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El arca

De: Paz Martinez / Para Inmediaciones

Noé nació en un pueblo marinero de la Islandia oeste. Un lugar, un país, que se mueve a caballo entre la modernidad y la tradición, la naturaleza y el progreso, el mar y la montaña. Su casa, a unos 10 km del parque natural Snaefellsjökull – el que da nombre al volcán de Julio Verne-, huele a salazón, hierba, azufre y brea. Es una de las edificaciones del acantilado, alejada del centro, por lo que nunca se cierra la puerta. Es un niño alegre, charlatán, curioso, imaginativo, inquieto, conocido en el colegio, en el supermercado, en el cine, en el museo, en el puerto, en el banco, en los glaciares… las rocas, los peces lo saludan mientras reciben una mano al viento porque él está enfrascado en otras cosas. A sus 5 años, tiene la certeza de que siempre ha estado ahí. Sabe que los niños nacen, crecen y se hacen adultos lo que no va con él ya que no recuerda el día de su nacimiento aunque sí las historias antiguas en las que estuvo presente: la conquista de Inglaterra, en el siglo VIII; las luchas con el rey de Noruega Harald I, en el IX; sus peleas con Erik el rojo, en el X; el desastre del Lakagígar, en el XVIII o la invasión de las tortillas de patatas, de principios de milenio, y el misterio de que no acaben con el hambre. Su habitación es la del tejado. Desde allí puede investigar mejor, advertir cuando llegan las tormentas, las ballenas o se va el sol. Divisa la playa, el instante en que la marea le dejará encontrar huevos de bacalao, que enterrar espinas no dió buenos resultados. Una de sus mayores preocupaciones es el calentamiento global y sus consecuencias. Sus métodos de investigación, a priori, pueden resultar chocantes o rudimentarios, -desnudarse- pero la eficacia es del todo infalible concluyendo que es mayor en verano que en invierno, momento en el que las naves espaciales tendrían que llevar agua al sol.

En el colegio, ayuda a compañeros y profesora contando lo vivido en épocas pasadas: las caras de los enemigos, sus reacciones y frases míticas, cómo comían, qué bebían, con quién se relacionaban, pero, sobre todo, las dotes negociadoras de sus inseparables mascotas: Melgar, el patocerdo; Pink, el puma y caballogato. Son sus protectores, quienes han elegido a sus amigos Hanna y Lárus, a sus tíos, padres, a toda su familia… por ser það besta -los mejores- y la elección se basa, simplemente, en tu capacidad visual. A sus dos hermanos mayores, Hugo (17) y Héctor (15), que llegaron de España cuando él tenía 2, se les hicieron visibles al bajar del avión, por eso supo que los querría. A pesar de sus edades, afirma que es el mayor de los tres. En el momento que éstos se mudaron, él ya estaba. Con la escritura y la lectura no va mal, aunque prefiera el hugossi -idioma que utilizaba el de más edad a su llegada- al inglés o el islandés, sin embargo, como ellos, lo estudia para ser entendido.

Como cada año, escribe su carta a Papá Noël. Comienza la segunda semana de noviembre, aunque el borrador sea contínuo. La fecha tiene su razón de ser ya que Pink le ha dicho que si la envía más tarde del 1 de diciembre, el anciano no tendrá tiempo de formalizar todos los pedidos y puede llegar cualquier cosa. Se ha hecho tradición llevarla a la oficina de correos personalmente y entregársela a aquel señor viejo. Cuando hace dos navidades llegó molesto del colegio por comentarios de algún niño, el trabajo de padres, tíos, vecinos y todo cuanto adulto lo conoce fue en la línea de convencerlo de que había escuchado mal. Lo conseguimos a medias, ya que urdió un plan magnífico que lo llevaría a conocer la verdad: escribir todos los deseos menos uno que el mago, si de verdad lo era, tendría que adivinar. En aquella ocasión la precipitación, los cambios de última hora y el trajín de los elfos justificaron el error, seguro que en el siguiente cambiaría. Estas pasadas fiestas, Santa leyó su mente e invitó a su casi tocayo a visitar Eurodisney, con toda la familia, a mediados de julio. Los alaridos llegaron a Finlandia y la misiva a la zona preferente de su habitación para leer con sus incondicionales.

Cuando terminó el colegio, comenzó a ponerse nervioso. Exponer al puma a otro viaje a Europa le preocupaba, el último fue un enorme desastre porque vomitó tanto en el vuelo que toda la marina vikinga tuvo que fregar el continente. Por suerte, los romanos tenían escobas en los cascos y el tema concluyó, aunque teme que ocurra de nuevo. Sus hermanos mayores le hablan de las pastillas contra el mareo, que dormirían durante el trayecto y no les causaría molestias. Ha visto fotografías del parque con montañas rusas, castillos, lagos y un Mickey mouse al que odia caballogato, con el que seguro se peleará. Maldita sea, le dijo a mamá, tú no sabes lo que es tener responsabilidades.

Hanna pasará el mes con sus abuelos, podrá cuidar de tus amigos, le dijo mamá y por fín se alivia su angustia. Confía en ella y sabe que estarán como en casa así que comienza con los preparativos: mantas, agua, mahonesa y patatas, las suficientes para dos semanas, no quiere que les falte de nada. Será la primera vez que se separen, tendrá que reunirlos y explicarle las razones, que no crean que los abandona.

Llegó el lunes y un avión muy grande, más que el del año pasado, pero en vez de asustarse le dió sueño y cuando despertó era de noche y estaba sentado en un coche camino del hotel. Pasaron delante de la torre de los picos, los puentes y a toda la gente. Había mucho ruido aunque las patatas y la tortilla, que tampoco saca el hambre, estaban ricas. Por la mañana visitaron las momias y sus tumbas ¡geniales! mientras un señor les contaba como los enterraban. Comieron hamburguesas y pasearon por el río, sin embargo no vio peces, ni una simple merluzaraña, porque el calentamiento global de París es enoooooorme. Le molestó que mamá no le dejase quitarse las zapatillas y poder predecir la temperatura exacta y tener que acostarse temprano para ir a casa del ratón,al día siguiente. Por lo demás, todo bien.

La mañana del miércoles comenzó pronto, se levantaron muy temprano para llegar al parque de atracciones. Cuando dejaron los coches ya se escuchaba la música. Había muchísima gente, incluso niños hablando hugossi o eso le pareció ya que, al hablar con ellos no le entendieron. Su cara fue pasando de la excitación al aburrimiento finalizando en el agobio. A las 6 de la tarde, tras nueve horas de “felicidad”, papá le preguntó:

– ¿Contento, cariño?

-Bueno… no mucho, pero no quiero fastidiaros la ilusión

Tras el cansancio unánime, decidieron no esperar al desfile y volver a la ciudad. Ya en el coche, preguntaron

-¿Qué ha pasado?

-Pues que al entrar en el parque pasarmos por un castillo de mentira, subimos a unos barcos de mentira, a unas tazas de mentira, paseamos por lagos de mentira. El laberinto del gato era facilísimo, no había quien se lo creyese y, encima, no me dejaban subir en las montañas rusas, me han discriminado y nadie ha hecho nada. Papá no se enfadaba, mamá tampoco. Hugo y Héctor iban y venían y yo tenía que conformarme con los caballos de mentira y tuve que esperar horas ¡horas para aquella tontería! Y lo peor de todo, lo más terrible, es que caballogato se quedó en casa por si peleaba con Mickey ¡QUÉ ES DE MENTIRA! ¡Mucho mejor las momias!

Sentado en el escritorio de la habitación, escribe a Papá Noël su frustración, en su propio idioma.

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