Soy cruceño y provinciano. Nací en San Ignacio de Velasco. Mi padre es cochabambino, de Quillacollo, de ascendencia quechua y española. Mi madre es ignaciana, cruceña, de ascendencia chiquitana y alemana. No tengo ningún problema en declarar que si se sacude mi árbol genealógico puede caer una pollera o un tipoy.
Viví en casi toda la geografía de este hermoso y atormentado país. Y en todas partes fui feliz, como solo suele serlo un niño. Debo reconocer que me siento privilegiado, por aquello de que tu patria esta donde esta tu niñez. Por eso es que esta patria la siento tan profundamente mía.
Mi padre, militar de profesión, era de los que cargaban con bártulos y familia allí donde lo destinaran. No era fácil, peor en esos tiempos, cuando viajar por Bolivia era toda una aventura. Caminos estrechos, polvorientos y en ocasiones intransitables. Trenes lentos e incomodos, donde te achicharrabas en verano y en invierno… también. En fin, los que tienen la edad suficiente saben de lo que hablo
Mi escolarización comenzó en Achacachi y nunca termino, sigo aprendiendo. Me dejaron anémico los mosquitos en Puerto Suarez. Me enamore en El Chaco y ahora estoy casado con una bella chaqueña. Alimente mi cuerpo en “Las Velas” paceñas. Cure mis resacas en las cabecitas de El Alto. Tome chicha a raudales en el valle, alto y bajo. Disfrute de hermosos atardeceres en el Pirai. Baile poseído en Oruro. Lloré de tristeza en Potosí y reí en Tarija. Me emocione al escuchar a don Joaquín Gantier hablar de Juana Azurduy en Sucre. Orine desde una barcaza en el gran Mamore y me deshidrate en Cobija.
¡Carajo que hemos caminado este bello país! Por eso, y mucho más, es que ahora me indigna que unos mugrosos disfrazados de originarios, con su cochambre ideológica y su carnet azul, pretendan definir quién es boliviano y quien no. Que quieran prohibirme caminar por mi patria, por el solo hecho de ser cruceño ¡porque no se van a la mierda!