En Bolivia, cada vez más mujeres se ganan la vida al volante. Ya sea conduciendo taxis, minibuses, trufis o vehículos privados, su presencia en el transporte urbano y rural está creciendo. Sin embargo, este avance no ha sido fácil. En un país donde el transporte ha sido históricamente dominado por hombres, las mujeres conductoras enfrentan no solo desafíos laborales, sino también acoso, estigmas y violencia.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), Bolivia cuenta con más de 2,6 millones de vehículos registrados en 2024. Los departamentos con mayor concentración de parque automotor son Santa Cruz, La Paz y Cochabamba, donde también se observa un crecimiento en el número de mujeres que trabajan como conductoras. Sin embargo, menos del 5% de los choferes registrados en el servicio público son mujeres y muchas trabajan en condiciones informales, sin seguro ni protección legal.
Al igual que sus colegas varones, muchas trabajan hasta altas horas de la noche, enfrentando los mismos riesgos del transporte urbano, pero con una carga adicional: la violencia de género. Salen a trabajar cuando sus hijos ya están dormidos, o en algunos casos, los llevan consigo en el vehículo. “Soy madre sola y cuando no tengo con quién dejar a mis hijos, los llevo conmigo en el taxi”, cuenta Rosa, conductora en Cochabamba. “Una vez un pasajero se molestó porque vio a mi hija dormida en el asiento de atrás. Me gritó que no era lugar para una mujer ni para una niña”.
Estas mujeres enfrentan una doble jornada: trabajan para sostener a sus familias y, al mismo tiempo, deben protegerse de un entorno hostil. Muchas son jefas de hogar, sin redes de apoyo, y deben lidiar con la inseguridad, el acoso callejero y la falta de reconocimiento institucional. ¿Por qué el trabajo nocturno de una mujer sigue siendo motivo de cuestionamiento, mientras que en los hombres se considera normal?
El acoso es un obstáculo cotidiano. En el transporte público, más del 70 % de las conductoras han reportado haber sido víctimas de acoso verbal o físico. “Nos insultan, nos gritan cosas, nos dicen que no deberíamos estar manejando. A veces se suben y no quieren pagar solo porque somos mujeres”, relata una conductora de trufi en El Alto.
En octubre de 2025, un grupo de choferes sindicalizados agredió a conductoras de la Línea Lila, un servicio impulsado por la Central de Mujeres Productivas y Emprendedoras de El Alto (Cemupe). El ataque ocurrió durante la inauguración de una nueva ruta, cuando choferes de los sindicatos Taxi Sur, San Cristóbal y Continental intentaron impedir su funcionamiento mediante amenazas y empujones. La Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados condenó públicamente estos actos de discriminación y violencia.
La Línea Lila nació como una respuesta a esta violencia. Conformada por mujeres alteñas, muchas de ellas madres solas, esta iniciativa busca ofrecer un transporte seguro para mujeres, niños y adultos mayores. Las conductoras reciben capacitación en defensa personal, atención a víctimas de violencia y protocolos de seguridad. “No solo manejamos, también cuidamos. Sabemos lo que es tener miedo en la calle”, dice Julia Quispe, ejecutiva de Cemupe.
Plataformas como inDrive y Yango han abierto nuevas oportunidades laborales para mujeres, permitiéndoles trabajar con mayor autonomía. Algunas optan por atender exclusivamente a clientas, otras instalan cámaras en sus vehículos o comparten sus rutas en tiempo real con familiares. Sin embargo, el trabajo nocturno sigue siendo riesgoso. “Una vez un pasajero me pidió que lo llevara a una zona alejada. Cuando llegamos, intentó tocarme. Tuve que salir corriendo y dejar el auto encendido”, cuenta una conductora de Santa Cruz.
La falta de datos oficiales desagregados por género en el transporte público dificulta la formulación de políticas públicas efectivas. Muchas trabajan sin estar registradas, lo que las deja fuera de los beneficios laborales y sin acceso a mecanismos de denuncia. Las organizaciones de mujeres han comenzado a levantar sus propios censos internos, visibilizando a las conductoras que operan en condiciones precarias pero con enorme resiliencia.
Las mujeres al volante no solo están moviendo pasajeros: están moviendo estructuras sociales, rompiendo estigmas y reclamando su derecho a ocupar el espacio público sin miedo. ¿Cuántas agresiones más deben ocurrir para que se reconozca que el volante también es un espacio de lucha? ¿Por qué seguimos normalizando que el transporte sea un territorio hostil para las mujeres?
Para que este cambio sea sostenible, Bolivia necesita avanzar en tres frentes: visibilizar a las mujeres conductoras en las estadísticas oficiales, garantizar condiciones laborales seguras y dignas, y combatir el acoso en el transporte con campañas de sensibilización y protocolos claros.
Porque cada mujer que toma el volante no solo conduce un vehículo: conduce también una transformación que el país no puede ignorar.
 
         
 
                         
	 
                  
                




