La perversión de la democracia en el mundo occidental es evidente. Sí, un mundo que no es un mero espacio geográfico sino una forma de vida cuyo eje inédito irrumpió en el siglo XVIII con una afirmación explosiva, una proclama de libertad: la persona es el centro ineludible de la vida social; cada una, libre e igual a las otras; todas sujetos de derechos inalienables.
En efecto, el devenir de Hispanoamérica en las últimas décadas no deja lugar a dudas acerca del exitoso ataque a la democracia desde el frente antioccidental, una de cuyas bases está en Cuba. A través de invasiones, organización, entrenamiento y financiamiento de grupos violentos, propaganda, infiltración y ocupación (Venezuela así está hoy). El resultado ha afectado a las cualidades democráticas, reduciéndolas a sólo elecciones manipuladas para la reproducción de los regímenes autocráticos, como Venezuela, Nicaragua y, siguiéndoles muy cerca, Bolivia.
Peor aún. En Venezuela se ha desnudado una realidad nueva, cínicamente abusiva. No sólo por lo acontecido el 28 de julio de 2024, cuando el régimen totalitario de Maduro lo proclamó ganador sin prueba alguna frente a las evidencias plenas de la victoria de Edmundo González Urrutia por el 70%. Eso era previsible dadas las tropelías cometidas por Ortega en Nicaragua y Morales en Bolivia. No. En especial, por la usurpación total de la voluntad soberana de la ciudadanía venezolana perpetrada el 10 de enero pasado cuando el tirano asumió nuevamente el poder, sin que nadie haga algo al respecto y sin que sea previsible se haga en el futuro. Ni por vía de derecho ni de hecho.
Esto deja claro que el ocultamiento de la manipulación de las elecciones no es ya indispensable para la reproducción del poder, lo que es muy conveniente para los autócratas. Ni siquiera se necesita falsear los resultados de las elecciones sino sólo tener la fuerza para tomar y mantener el poder por la violencia. A fin de cuentas, es mucho más sencillo reponer el modelo comunista soviético completo y sincero mientras se discursea a voz en cuello contra el fascismo y el neofascismo en seminarios y conferencias en Caracas, con auspicio de la férrea dictadura china; mientras un “monedero” dicta cátedra de derechos humanos en el helicoide, centro donde se somete a las más atroces torturas a los ciudadanos venezolanos.
La complicación de simular democracia sobrevino para los tiranos cuando guardar las apariencias tenía relevancia en el orden internacional post caída del muro de Berlín, con un consenso sólido de condena a los regímenes de fuerza, de cualquier color; en un contexto en el cual había en el mundo un sentido de la validez de la promoción y defensa del proyecto civilizatorio típico de la modernidad; cuando había un liderazgo de tal orientación encarnado en EE.UU. y Europa Occidental.
El 4 de agosto de 2024 publiqué un artículo reclamando con urgencia la reposición del liderazgo democrático en el mundo. Las certezas de hoy desahucian tal reclamo. Por un lado, la crisis europea no es tan sólo económica; es política y cultural. Pone en duda no sólo su capacidad para remontarla, sino para incidir con eficacia en el mundo. Al menos por ahora, el abandono de Europa Occidental de sus valores más sensibles y representativos, su tendencia a transarlos permanentemente, la ha convertido en una variable dependiente del mundo. En parte, por creerse una historia mal contada sobre sí misma y desarrollar tremendos e inocultables complejos de culpa.
Por otro, las líneas en materia de economía y política exterior definidas por la administración Trump desde enero mediante sus órdenes ejecutivas y por las misiones públicas de sus colaboradores de confianza, son puntapiés sucesivos al tablero del orden internacional erigido a la conclusión de la guerra fría, cuyo efecto es un brusco movimiento de sus fichas que parece se ha de prolongar unos años, como bien lo afirmó la historiadora Elizabeth Burgos en una entrevista concedida a César Miguel Rondón el 18 de febrero, difundida en la red Internet en tvb NETWORK, en el espacio “En conexión”.
La ruta de Trump se origina y añade a la complejidad real extrema, y sus propósitos son apenas sospechados. Sin embargo, es cierta su decisión de reponer el liderazgo de EE.UU. con un ensimismamiento agudo que excluye a los intrascendentes, los que no importan. Esos a quienes hay que mantener alejados, evitando que molesten. Nosotros entre ellos. Se les atenderá sólo para la guerra contra las organizaciones criminales definidas ahora como terroristas. Que se las arreglen como puedan mientras no impidan a “América ser grande otra vez”.
¿Condena? Quizás. Reto, más bien. Guante lanzado en nuestros rostros. A recogerlo, a hacerse cargo de lo que toca y arreglar lo que se pueda. Con fuerzas propias, las que tenemos. Como sabemos hacer desde nuestros abuelos, por genética y por historia. Con la sospecha de que será difícil, pero con la certeza de que lo haremos, de todos modos.
Y que alguien le diga a Trump que en los intersticios invisibles suele estar el diablo.