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Balotaje sin brújula: ¿Quién gobierna cuando nadie confía?

“La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez.” — Winston Churchill

“La política no tiene relación con la moral.” — Nicolás Maquiavelo

Bolivia se aproxima a una decisión que va más allá de nombres y partidos: se trata de cómo el país enfrenta sus propias incertidumbres.

El balotaje del 19 de octubre no es una competencia de cifras, sino una confrontación entre modelos de gobernabilidad en medio de una crisis económica, institucional y social. No se trata de elegir al menos malo, sino de entender qué tipo de liderazgo puede responder a las urgencias del momento sin profundizar las fracturas que ya existen.

Una reciente encuesta de Ipsos Ciesmori coloca a Jorge Quiroga (Libre) por delante de Rodrigo Paz (PDC), con un 47% frente a un 39,3% en intención de voto. Si se consideran solo los votos válidos, Quiroga alcanzaría el 54,5%. Pero ¿qué significan estos números en un país donde la confianza en las encuestadoras está rota? ¿Reflejan realmente el sentir ciudadano o son apenas espejismos estadísticos que buscan moldear el voto antes que medirlo?

La muestra utilizada por Ciesmori incluyó 2.400 casos en áreas urbanas y rurales, pero expertos advierten sobre una sobre-representación de zonas metropolitanas. ¿Dónde queda el voto rural, indígena, joven? ¿Quién escucha a los que no aparecen en las estadísticas? ¿Qué pasa cuando las encuestas se convierten en herramientas de exclusión en lugar de inclusión?

El margen de error declarado de ±2% no compensa el hecho de que las encuestas fallaron estrepitosamente en la primera vuelta. ¿Y si el error no es técnico, sino estructural? ¿Y si el problema no está en los números, sino en la forma en que se construyen las preguntas, se eligen los perfiles y se interpretan los silencios?

El Tribunal Supremo Electoral (TSE) ha calificado las encuestas como “deslegitimadas” y generadoras de “inseguridad”. Evalúa suspender su difusión para evitar que influyan indebidamente en el voto. ¿Puede una democracia sana tolerar que sus instrumentos de medición electoral estén contaminados por la duda? ¿No deberíamos preguntarnos por qué las encuestas fallan, quién las financia, a quién benefician?
Mientras tanto, el mapa político de Bolivia se reconfigura. ¿Es este un voto que nace del convencimiento o de la resignación? ¿Qué dice sobre la falta de opciones políticas sólidas? ¿Estamos votando por esperanza o por miedo?

Ambas fórmulas Paz–Lara y Quiroga-Velasco enfrentan críticas por la supuesta guerra sucia.
El 66% del electorado, según se registró en la primera vuelta, ya decidió su voto, pero el 34% restante podría inclinar la balanza. ¿Qué mueve a los indecisos? ¿La economía, la ética, el hartazgo? ¿Qué pasa cuando el silencio se convierte en el voto más poderoso? El voto rural y joven sigue siendo una incógnita, históricamente volátil y poco captado por las encuestas tradicionales. ¿Quién representa a los que no tienen voz?

La abstención nuevamente podría superar el 20%, alimentada por la apatía política y la desconfianza en el sistema. ¿Es abstenerse una forma de protesta o una rendición silenciosa? ¿Qué significa que uno de cada cinco bolivianos prefiera no participar en el momento más decisivo de la década?

Este balotaje plantea una pregunta de fondo: ¿puede Bolivia construir una gobernabilidad estable sin mayorías parlamentarias, sin partidos sólidos y con una ciudadanía cada vez más escéptica? ¿Qué tipo de democracia estamos construyendo si los consensos son imposibles y los liderazgos se desgastan antes de asumir?

Más allá de los nombres, lo que está en juego es el modelo de país. Quiroga representa una visión liberal y tecnocrática, centrada en la recuperación económica y la estabilidad institucional. Paz propone una agenda más social, con énfasis en la inclusión y la descentralización. ¿Son estas propuestas suficientes para enfrentar la complejidad del momento, una crisis estructural y un malestar generalizado? ¿O estamos ante promesas que no resisten el primer embate de la realidad?

Ambos proyectos tienen fortalezas y debilidades, pero ninguno podrá gobernar sin construir puentes con una sociedad que exige resultados concretos y transparencia. ¿Están los candidatos preparados para dialogar con quienes no los votaron? ¿Podrán articular una agenda común en medio de la fragmentación? ¿Y si el verdadero desafío no es ganar, sino gobernar?

Así, Bolivia se prepara para decidir entre el cambio de rumbo o la continuidad fragmentada. Y aunque las encuestas intentan anticipar el desenlace, será el voto —libre, informado y consciente— el que trace el verdadero camino. Porque en esta elección, más que nunca, lo que está en juego no es solo el poder, sino la posibilidad de reconstruir la confianza en la democracia. Y esa reconstrucción comienza no con cifras, sino con coraje. ¿Estamos listos para elegir sin miedo?

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