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Babel, el karaoke y los últimos días de la humanidad

Maurizio Bagatin

Un abrir y un cerrar de los ojos. Un edificio de 17 pisos aparece como en un cuento de Kafka. Algunas luces encendidas acompañan la liturgia humana: cálculos aproximados van escupiendo números, Pitágoras y Euclides, el dilemas del cero árabe y aquel abrazo que Robert Musil describió como la expresión mas elevada del amor. ¿Logrará esta galaxia metabolizar tantas emociones?

Amigos de Italia comparten su ultima cena con nosotros, Bolivia los ha marcados a todos ellos. Mi distancia con nuestra tierra natal no es tan suficiente para discutir si Babel es más cercana que nunca, si un karaoke es más ridículo que su etimología, si las ciudades invisibles hoy no sean todas de alguna manera nada más que singulares. Babel es la lejana Babilonia o la torre de la confusión actual. Se que la poesía a veces no dice nada, y que otras veces este nada está dicho tan bien que solo el silencio ofrece otra oportunidad a la nada.

“Entre el cerebro y el músculo debe mediar el corazón”, voy leyendo a Thea von Harbou, la que inspiró a Fritz Lang, su Metrópolis es una puerta abierta en el presente, hacia un posible futuro, y no solamente frente aquella débil Alemania de la República de Weimar; anticipando cuanto hoy está frente a nuestros ojos, algunas luces que van encendiéndose en el edificio de 17 pisos: “Entonces el alimento humano empezó a llegar en masa. Por la calle venía, por su propia calle que nunca se cruzaba con la de los demás. Era una corriente amplia e interminable. Una corriente de doce hombres en fondo. Caminaban con paso monótono y acompasado. Hombres, hombres, hombres… Todos con el mismo uniforme: del cuello a los tobillos de algodón azul oscuro, los pies calzados con unos zapatones groseros, el pelo apretadamente recogido bajo una misma gorra negra”.

Distopia o ciencia ficción, sigo caminando por las calles de Cochabamba, ciudad que engatusa por su clima, por su gastronomía y por sus mujeres. Aleatorias deben ser estas tres manifiestas cruces y delicias. Lo que importa y reúne aquí es la fiesta, y aquí la fiesta sirve también para silenciar las peores aberraciones.

Las ciencias exactas, las religiones y las palabras viven la eterna lucha entre la onomatopeya y la literalidad, sin reconocer que solo el silencio nos ofrece un oportuno descanso. La cotidianeidad es más metafísica de cuanto pensamos o imaginamos: ayer Carlos Castaneda vivía una apoteosis, hoy es un autor misterioso que ninguna academia aclama. El teatro, la farsa y la tragedia moderna se reúnen en la ficción social, en lo más profundo reconozcamos que “la ciencia es una forma irritable del pensamiento, y no perdonó a la literatura su invención”.

Los últimos días de la humanidad serán de búsqueda, de ingenios, de miradas hacia el vacío que dejaremos. Serán el silencio que envuelve algunas noches de invierno, el pensamiento concentrado en todo lo oculto que se quedará, la theoria que será, finalmente, contemplación. Un guiño de Plotino, otro de Baudelaire y el ultimo del flâneur Benjamin.

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