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¿Existe una nueva izquierda?

La nueva izquierda en América Latina no tiene, en el fondo, una identidad ideológica definida como en el pasado lo fue la posición marxista-leninista y las visiones de utopía revolucionaria. Por lo tanto, si somos exigentes desde el punto de vista doctrinario e histórico, en la actualidad del siglo XXI, la izquierda ideológica no existe sino una posición pragmática y electoralista.

La izquierda latinoamericana que tomó el poder en Venezuela, Bolivia, en algún momento Ecuador con Rafael Correa y el actual régimen dictatorial de Daniel Ortega en Nicaragua, representan opciones políticas que mezclan tres tipos de fragmentos ideológicos: a) el retorno de la participación del Estado en la economía; b) el aumento del gasto social y un conjunto de políticas sociales de carácter paliativo para enfrentar los golpes de la desigualdad marcados por las políticas de economía de mercado; y c) el fortalecimiento de un Estado autoritario que, muchas veces, se concentra en la reelección de candidatos caudillistas como Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega (con fuertes ribetes de terrorismo de Estado) y el caso de Cristina Fernández de Kirshner en Argentina.

La elección de Gabriel Boric en Chile está planteando un desafío muy serio a la izquierda pragmática y postmoderna: un esfuerzo por derrotar a la desigualdad económica y social en Chile. Esta necesidad está relacionada con la exigencia de mantener las políticas de libre mercado, negociar con las élites liberales y muy privilegiadas de Chile, como el grupo Luksic y otros empresarios muy ricos como Angelini, Matte, Paulmann y Piñera, quienes llegarían a obtener ganancias que suman lo que un millón de ciudadanos chilenos obtiene con mucho esfuerzo, junto con un segundo reto: cómo el Estado debe reconvertirse en un “Estado de bienestar” capaz de proveer servicios de “calidad” como la salud, educación, vivienda, transporte, seguridad ciudadana y seguridad social. Aspectos elementales pero que, en un sistema democrático, se convierten en el eje de la estabilidad política a largo plazo.

La nueva izquierda electoralista debería ser menos ideológica. De hecho, ya no es ni marxista, ni revolucionaria armada, y orientarse hacia el sentido común de una ciudadanía que realmente alcance la equidad y la igualdad socioeconómica. Esto representa un conjunto de valores y, al mismo tiempo, la necesidad de diseñar políticas sociales que hagan al Estado, un conjunto de instituciones sencillamente democráticas. De otro modo, las amenazas del populismo, de la reelección y el autoritarismo, darán lugar a un Estado débil, anómico y en permanente crisis política como lo que tenemos en la mayor parte de los Estado de América Latina.

¿Tienen futuro las izquierdas o el futuro ya no tiene izquierda? Hay que analizar el tema con la profundidad y amplitud necesaria, especialmente pensando en cuáles son las necesidades de renovación que deben asumir sinceramente las izquierdas, así como los espacios hacia dónde aspirar en el escenario político, sin emborracharse por la toma del poder. Este paso, finalmente, es sólo un escenario entre muchos otros posibles para imaginar honestas transformaciones.

Las izquierdas aún son víctimas del espejismo de la revolución (agraria, proletaria e inclusive indigenista) que siempre obsesionó a los comunistas alrededor del mundo, sin asumir una serie de riesgos, sobre todo aquellas situaciones donde no funcionaba la tesis de una lucha de clases que debía, necesariamente, presentar como vanguardia a los obreros o los grupos más débiles de la sociedad. Ni existían en la sociedad las clases concebidas por el marxismo tradicional, ni estaban presentes en acto o en potencia las fuerzas capaces de producir el cambio revolucionario. Lo típico de la realidad político-social en América Latina fue la inexistencia de una estructura social donde la dinámica de clases fuera un aspecto fácil de resolver y comprender para la movilización revolucionaria.

Las clases sociales en América Latina están caracterizadas por una formación histórica que no siguió los postulados teóricos marxistas, pues la principal fuente de identidades clasistas descansó en las condiciones políticas de dependencia internacional; de aquí que en el siglo XXI, y con los vientos de la globalización a cuestas, las clases sociales como concepto y referente transformador se hayan desfigurado con la emergencia de fenómenos ligados a la economía informal, al gigantesco mundo de comerciantes gremialistas, al contrabando masivo, a las clases medias ávidas de consumismo, a los obreros sin una identidad única ligada a la producción, a la crisis del Estado dependiente de los organismos financieros multilaterales, y a las grandes masas campesinas e indígenas para quienes tienen un mayor significado las interpelaciones ideológicas relacionadas con la cultura y la probable representación directa en una democracia donde debe defenderse el concepto liberal de “ciudadanía política”.

Franco Gamboa Rocabado es sociólogo.

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