A la hora de hablar desapasionadamente sobre economía -especialmente cuando tengo interlocutores ideologizados al frente- me encanta poner de ejemplo el pragmatismo con el que la China comunista se viene manejando desde fines de los años ´70, a la luz de los inocultables, vertiginosos y portentosos resultados logrados gracias a su líder Deng Xiaoping, promotor de la Reforma Económica que dio al traste con la “revolución cultural” de Mao Tse Tung que había sumido en el ostracismo y la pobreza a ese país.
“No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”, célebre frase de Xiaoping, dando a entender que -más allá de la ideología- lo que cuenta es el progreso, la tecnología y el conocimiento, de lo que adolecía China, por lo cual abrió su nación a los capitales, el know how y la capacidad administrativa de europeos, estadounidenses, coreanos, japoneses, etc., dándoles condiciones inmejorables para que inviertan allí.
¿Cuál fue el resultado? China captó más de un billón de dólares (1.000.000.000.000 de dólares) en inversión extranjera provocando una “deslocalización productiva” -el traslado físico de empresas a su territorio- para convertirse en la fábrica del mundo, como dijera cierta vez el Ing. Jorge Arias Lazcano, Presidente de Puerto Jennefer; y, en el primer exportador de manufacturas y la segunda potencia económica mundial detrás de EEUU.
Quienes tengan la oportunidad de analizar series estadísticas largas sobre China (yo lo debí hacer para mi Tesis de Maestría en Comercio Internacional) podrán ver que hay un “antes y un después”, luego de su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001: desde ese momento, con derechos y obligaciones en el sistema multilateral de comercio, la China empezó a devorar los mercados del mundo.
Recientemente analizábamos datos del Ministerio de Comercio Exterior de China y del Trade Map, sobre la evolución comercial china -con mi colega Lic. Mónica Noemí Solares Gonzales, Jefe de la Unidad de Gestión Técnica del IBCE- y nos quedamos azorados al ver cómo la China pasó rápidamente de ser deficitaria a ser superavitaria en su comercio exterior, gracias a los ingentes ingresos de sus exportaciones, a partir de su ingreso a la OMC.
Para que tengan una idea: China, que no vendía ni 10.000 millones de dólares/año al mundo hasta antes de su apertura comercial, a partir de 1994 superó los 100.000 millones y sus ventas se dispararon por encima de los 200.000 millones en 2001; superaron el billón de dólares en 2007; desde el 2012 no para de exportar por encima de los 2 billones y en 2020, pese a la pandemia y la cuarentena, exportó más de 2,5 billones de dólares. Su poderío manufacturero-exportador es el que hace temblar a muchos por su creciente presencia en casi todos los rubros invadiendo con bajos precios los mercados locales.
Sin embargo, el éxito de la China basado en su integración al mundo por medio del comercio hace temblar también a otros, pero de emoción: a quienes tienen la capacidad de exportar productos a su mercado. Dentro del período antes referido, China pasó de importar cerca de 11.000 millones de dólares/año, a superar los 100.000 millones en 1993; los 200.000 millones en 2000; el billón de dólares en 2008 y desde el 2019, más de 2 billones de dólares.
A la hora de hacer negocios la ideología no le incomoda para nada a la China, que no reparó en comprar el año pasado al mismísimo Estados Unidos de América: Soya, por 14.000 millones de dólares; algodón (1.800 millones), maíz (1.200), sorgo (1.100), carne de cerdo (1.000).
“Allí duerme un dragón, no lo despierten, porque el día que lo haga, el mundo temblará”, había sentenciado Napoleón Bonaparte y su profecía se cumplió.
China despertó y dado el gran peso económico, político y militar adquirido en pocas décadas, hay un fuerte temblor en el orbe -por preocupación o emoción- todos tiemblan, unos más que otros, dependiendo de si se dejaron llevar por la ideología, antes que el pragmatismo, a la hora de tomar decisiones.
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional