La semana que pasó estuvo cargada por la tragedia judicial del doctor Jhiery Fernández, que fue sentenciado a 20 años de cárcel por un delito que no cometió. Cuando tu objetivo es llegar al poder o mantenerte en el poder a como dé lugar, el fin justifica los medios. El poder sin moral, envilece y embrutece. Y así han procedido los actuales gobernantes desde antes de llegar al poder y desde el poder mismo.
Hotel las Américas, Porvenir, Chaparina, discapacitados, cooperativistas mineros y otros casos son la prueba que para el poder inmoral,las vidas no importan, lo que importa es estar y mantenerse en el poder. Es en esta dantesca lógica que se inscribe la tragedia del doctor Fernández. Con el caso montado, no sólo buscaron destruir a la persona, sino, a través de él, embarrar y destruir a los profesionales de la salud bolivianos, que eran y son, un bulto, una piedra en el zapato del Gobierno.
Pero no se puede ser impune eternamente. La jueza Petrona Pacajes no pudo contener más el peso del bulto de su conciencia y en un vómito de borrachera soltó toda la verdad. Esa verdad que la perseguía y carcomía. El alcohol la llevó a deshacerse del bulto que permitió que los bolivianos nos asqueemos de los hilos del poder sin moral y que se libere al inocente.
Esta perversa lógica del poder es confirmada por Jhiery Fernández desde la cárcel, donde se halla desde hace cuatro años injustamente: “A través de esta carta como único medio que tengo para gritar y denunciar mi indignación contra todo el sistema judicial y los fiscales encabezados por el autor intelectual de este horrendo crimen que se dio a luz en este audio, el fiscal Ramiro Guerrero y los autores materiales Susana Boyán Téllez y Edwin Blanco Soria”.
En este contexto, sin premeditación alguna, también la semana anterior, se estrenó la película La muralla, que devela el problema de la trata y tráfico de personas en Bolivia a través del drama de un exfutbolista que cae en pobreza y que está dispuesto a cruzar la frágil línea de lo legal, y transitar por el delito para salvar la vida de su hijo, que tiene una enfermedad terminal.
Otra vez, la trama plantea, desde el celuloide, el dilema si el fin justifica los medios. Pero también, otra vez, el bulto, así se llama en la película a los cuerpos traficados, se convertirán en el bulto de la conciencia que perseguirá al personaje todos los días de su vida.
Al terminar la película, al igual que la sociedad boliviana está boquiabierta e impotente con el caso del doctor Fernández, los espectadores no sabíamos si aplaudir o llorar por la tragedia contada. Por supuesto,terminamos aplaudiendo la gran puesta en escena, pero, al mismo tiempo, caímos en conciencia que, como sociedad, cargamos un bulto que sabemos existe pero que nos negamos a ver, como es la trata y tráfico de personas.
Cada día desaparecen ocho personas en Bolivia. Un reciente informe de Estados Unidos sobre el tema ubica a Bolivia, junto a otros 22 países, en la “lista negra” porque “las autoridades bolivianas -dice el informe- no reportaron que estén investigando, persiguiendo penalmente o condenando crímenes de tráfico de personas, ni que estén identificando víctimas y enviándolas a servicios de ayuda”.
Después de 99 minutos de la película, que ha sido filmada en su totalidad en las ciudades de La Paz y El Alto, los asistentes departimos en la recepción de la premier. “Quiero un vaso de agua -decían algunos- para que me baje el nudo de dolor e impotencia que tengo en la garganta”. Todos valoraron la maestría con que se cuenta el drama y cómo, sin entrar en detalles morbosos, el espectador es introducido al bajo mundo del hampa del tráfico de personas.
Toda gran obra tiene que contar con el talento, pero también con las personas que creen, arriesgan e invierten por lo boliviano. Así, Samuel Doria Medina, en su primera incursión en el plató del séptimo arte, es el productor ejecutivo que arriesgó y apostó para, junto a Leonel Fransezze y Claudia Gaensel, llevar adelante este desafío.
“Ojalá se valore la inversión en esta película -puntualizaba un cineasta- porque estamos acostumbrados sólo a criticar y a no resaltar las cosas buenas que se hacen por Bolivia”. El mejor agradecimiento será que informemos y movamos a la gente al cine, le complementaba otro.
La muralla, ópera prima del director Gory Patiño, y Averno, de Marcos Loayza, ya fueron seleccionadas por 11 expertos de ASOCINE para representar a Bolivia en los premios Óscar y Goya, respectivamente. Querido lector, si quiere ver buen cine y además si es nacional, vaya y vea La muralla.