«…sería contraproducente para las dinámicas actuales seguir apostando a la búsqueda de “una” verdad; de dividir la sociedad en extremos, de invalidaciones de la diferencia. Defiendo la idea de una interdisciplinariedad y una transdisciplinariedad que tenga la capacidad de ver el mapa vital desde sus contradicciones, sus bases, pero también sus alcances, sus contrastes, acuerdos, semejanzas y diferencias; sin prejuicios de raza, origen o época histórica. Eso sí, manteniendo el diálogo abierto y la participación desde varias perspectivas, desde varias ciencias y en varios espacios. Todos los seres senti-pensantes queremos saber, amamos conocer, es lo que nos identifica en el planeta que habitamos; todos tenemos la capacidad de asombro…»
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Dentro de los ecos del Coloquio Internacional de Poesía & Filosofía, compartimos esta entrevista, realizada por el escritor mexicano Ulises Paniagua, a la filósofa y maestra en estudios culturales colombiana Ángela Acero.
Y recuerda, como dijo María Zambrano, que «Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo.»
Lo primero que quiero preguntar es: ¿tienes un concepto definido de lo que es la filosofía?, ¿has logrado hacerte de una definición propia a través de su estudio?
Lo primero que nos enseñan en la academia cuando estudiamos filosofía es la etimología de la palabra, su origen; si bien nos hablan del “amor a la sabiduría”, también aparece en el contexto originario la capacidad de asombro que nos acompaña en todo nuestro trasegar vital, además de la constante duda acerca de la existencia, la muerte, la belleza, las formas como habitamos y vemos el mundo. Con el tiempo aprendí que todas esas definiciones y disertaciones acompañan a la humanidad y hacen parte del perpetuo don de cuestionarnos acerca de todo; es decir, no es algo alejado de la vida humana, no es solamente una disciplina académica aislada o cerrada, más bien va de la mano con la cotidianidad, la creación, la condición racional que nos representa. He aprendido a abrazar la importancia de preguntarnos acerca de todo -hasta de nosotros mismos- y de ahondar en tantas perspectivas como momentos históricos. En el uso del lenguaje y de todo lo que es posible mediante la escritura como principio de interacción social, de postura política, de articulación con el contexto en el que vivimos. Desde la academia y fuera de ella, considero que la filosofía es el motor que nos permite ampliar la perspectiva ante las respuestas sobre los interrogantes que no dejamos de hacernos y las respuestas ante las que nos enfrentamos, la postura que elegimos y los argumentos que necesitamos para forjar nuestro carácter en la sociedad, que nos ayudan a nuestro trasegar vital como seres senti-pensantes.
- ¿Esa concepción fue diferente en algún momento? Es decir, ¿tuviste algún criterio distinto al respecto de la filosofía en otra época de tu vida?
Considero que siempre tuve interés por “saberlo todo”, desde mi infancia quería respuestas que satisficieran todas las inquietudes acerca de cómo funcionaba el mundo, el lenguaje, el amor, la familia, la muerte, las personas, los objetos; quería abarcar lo inabarcable buscando explicaciones en las conversaciones con mis padres y en las lecturas que desde temprana edad llegaron a mi vida. Si bien empecé a entender la filosofía como “disciplina” desde la secundaria, yo sentía una inclinación casi natural por querer investigar el origen, las razones, las interpretaciones posibles y el pensamiento según cada época y cada actividad humana. Las lecturas de los mitos griegos, por ejemplo, me permitían moverme entre la fantasía que explicaba el origen del mundo, de las emociones y de los motivos por los cuales experimentamos ciertas emociones y nos reconocemos también en esas historias y personajes; pero también entre la capacidad de asombro ante la infinitud del pensamiento y de la interpretación acerca justamente de nuestras capacidades y habilidades, nuestro carácter y nuestra posición y actuar en relación al cosmos, a la historia, a la naturaleza, los juicios, los afectos, las formas como nos vinculamos con el resto de lo existente.
- ¿Qué filósofas o filósofos clásicos han marcado tu vida o tu perspectiva académica?
Cuando uno estudia filosofía bajo el rigor académico, cada semestre va marcando ciertos gustos que cambian con el tiempo, es interesante ir leyendo a cada filósofo y luego conocer otro que le contradice, le discute o amplía su perspectiva y así van cambiando también las propias visiones del mundo. Yo me enganché con Baruch Spinoza y fue uno de esos pensadores que realmente me tocó el alma. Luego leí mucho a Arthur Schopenhauer pero tenía muchas trabas, sobre todo cuando me enfrenté a cuestiones del feminismo, los mandatos culturales y patriarcales. Cuando leí a Nietzsche me encontré en impresionantes diálogos con mi propia cosmovisión y sus posturas -más por su forma de escribirlas- me hicieron ponerlo en el top de mis escritores favoritos. Hasta el punto de hacer mi trabajo de pregrado sobre su visión estética, en la cual retoma con gran avidez y compromiso la herencia de los griegos. Nietzsche marcó mi vida desde la academia filosófica y ha sido uno de mis grandes maestros en cuanto a la solidez de su escritura y a su visión de mundo.
Actualmente admiro mucho el trabajo de mujeres como Simone de Beauvoir, Lou Andreas-Salomé, Judith Butler, María Zambrano, Simone Weil, Donna Haraway entre otras, quienes por obvias razones no fueron muy nombradas en la academia -al menos en mis años de estudio-. Creo que el papel de las perspectivas filosóficas femeninas y feministas son como esas fichas que hacen falta en rompecabezas del pensamiento y de la historia universal; que desde los inicios -por lo menos- de la filosofía occidental estuvo subyugado a los mandatos patriarcales, racionales y negadores de lo emocional y lo diferente que en esta época son imprescindibles para las discusiones políticas, sociales, literarias, históricas y culturales.
- ¿Crees que exista una relación cercana, profunda, entre poesía y filosofía, o consideras que no tienen liga alguna?
Sí, por supuesto. La propia escritura, las infinitas posibilidades del lenguaje, la necesidad de reconfigurar el mundo tal como lo vemos, la expresión poética junto con esa capacidad de asombro que todos poseemos se articula en la creación artística. Justamente el lenguaje poético está presente desde los primeros manuscritos y me atrevo a decir que esas formas bellas del lenguaje en su intento por explicar todo lo que nos asombró como seres humanos desde el comienzo de las civilizaciones es poesía pura. Lo podemos leer en los mitos griegos, en las epopeyas homéricas, en las tragedias, los diálogos platónicos y las obras de Aristóteles; de ahí en adelante todo lo demás. A partir de ahí, creo que el lenguaje está mediado por una sensibilidad especial que acude a la poesía como forma de expresión acorde con lo sublime y misterioso del universo. Algo que aún nos acompaña en nuestra cotidianidad, aunque no todos lo hacemos consciente tan claramente. En mi actividad como poeta y como lectora de filosofía creo que la amalgama entre el lenguaje poético y los infinitos interrogantes por el universo se sincronizan en esos juegos de sentido y esa danza literaria que posibilita todas las formas de expresión estética en la cual cada uno abraza lo que le convence, lo que le explica el mundo, lo que lo ayuda a vivir. En mi caso es inseparable la filosofía de mi quehacer poético en el cual también reconozco lo indecible, lo inexplicable y lo azaroso que no podrá ser abrazado por el lenguaje común, pero sobre lo cual siempre querremos hablar.
- ¿Piensas que exista filosofía más allá de la palabra, o es un asunto exclusivamente oral o escrito? Quiero decir, en el sonido, en lo visual, ¿puede hallarse a la filosofía?
Justamente hablando de la capacidad de asombro y la sincronicidad de nuestros sentidos, sumado a esas emociones que quedan cortas cuando las intentamos definir desde el lenguaje, creo que la palabra, el lenguaje, la expresión oral es simplemente una herramienta que nos permite llegar a acuerdos acerca de algo. Pero si ahondamos en lo individual, en lo meramente propio, en las emociones, en eso inabarcable que nos identifica como seres distintos con un carácter particular, la perspectiva acerca del mundo y de nosotros mismos se va constituyendo justamente con eso que no puede ser traducido simplemente por el lenguaje. La música, las artes plásticas, las emociones que nos producen ciertas obras de arte, pinturas, obras de teatro; eso visual, auditivo, sensorial no puede reducirse a disertaciones literarias o filosóficas acerca de definiciones de la belleza, del sonido, de lo que es o no artístico o poético -por dar un ejemplo-. Como dije anteriormente, eso que entiendo como filosofía no es simplemente una disciplina que da explicación o teoriza el mundo bajo ciertos parámetros históricos… va más allá de definiciones, teorías, idiomas o lenguajes. La filosofía como amor a la sabiduría, al conocimiento, junto con esa capacidad de asombro y las emociones que eso genera, está presente más allá del lenguaje y de nuestro ciclo vital. Para mí el lenguaje es simplemente un camino para dialogar con nuestros semejantes acerca del universo y de nuestra configuración en él y con él.
- ¿Existe la filosofía más allá de la academia?
Creo que la filosofía viene siendo la vida misma. Sus vueltas, sus vicisitudes, sus dinámicas, nuestras formas de actuar, nuestras emociones y nuestra infinita capacidad de creación. La academia solo nos muestra ciertos momentos históricos en los cuales se plantearon ciertos problemas vitales para el desarrollo de la humanidad. La academia nos traza una línea de tiempo para poder organizar la historia, los personajes, los protagonistas de las teorías que explican el funcionamiento del mundo y la importancia de nuestra racionalidad en él. Sin embargo, en lo cotidiano se va construyendo ese andar, ese deseo constante por saber, por hacer, por crear y la academia no es capaz de abarcar la multiplicidad de perspectivas ni de formas de habitar el mundo. Considero que la academia es necesaria para quien se quiere involucrar más profundamente con las formas históricas del pensamiento, los problemas éticos, políticos, estéticos desde las lecturas profundas, las conversaciones con los pares y la posibilidad de discusión acerca de autores, posturas, textos, conceptos y demás; pero vuelvo al inicio de esta respuesta: para mí la filosofía es la vida misma con todas sus aristas y abismos; es la base de todo lo demás, ya sea literario o estético.
- ¿Crees que la Filosofía clásica se ha construido sobre el marco de la “verdad”, o existe un sesgo de occidentalización y misoginia en lo clásico?
Creo que en la búsqueda por la “verdad” se ha corrido el riesgo de negar a los débiles, a los sabios menores (las mujeres, los chamanes indígenas, las/los yerbateros, los ancianos, los campesinos, etc.) justamente por las relaciones de poder que ponen a la verdad como una única, occidental, patriarcal, blanca o burguesa. Sería pretensioso para cualquier filósofo decir así sin más: “ésta es la verdad”. Justamente las dinámicas del pensamiento permiten el diálogo, el argumento, el contrargumento, las discusiones que durante toda la historia han hecho posible el desarrollo del pensamiento. En nuestra civilización occidental ha sido muy poco lo que se ha leído o estudiado acerca del pensamiento oriental, incluso latinoamericano; justamente porque la academia nos acostumbró a pensar que lo europeo, blanco, burgués es lo que se mueve en el marco de lo verdadero. Ni hablar de la misoginia y la negación por el pensamiento de las mujeres o la filosofía escrita por nosotras; más en estos tiempos en los cuales la lupa lleva ese componente de acusación y prejuicio, de resaltar la negación de lo femenino, la importancia de las emociones y de la sensibilidad -que obviamente no nos corresponde solo a las mujeres- pero que ha sido subvalorada para las explicaciones acerca del mundo que negaban ese componente por considerarlo inservible o irracional. En fin, afortunadamente, en estos tiempos empezamos a reconocer esas falencias de la historia del pensamiento y reconfiguramos las lecturas de lo clásico, de lo moderno, de lo contemporáneo desde otra mirada mucho más inclusiva, con más índice de sospecha y de diálogo frente a todas esas teorías que nos hicieron creer que existía “una” sola verdad, desde “una” sola voz. Pero hay tantas verdades como individualidades y caer en un reduccionismo teórico no tendría sentido; más si pretendemos abarcar todo lo que corresponde a la existencia.
- ¿Qué tipo de filosofía podría o debería hacerse hoy, en el siglo XXI?
Siguiendo con lo anterior creo que sería contraproducente para las dinámicas actuales seguir apostando a la búsqueda de “una” verdad; de dividir la sociedad en extremos, de invalidaciones de la diferencia. Defiendo la idea de una interdisciplinariedad y una transdisciplinariedad que tenga la capacidad de ver el mapa vital desde sus contradicciones, sus bases, pero también sus alcances, sus contrastes, acuerdos, semejanzas y diferencias; sin prejuicios de raza, origen o época histórica. Eso sí, manteniendo el diálogo abierto y la participación desde varias perspectivas, desde varias ciencias y en varios espacios. Todos los seres senti-pensantes queremos saber, amamos conocer, es lo que nos identifica en el planeta que habitamos; todos tenemos la capacidad de asombro; solo que la historia, la tradición y las voluntades de poder han jerarquizado el saber y nos han contado la historia de que solo algunos llegan a ese estado de sabiduría “ideal” que debe pasar por la formación académica. Por otro lado, hay una subvaloración de la capacidad de pensar, todo media por lo inmediato, lo virtual, lo instantáneo y lo descartable. Siguiendo ese punto creo que deben existir más espacios de interacción dialógica, donde se abra espacio al pensamiento crítico, la lectura crítica y sobre todo donde se incluya toda la población; sin ponerle etiquetas; simplemente espacios de expresión de varios niveles en el que niños, jóvenes y adultos puedan tener la libertad de hablar y compartir su visión de mundo, sus experiencias vitales, sus miedos, sus lecturas; la difusión de la lectura es muy necesaria justamente para poder ampliar el pensamiento y las perspectivas que nos han traído hasta este momento actual pero eso no debe quedarse en los salones de clase; debe salir a las calles, a las plazas, a los eventos públicos, a los barrios. Me arriesgo a decir que se necesita más filosofía en la calle, en la vida cotidiana, en el diálogo y en ese mirarnos a los ojos y saber escucharnos que es lo que lastimosamente venimos perdiendo.
- ¿Qué filósofas o filósofos actuales, o al menos cercanos al siglo XXI, te han parecido relevantes?
Para mí todos los que le han apostado a una visión de mundo desde la filosofía y que han sido capaces de “poner sobre la mesa” discusiones relevantes dentro del contexto social, político y cultural son importantes. Aquellos abiertos al diálogo y a la discusión tanto con sus colegas como con otros agentes de la sociedad son relevantes en las dinámicas actuales. Aunque podría quedarme nombrando el canon filosófico contemporáneo, desde Michel Foucault, Gilles Deleuze, Slavoj Žižek, Martha Nussbaum, Byung-Chul Han, Noam Chomsky, Judith Butler entre otros y otras, hay muchas aristas del pensamiento que nos competen a todos desde nuestro reconocimiento como latinoamericanos -por ejemplo- y eso esta apenas ubicándose en las argumentaciones universales. Los problemas ecológicos, las discusiones feministas, los pueblos originarios y sus cosmovisiones, las artes y las dinámicas culturales, los sucesos políticos, religiosos, las luchas por el poder, por el reconocimiento reconfiguran también las posturas individuales. Es necesaria la lectura y la reflexión de ese canon junto con las perspectivas menos exploradas que nos afectan cotidianamente en nuestro deseo pulsional de saber de dónde venimos, para dónde vamos, quiénes somos realmente y qué estamos aportando o no; analizando nuestro actuar y nuestros afectos como parte del movimiento infinito de la existencia.
- ¿Cómo contemplas el estado del mundo actual y cómo pinta el futuro, según tus ojos?
Como parte de una generación que experimentó cambios radicales (económicos, tecnológicos, políticos) y que, por lo vertiginoso del neoliberalismo, la globalización y la violencia, existe en mí cierta nostalgia por el pasado; me refiero por ejemplo a la lectura de libros en papel, al hecho de desconectarse de lo tecnológico -virtual-, extraño las tertulias en las cuales nos escuchábamos y sabíamos mantener una discusión -en el buen sentido- acerca de cualquier tema. Hemos perdido esa capacidad de encuentro, de escucha, de vincularnos realmente tanto con nuestros semejantes como con la naturaleza. Hemos creído que solo nuestra vida -humana- importa y que somos superiores y eso ha arrasado con todo el movimiento vital y del pensamiento. Lastimosamente pienso que nos hemos dejado consumir por el consumo -valga la redundancia- que el extractivismo de la tierra, de los recursos, la invalidación de los pueblos indígenas y la pérdida de conexión con nuestro origen nos está dejando más vulnerables e indiferentes ante el desastre -desde todos los puntos de vista- al que hemos aportado también con nuestra entrega a la velocidad de la impermanencia. No soy muy optimista ante el futuro, creo que nos extinguimos y que no estamos creyendo eso de que dejar huella o hacer algo por los demás ya no es importante. Ese “pensar un mundo mejor” pareciese ser un cliché de la publicidad o del falso altruismo. La vida se compra y la muerte también. La dignidad humana se desvanece en lo banal y hemos dejado de reconocernos como parte de un todo; si eso sigue pasando no creo en un futuro prometedor para nadie, para nada.
- ¿Crees que la filosofía pueda contribuir a la construcción de un futuro mejor, de algún modo?
Justamente si reconocemos la necesidad de detenernos un poco y cuestionarnos qué estamos haciendo por nosotros y por los demás, qué legado queremos dejar o qué de cada uno de nosotros es valioso como para compartir con nuestro alrededor; si nos damos cuenta del valor verdadero de cada ser vivo, de la importancia de las palabras, de la creación y del aporte que cada uno -por derecho y deber- hace para el resto de la sociedad, podremos pensar que un mundo mejor es posible. Muchas de las disertaciones filosóficas están apuntando a eso, no a “salvar” el mundo o a proponer acciones inmediatas, más bien a que cada individuo pueda mirarse y amarse a sí mismo para que su paso por esta existencia sea relevante y consciente; pensando en el bien común, en esa forma justa y honesta de vivir sin olvidar al otro, a los otros; siendo respetuoso y empático, conectándose con un sentido de pertenencia frente al cuidado del medio ambiente, al entorno vital, a las compañías animales, a prácticas pacíficas y solidarias, reconociendo que “todos somos uno”. Llegar a ese nivel de conciencia no es fácil ni es inmediato, pero desde mi punto de vista, es un buen camino.
- ¿Quieres compartir un mensaje para el futuro próximo? Muchas gracias.
Mi mensaje es la apuesta por la creación, desde el corazón. Sea poesía, producción individual o colectiva del conocimiento; justamente el compartir; poder escuchar y aprender de nuevo a ver realmente al otro, a ser empático y honesto con cada decisión que tomamos. Desde la sensibilidad podemos -al contrario de lo que se ha pensado- ser fuertes frente a toma de decisiones, elevar nuestro espíritu con lo que realmente nos moviliza internamente, despierta nuestra conciencia de quiénes somos; sea la música, la poesía, la lectura, la escritura, el arte en general. Darnos cuenta del poder innato para conectarnos y dejarnos ser en el universo, aprovechar el aprendizaje histórico para forjar nuestro carácter y poder ser sabios en las decisiones. Entregarnos a la lectura, a la belleza de lo que nos rodea, reconocernos como compañeros de vida con todo lo que nos rodea. Vernos a nosotros mismos y abrazar nuestras capacidades, sean cual sean. Todos somos buenos para algo, entonces hagamos lo mejor que podemos hacer y seamos con-otros.