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Instantes

Andrés Canedo / Bolivia.

Es bueno volver, aunque sea después de largo tiempo, a encontrarse con Facundo Cabral. Es que suelo sentirlo, como una especie de guía espiritual para mí, aunque en muchas cosas seamos distintos. Pero están su sensibilidad, su predominio del corazón (alma) sobre el cerebro, su generosidad enorme, su desapego por los bienes materiales, su impresionante capacidad de amar. Me gustan sus canciones, claro, pero prefiero su monologar conversando; grande y sabio hablador. Al oírlo, uno no puede menos que pensar en Borges y decir con él, “señores, yo estoy diciendo lo que se cifra en el nombre”: Facundo-Facundia, que es elocuencia, desenvoltura en el hablar. Y claro, todas esas palabras se originan en su sentir, que es como el nuestro, como el mío, quiero decir. Me llenó de emoción volver a escucharlo, ir rastreando entre sus decires, esos pedacitos de verdad que me corresponden. Durante largo rato, lo estuve sintiendo, oyendo, descubriendo cómo sus palabras anidan en mi corazón y le dan a él, a Facundo, el nombre de poeta. Antes, cuando él estaba vivo, solía imaginar que cualquier jornada de esas, caminando por la plaza principal de la ciudad, un día lo encontraba, lo traía a mi casa, y le hacía escuchar, como si fuera el más guardado de mis tesoros, un Bolero de Caballería, que a él lo deslumbraba con sus cadencias lúgubres, y que entendía conmigo, que ese era uno de los retratos más precisos de mi patria.

Yo acá, sigo viviendo y a ratos sobreviviendo. El mundo permanece siendo áspero, hostil, plagado de guerras, del genocidio en Gaza, pero a pesar de ello, en la mayor parte de su extensión continúa siendo hermoso. Contemplo desde la ventana, la calle, las casas del frente, las hojas de las palmeras que nos inundan de su verde frescor. En los cuchillos de sus hojas danza la brisa y produce reverberos de luz. Están también, el celeste o el negro del cielo, del que a veces se escapa una estrella y se vuelve fugaz. Me imagino que viene hacia mí, pero claro, solo viaja en la inmensidad del cosmos, del que yo también formo parte con mi débil, mi profana luminosidad. Aquí estoy, en este momento, con la arquitectura de mis huesos que forman mi cuerpo, con el relumbrar oscilante de mi alma que se empeña en sentir. Estoy, tratando de enlazar palabras, de dotarlas de luna y de sol, para dejar algo de mí en el infinito universo, que, sin embargo, permanece indiferente, callado, en su negra enormidad. No importa, me montaré en la fe, en la esperanza, y en la labor apasionada. Trabajaré más, de lo poco que he hecho hasta ahora. Quizá algún día dé con el vocablo mágico, ese que desenreda todos los otros y preludia la eternidad. Tal vez un día, irradiando como un tambor de lata en pleno mediodía, aparezca la mágica resonancia y justifique esta mi vida.

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