Franco Gamboa Rocabado
Introducción: el rezago internacional
Bolivia, pese a su ubicación estratégica en el centro de Sudamérica y su abundancia de recursos naturales, sigue estando en los márgenes del sistema internacional. Su proyección exterior es débil, sufre desventajas históricas —particularmente frente a Chile—, y no ha logrado integrarse de manera efectiva a bloques de poder relevantes como la Alianza del Pacífico o, más recientemente, la Alianza del Atlántico. Esta marginalidad no es solo geopolítica, sino también producto de fallas estructurales internas en su política exterior.
Fallas estructurales de la política exterior
Las limitaciones de Bolivia en el plano internacional no pueden explicarse únicamente por factores externos. Existen fallas estructurales en su política exterior, entre ellas:
- Ausencia de una diplomacia profesionalizada: Muchos cargos diplomáticos han sido ocupados por cuotas políticas, lo que debilita la continuidad y coherencia de largo plazo.
- Inestabilidad política interna: Cambios de gobierno, rupturas institucionales y una orientación ideológica pendular han hecho que Bolivia carezca de una línea estratégica clara.
- Ideologización de las relaciones exteriores: Durante el ciclo del MAS (2006–2024), la política exterior fue instrumentalizada como una extensión del discurso populista, priorizando relaciones con países afines (Cuba, Venezuela, Irán, Rusia) en lugar de construir alianzas pragmáticas con potencias económicas o tecnológicas.
- Desconexión tecnológica y comercial: Bolivia no ha logrado integrarse a las cadenas globales de valor, ni posicionarse en sectores clave como el litio, la energía limpia o la transformación digital.
Los costos inútiles del alineamiento con el Socialismo del siglo XXI
La influencia del Socialismo del siglo XXI —liderado por Hugo Chávez— fue determinante en el redireccionamiento ideológico de la política exterior boliviana a partir de 2006. Este alineamiento trajo consecuencias estratégicas profundas, muchas de ellas negativas y duraderas, por ejemplo:
- El Socialismo del siglo XXI, encabezado por Hugo Chávez, representó un giro dramático en su política exterior. Lejos de una diplomacia pragmática o multipolar, el gobierno de Evo Morales subordinó los intereses nacionales a una lógica geopolítica ideologizada, con consecuencias estratégicas negativas.
- Aislamiento regional y desconfianza internacional. La cercanía con Venezuela, Cuba, Irán o incluso Rusia distanció a Bolivia de países con economías abiertas, instituciones democráticas sólidas y capacidades tecnológicas avanzadas. Mientras otros países sudamericanos fortalecían lazos con Europa y Asia, Bolivia optaba por una alianza con regímenes autoritarios, lo que debilitó su credibilidad internacional y su posibilidad de interlocución seria.
- Rechazo a tratados y organismos multilaterales. La retórica antiimperialista llevó a Bolivia a abandonar o debilitar su participación en mecanismos multilaterales claves como el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), la Organización de Estados Americanos (OEA), o iniciativas de libre comercio. Esta postura cerró puertas al financiamiento internacional, al arbitraje transparente
- El costo geopolítico del alineamiento con el Socialismo del siglo XXI fue enorme. El giro a la izquierda bajo la tutela política y simbólica de Hugo Chávez, supuso una ruptura con las líneas tradicionales de política exterior boliviana. Esta decisión no fue estratégica, sino ideológica y reactiva, basada más en afinidades personales que en un análisis de los intereses nacionales.
- Aislamiento de bloques modernos e integradores. Mientras países como Perú, Colombia o incluso Paraguay avanzaban en tratados de libre comercio y acuerdos de inversión con Estados Unidos, Europa y Asia, Bolivia quedó anclada a un eje político inestable, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), sin capacidad real de articulación económica internacional.
- Desconfianza internacional. El alineamiento con regímenes autoritarios y conflictivos (Cuba, Venezuela, Irán) dañó la credibilidad de Bolivia como socio confiable, especialmente frente a países de la OCDE y organismos multilaterales.
- Pérdida de influencia regional. Lejos de consolidarse como un actor autónomo, Bolivia se subordinó discursivamente a la retórica de Caracas. Hugo Chávez impuso una narrativa antiimperialista que Evo Morales replicó sin adaptar a las condiciones concretas del país.
- Fracaso en liderar una agenda propia, mientras otros países latinoamericanos diversificaban sus relaciones exteriores, Bolivia perdió la oportunidad de posicionarse como un puente andino-amazónico o un nodo energético de Sudamérica.
Desde el punto de vista de la estrategia internacional, este alineamiento significó renunciar a una lógica multipolar inteligente. Bolivia podría haber jugado un rol como país bisagra entre el Mercosur, la Comunidad Andina (CAN) y el Pacífico. En vez de eso, eligió ser parte de un bloque marginal, sin proyección económica.
La inserción pragmática en la globalización, en tiempos donde el mundo exigía gobernabilidad, estabilidad jurídica e innovación, Bolivia exportaba discursos antioccidentales y reivindicaciones anacrónicas, sin resultados diplomáticos concretos.
La autonomía de acción fue drásticamente reducida, pues Chávez no solamente influía en el discurso, sino también en las decisiones más delicadas del Estado boliviano. Esto incluyó presionar en la redacción de la Constitución de 2009, intervenir en el diseño del aparato comunicacional del MAS y replicar una visión geopolítica que no se correspondía con las necesidades de Bolivia. El balance atraviesa las siguientes fases:
- Corto plazo (2006–2013): aumento de la retórica de confrontación internacional, debilitamiento de relaciones tradicionales (EE.UU., Brasil, Unión Europea), y dependencia de alianzas políticas inestables.
- Mediano plazo (2014–2020): caída de Venezuela como referente regional, crisis del modelo ALBA, pérdida de interlocución con organismos multilaterales, y aislamiento en foros como la Alianza del Pacífico.
- Largo plazo (2021–2025): rezago tecnológico, falta de acceso a financiamiento internacional, exclusión de nuevas alianzas como la del Atlántico, y un desprestigio acumulado de la política exterior boliviana como herramienta de desarrollo.
La política exterior no puede construirse sobre lealtades personales ni ideologías transnacionales. La influencia de Hugo Chávez convirtió a Bolivia en un país satélite, incapaz de trazar una agenda soberana en el concierto internacional. A largo plazo, esto debilitó profundamente su capacidad de acción externa y cerró oportunidades que otros países de la región —más pragmáticos y modernos— sí supieron aprovechar.
La desventaja histórica con Chile
Desde la Guerra del Pacífico (1879), Bolivia quedó enclaustrada, lo que significó una pérdida dramática de proyección marítima y de acceso directo al comercio global. Chile consolidó su poderío geoestratégico a través del control del litoral y desarrolló una política exterior moderna, profesional y basada en intereses nacionales claros. Bolivia, en cambio, convirtió el tema marítimo en un símbolo de victimismo repetitivo, sin lograr avances concretos.
La sentencia de La Haya en 2018 —que descartó la obligación chilena de negociar una salida soberana al mar— fue un golpe devastador. Pero más grave aún fue el vacío estratégico posterior: Bolivia no redefinió su agenda exterior ni reorganizó sus prioridades. Mientras Chile avanza en tratados de libre comercio, corredores bioceánicos y alianzas interoceánicas, Bolivia permanece atada a una visión sobre la “historia pasada” del conflicto.
La exclusión de la Alianza del Pacífico
Bolivia quedó al margen de la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia, México), por no compartir, ni su modelo económico ni su vocación comercial. Este bloque representa una de las plataformas de integración más dinámicas de la región, abierta al Asia-Pacífico y orientada a la innovación.
Su exclusión revela una percepción de Bolivia como un país con baja capacidad de interlocución, sin peso regional ni atractivo inversor.
Limitaciones estructurales: geografía, instituciones y demografía
El estudio Desarrollo más allá de la economía, del Banco Interamericano de Desarrollo (2000) ofrece una mirada integral sobre los factores que restringen el desarrollo en países como Bolivia e influyen poderosamente en la delicada inserción dentro de la globalización. El enfoque del BID permite entender que el problema no se reduce a malas decisiones coyunturales, sino a limitantes estructurales de largo aliento, que deben ser tomados en cuenta al pensar una política exterior moderna.
- La geografía adversa. Bolivia es un país sin litoral, montañoso, con altos costos de transporte y dificultades de conectividad. Esto la aleja de los principales puertos del comercio internacional (como los del Pacífico), encarece sus exportaciones e impide una logística competitiva. Esta desventaja no se resuelve con discursos patrióticos, sino con infraestructura física (corredores bioceánicos, trenes interoceánicos, puertos en concesión) y diplomacia comercial proactiva.
- Altos costos de transacción. El BID señala que Bolivia presenta elevados costos para hacer negocios, debido a trabas burocráticas, regulaciones opacas y una administración pública ineficiente. Esto desincentiva la inversión extranjera y afecta la competitividad de las exportaciones. Una política exterior eficiente debe estar alineada con reformas internas que eliminen estas barreras, facilitando el comercio, los tratados y la cooperación internacional.
- Instituciones débiles. Sin instituciones estables y predecibles, ningún país puede sostener relaciones internacionales confiables. En Bolivia, la inestabilidad normativa, la captura partidaria del aparato estatal y la politización del servicio exterior han socavado la imagen del país en el mundo. Por tanto, no basta con renovar embajadores: es necesario reconstruir el Estado para proyectar una política exterior seria.
- El bono demográfico no aprovechado. Bolivia tiene una población joven, lo cual es una oportunidad histórica para crecer si se logra invertir en educación, innovación y empleo de calidad. Pero esta ventaja puede convertirse en un problema si el país continúa aislado, sin acceso a tecnología, cooperación técnica y mercados globales. Una diplomacia moderna debe enfocarse en atraer conocimiento, intercambios académicos, cooperación científica y acuerdos que inserten a la juventud en redes globales de productividad.
Al conectar estos factores estructurales con la política exterior, se comprende que la diplomacia no puede ser una burbuja desconectada de la realidad interna. Al contrario, debe ser el brazo externo de un proyecto de desarrollo coherente, con los siguientes objetivos estratégicos:
- Internacionalizar la infraestructura: buscar socios (Brasil, China, Unión Europea) que cofinancien corredores bioceánicos, rutas ferroviarias y acceso a puertos. La diplomacia debe ir más allá de la queja por el enclaustramiento y promover soluciones concretas.
- Posicionar al país como socio confiable: reformar las instituciones para ofrecer seguridad jurídica, facilitar inversiones y dar señales de apertura. Esto incluye respetar normas internacionales y recuperar la profesionalización del cuerpo diplomático.
- Insertarse en cadenas de valor regionales y globales: Bolivia debe dejar de exportar materias primas sin valor agregado. Con acuerdos comerciales y tecnológicos puede participar en sectores como baterías de litio, alimentos orgánicos o servicios digitales. Para ello, su política exterior debe ser negociadora, técnica y ambiciosa.
- Aprovechar el bono demográfico en clave global: promover programas de intercambio educativo, cooperación científica, capacitación técnica, atracción de becas y vínculos con universidades y centros tecnológicos. Esto requiere una diplomacia pública activa y orientada a la juventud.
Desarrollo más allá de la economía demuestra que el rezago boliviano no es casual, ya que responde a factores estructurales que solo pueden superarse con una visión estratégica integral. La política exterior no es un lujo, sino una herramienta indispensable para articular al país con el mundo. En vez de repetir viejas batallas ideológicas o victimismos históricos, Bolivia necesita una diplomacia inteligente que ayude a superar las barreras estructurales señaladas por el BID, y permita imaginar una presencia internacional moderna, eficiente y orientada al desarrollo.
Las consecuencias de la marginalidad internacional
Las consecuencias de este aislamiento son múltiples:
- Menor inversión extranjera directa, debido a la desconfianza jurídica e institucional.
- Falta de acceso a la tecnología, financiamiento e innovación, lo que impide el salto hacia economías del conocimiento.
- Debilidad frente a los actores regionales más sólidos, como Chile o Brasil, que definen la agenda mientras Bolivia reacciona con retraso.
- Escasa voz en los foros multilaterales, salvo en espacios retóricos o ideologizados. Luis Arce siempre aprovechó los foros para victimizarse y denunciar golpes de Estado.
Conclusiones: un país encajonado también debe pensar globalmente
Para revertir esta situación, Bolivia necesita reconstruir su política exterior sobre la base de cuatro pilares:
- Primero: profesionalización de la diplomacia, rompiendo con la lógica clientelar y partidista.
- Segundo: priorización del interés nacional, con una agenda realista centrada en el comercio, tecnología, recursos estratégicos y posicionamiento internacional.
- Tercero: diversificación de alianzas, sin depender de bloques ideológicos y explorando vínculos con Europa, Asia y el mundo árabe.
- Cuarto: fortalecimiento de su imagen país, combinando estabilidad institucional, apertura económica y claridad normativa.
El enclaustramiento de Bolivia no es únicamente territorial, sino también político, económico y simbólico. No basta con reclamar al mundo un trato justo, pues Bolivia debe construir las condiciones internas para ser un actor creíble, confiable y dinámico en el escenario global. Superar las desventajas frente a Chile, corregir las fallas de su política exterior y entrar en alianzas estratégicas no es una opción, sino una urgencia histórica, sobre todo ahora que la vieja hegemonía miope del Movimiento Al Socialismo (MAS) ha llegado a su fin luego de las elecciones presidenciales de agosto 2025.