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Capítulo 14: Millones de policías muertos*

La virgen puta. Una novela negra y punk por entregas de Patxi Irurzun con ilustraciones de Juan Kalvellido.

Picio volvió apenas unos minutos antes de la hora prevista para la actuación. Estábamos en el almacén, tratando de recuperar al Tiñoso. Llevaba un pedo como una catedral y hacía casi una hora se había quedado frito.

-Aquí está. Lo he cogido de la bajera del grupo de unos coleguis- dijo Picio, mostrándonos un estuche negro y alargado.

-¿Qué os parece?

-Muy bonito, pero eso es un bajo- aclaró Lorea.

Tenía razón.

-Bah, éste no se va a dar cuenta.

También Picio tenía razón.

-Eso si puede salir a tocar- dijo Beni, bastante nervioso.

Fuera se escuchaban los eructos de una multitud de punks con la barriga llena de cerveza.

Lorea propinó un par de suaves cachetes en las mejillas del Tiñoso. Ni se inmutó. Picio lo agarró por los hombros y zarandeó su cuerpo. Tampoco.

-Trae unos de esos fritos de pimiento- le dije a Beni.

-No me jodas, Felisín.

-¡Tráelo!- grité.

Beni me obedeció. Yo no solía enfadarme muy a menudo.

Coloqué el plato bajo la nariz del Tiñoso. Esta se arrugó un par de veces, tragó saliva y poco a poco sus párpados fueron separándose. Cuando por fin vio el frito pegó un brinco.

Después de todo quizás lo que me había dicho Lorea era cierto, yo era un buen observador y había sido el único que me había dado cuenta de que en el bocata que el Tiñoso zampaba en la acera se había ahorrado el relleno para reventarse la nariz.

-Es la hora del concierto, Tiñoso- le hizo saber Beni-.¿Qué tal estás?

El Tiñoso me arrebató el frito, se lo llevó a la boca y tras engullirlo, escupiendo migajas, contestó:

-De puta madre ¿Por dónde es?

Beni le colgó el bajo y lo acompañó al escenario. En efecto, no se dio cuenta de nada. Fue también Beni quien tuvo que enchufar los cables, y apenas lo hubo hecho el Tiñoso comenzó a rasgar las cuerdas y a berrear sus canciones.

Vaya noche que he pasado
hoy sí que he sido feliz
he tenido un sueño que era una pasada
he tenido un sueño que era una gozada
ha sido una lástima que sólo fuera un sueño
había por la calle
millones de policías muertos
sí, si, millones de policías muertos

La verdad era que se trataba de todo un espectáculo. El Tiñoso parecía un endemoniado, saltando de un lado a otro del escenario. A veces tropezaba con el cable del bajo o el micrófono y se pegaba un sopapo de impresión. Otras se olvidaba de la letra y la interrumpía bruscamente, o tarareaba lo primero que se le venía a la cabeza… Y el público se encontraba tan poseído como él, pegaba brincos, bailaba pogo, escupía al artista… Era el propio Tiñoso quien les provocaba. En la conversación-entrevista con Picio había confesado que tras cada actuación siempre conseguía recoger del escenario unas cuantas monedas y algún mechero.

-Vamos fuera- propuso Lorea.

En el bar apenas cabía un alfiler y cada vez que entraba alguien una marea humana avanzaba y retrocedía como una ola. Yo detestaba las multitudes. Uno tenía que encontrarse feliz o triste obligatoriamente. A la vez, sin embargo, me gustaba aquel olor a sudor, a cerveza derramada, a «Ducados» y marihuana. Me recordaba los viejos tiempos, la adolescencia, cuando la soledad era una cuchilla de afeitar sobre la repisa del lavabo y uno necesitaba contacto, calor humano, pero también tenía que hacerse el duro, así que lo único que quedaban eran los empujones en los conciertos, las peleas…

Las contradicciones me mantenían vivo y además la cuchilla de afeitar continuaba sobre la repisa y porque uno se olvidara de ella de vez en cuando o hubiese aprendido a acostumbrarse a su presencia no significaba que dejara de estar afilada.

Me sumergí, pues, en el gentío, bailé, bebí, me divertí… Me sentí bien. Todo lo bien que puede sentirse un viejo de treinta años. Cuando ya no pude más decidí retirarme a la barra a fumar un cigarro tranquilo.

El tipo junto al cual me coloqué me dio fuego. La llama de su mechero se elevó casi quince centímetros, así que tuve que echarme hacia atrás, y en el insignificante momento en que cerré los ojos volvió a mí aquella imagen, en las escaleras, cuando Picio disparó su flash y pude ver la cara al asesino de Gloria, la misma cara que tenía ahora frente a mí, con aquella tirita cruzándole el pómulo derecho. Consciente de ello braceé un par de veces en el aire, a ciegas, y el tipo debió aprovechar ese momento de desconcierto para escapar, porque al volver a entornar los ojos ya no estaba allí.

Me abrí paso como pude hasta la puerta, salí a la calle, miré en todas las direcciones, pregunté a los chavales que había sentados en la acera… Todo en vano. Había desaparecido.

-Mierda puta- maldije.

A mis espaldas se escuchaba al público corear un nuevo tema del Tiñoso.

«Si te quieres divertir
ven conmigo y ya verás
tengo un juego para tí
y sé que te va a gustar
se trata ni más ni menos
que de matar a tu papá.»

Pero a mí ya no me apetecía entrar. Apreté los puños y alcé la cabeza para volver a maldecir. Las farolas escupían haces de luz en los que se recortaban gotitas de lluvia. Cerré los ojos y dejé que me refrescaran la cara. Era una sensación reconfortante, pero no conseguía aliviar el olor a chamusquina de los pelos de mi nariz.

*Millones de policías muertos y Mata a tu viejo, son canciones de Manolo Kabezabolo, al que El Tiñoso se parece sospechosamente.

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