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Antiliberales a estribor

Los popes de la opinión pública nacional mantienen su adhesión a la democracia liberal, en una buena parte convencida, en otros desalentada o, en alguno, de dientes para afuera. Hay que buscar con lupa al líder de opinión que, en una entrevista o columna, no haya rememorado la conquista de la democracia y hasta el rol que él jugó, para combatir el vértigo de que la gente lo olvide. El que no lo hizo es porque era chango entonces o fue actor del ciclo militar. En los medios sobresale aún la defensa de las instituciones, los límites al poder, la ciudadanía, etc. Y todos tenemos pecados, pero los de ese estado de opinión son su insistencia en el “deber ser” y su menor olfato para el “ser”.

No obstante, el MAS fue ya un desafío a ese consenso. En general, preservó la cáscara del discurso democrático, pero disputando su sentido. Comenzó por ponerle apellidos, en la tradición de la izquierda. Por ejemplo: “no es igual la democracia comunitaria que la odiosa democracia representativa”. Los más sofisticados diferenciaron la democracia, como hecho mayoritario, de las creencias liberales.

La repulsa del MAS a los rasgos políticos y sociológicos de los opinantes lo llevó a imaginar que éste era un grupo estéril, si bien irritante. Pero hasta García Linera admitió recién que el poder simbólico de ese segmento opinador fue menospreciado por el MAS. Fue uno de esos ataques de autocrítica de la dirigencia masista, esporádico y sin consecuencias prácticas, así que tampoco es para preocuparse por su salud.

Incluso fue evidente el déficit de opinadores del MAS, comparado con su potente coalición de 14 años. Al grado que, en su gobierno, apeló a traer de contrabando gacetilleros del Río de la Plata para equilibrar la mesa mediática. Sus resultados fueron discutibles, salvo para los que no controlaron a tiempo la delicia de frotarse con la pretención de esos intelectuales importados.

Pese a esos traspiés del MAS, su aversión por la opinión mediática tiene origen también en que su electorado es o bien indiferente o adverso a esos valores difusos de la “sociedad abierta”, que pueden saberle elitistas o simplemente ajenos. Eso, fuera de la propensión omnívora del MAS a no tolerar a nadie que le discuta el mando, aunque sea en estos confines de limitado influjo, como los titulares, las columnas o los editoriales de un periódico.

Ahora se gesta un fenómeno parecido, pero a estribor (por derecha). Es ya visible a raíz de la implosión del régimen evista, del desencanto por las limitaciones de la oposición de pergaminos “liberales” al MAS, y de las luchas étnicas, de las que se habla menos, pero que tienen un papel como las regionales.

El estado de ánimo nacional abandona las creencias otrora hegemónicas, pero no sólo ya entre las huestes nacional-populares, sino en las que hace poco se sentían representadas por las ideas previas al surgimiento del MAS. Antes de la caída de Evo, el grueso del antievismo se inspiraba al evocar la democracia fundada en los años 80. Hoy es como si tomara cuerpo el escepticismo de si la jerga “blanda” y los modos de ese tiempo pueden enfrentar con éxito la inclinación del MAS por la fuerza. Reaparece así otra antigua tradición boliviana, la del alegato del orden, sustentada por quienes temen un naufragio.

En otros países -pienso en Colombia- esa ansiedad fue llenada por un caudillo de derecha, no necesariamente elitista y más bien de dejo populista. Hay que repasar el desdén de Uribe, un hacendado antioquiano, de provincia, por la vacuidad de los “cocteles bogotanos”.

Que la opinión pública predominante no registre en sus filas ese nuevo estado de ánimo no significa que no exista y no vaya a florecer, cañoneando tanto a la ensalada ideológica del MAS como a la ilustración bien portada. Eso ha pasado en Estados Unidos y en parte de Europa. Y no es cuestión de gustos, pues suena casi inevitable. Pese a la influencia que aún detenta el patrón de opinión vigente desde los años 80, no sería la primera vez que el tono antiliberal sea mayoritario en Bolivia, a babor y estribor.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.

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