a ser olvidado, lo mismo que el de sus lágrimas (o acaso hayan sido las mías). La esperanza de Florentino Ariza ya va camino a cumplir ‒fuera de las páginas del libro y dentro de mis días‒ la mitad de los cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días que dura en la novela. Ninguna película, ningún guión, ningún actor o actriz, ninguna producción podrá jamás reemplazar, ni siquiera mejorar, las emociones, revelaciones y sensaciones que durante años las obras de García Márquez, de Quino o de algunos otros autores llevan regalándole a mi vida.
Por eso decidí no ver la película que pretenda recrear ese universo (porque no es solamente un lugar) llamado Macondo.
Después de escribir, lo mío es el cine, dijo alguna vez García Márquez, y tomo esa frase como guía de acercamiento a su obra: Primero el texto.
Si se hace una película de Cien años de soledad, espero que sea una gran película, y que emocione a muchas personas tanto como a mí me emocionó la novela, y que García Márquez se vuelva parte tan importante de su vida como llegó a serlo de la mía.
Pero yo no vi ni veré ninguna película basada en alguno de sus textos, y no es porque no me haya gustado su obra, sino por lo contrario.
Es por todo lo contrario.