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Male

Cuento corto

Guillermo Almada

Nos reímos todos cuando Male se ofendió argumentando que ponía poca fe en creer que una mujer no puede hacer todo lo que hacen los hombres. Nos reímos todos, menos ella. Y todos éramos mi amigo Rodrigo, su novia, Male y yo.

En verdad, el tema comenzó debido a una novela que estoy escribiendo en donde interviene un sicario. Ahí fue donde Male propuso que esa asesina podía ser una mujer. A mi favor, o a favor de mi argumento, expuse que no conozco ninguna mujer con la frialdad indispensable para que sea capaz de llevar adelante un sicariato. Pero el problema más grave fue que a Rodrigo le dio por hacerse el cómico, y dijo imaginar que sería un buen tema a la hora del té con sus amigas.

Yo, que conozco los gestos de Male, noté su mirada repulsiva y le tomé la mano para que no fuera a responder con algún feminismo exacerbado que le cambiara el tono a la noche. Ella me miró fijo a los ojos y preguntó ¿Qué acto, o hecho, comete el hombre por el solo imperio de su género? que no sea un feminicidio, claro. Que diga esto lo hago porque soy hombre, y no hay nadie, que no sea de mi género, que pueda hacerlo.

La novia de Rodri bajó la cabeza, incómoda. Mi amigo comenzó a disminuir la risa de a poco mientras Male lo miraba desafiante esperando una respuesta. En ese momento me pareció oportuno proponer que cambiáramos de tema. Ella me miró y sonrió, y se acercó a mí como para darme una beso, y me dijo al oído que esa era la típica tibieza machirula.

La característica principal de mi novia era la de no quedarse nunca con el entripado, por eso sabía que el tema tendría una segunda parte para poner en orden los conceptos, y establecer la diferencias, en el caso de que las hubiera.

Al principio de nuestra relación, Male fue clara en eso, y lo enunció casi como condicionante: “Nunca irse a dormir con dudas, sospechas, o enojos” Así que con ella, todo debía aclararse en la misma noche, a solas, pero antes de dormir. Más allá del resultado. Y era capaz de hacer pender la relación de esa controversia.

Afortunadamente la noche transcurrió sin nuevas alteraciones. Cenamos, conversamos animadamente de otros temas. No volví a mencionar mi novela. Ordenamos postres y la novia de Rodri quiso que fuéramos a bailar. Fuimos adonde su primo, que tiene un boliche muy moderno, con tecnología de punta, con láseres y toda esa cosa que se usa, como imágenes holográficas, pantalla tres D, y en donde casi no se puede hablar porque te atormentan con la música electrónica a unos decibeles ensordecedores.

No tardamos en irnos. A Male y a mí nos conmueven los lugares más tranquilos e íntimos. Nos habíamos alejado bastante de casa y el camino de regreso lo hacía notar. Male venía callada, mirando al frente, como si fuera la conductora designada. Yo la miraba de reojo. Esperaba una primera reacción de su parte. Prefería ir sobre seguro y no caminar en lo pantanoso sin saber cómo podría salir. Con ella, eso formaba parte del peligro, pero no solo llevaba un silencio de radio, sino que además, iba estática, por momentos creí que ni siquiera pestañaba.

Después de un rato pensé en romper el silencio con una pregunta descolgada, inocente, como ¿Tenés sueño? Yo sabía que ella no se iba a comer esa curva, pero, por lo menos, la llevaba a reaccionar. Sí, me dijo, pero tenemos una conversación pendiente.

Ahí está la diferencia entre ella y yo. Yo me olvidaba rápidamente  de las cosas, las discusiones, las diferencias, daba vuelta la hoja rápido y ya. Malena, no. Ella necesitaba el punto de acuerdo, la coincidencia. Más allá de quién tuviera la razón. Y no se dormía hasta lograrlo.

Traté de explicarle que no tenía sentido transformar esa charla ocasional en un problema de pareja. A lo que Male me dijo que había sido yo quien había hecho eso, porque ella trató de exponer que una mujer con su apariencia y sus condiciones físicas, podía ser, tranquilamente la asesina de mi novela, y yo lo puse en duda haciendo que mi amigo se burlara de eso.

No lo vi así, le dije a Male, pero puedo explicarte lo que pensé en ese momento. Las mujeres son básicamente viscerales, actúan desde el impulso emocional, desde lo más profundo de sí, y se dejan arrastrar, por ese sentimiento irracional. Necesitan el motivo, el dolor, la diferencia. En cambio, un asesino profesional, un sicario, es extremadamente frio y calculador, carece totalmente de sentimientos. Por eso es ideal para matar a cualquier persona, no tiene sentimientos porque lo único que lo mueve es un grueso fajo de billetes, y mientras más grueso mejor.

Male no dijo nada más, y quedó pensativa el resto del viaje. El llegar a casa me dijo que se ducharía y me esperaría en la cama. Guardé el auto, saqué la basura. Corroboré que todas las puertas y ventanas quedaran seguras, puse la alarma, subí al cuarto y me duché, también.

Al acostarme a su lado me preguntó si quería unos masajes. La verdad es que si no fuera mi novia, promovería y recomendaría sus masajes a todos mis amigos, así que no me negué. Me puse boca abajo, ella se montó sobre mi espalda y comenzó a frotarme aceites aromáticos, de esos que ella dice que son miorrelajantes.

Luego me pidió que me volteara. Me miró a los ojos y dijo tener sensaciones raras,  como ganas de jugar. Y jugamos. Sacó unas corbatas del armario y me ató las manos el respaldar de la cama, luego comenzó a frotarme aceite en el torso. Se acercó a mi boca como para besarme, y me dijo al oído, que me veía muy vulnerable. De alguna parte que nunca sabremos, extrajo un cuchillo, una daga, y lo enterró en mi pecho, en el espacio intercostal entre la quita y la sexta costilla, y entró a mi corazón.

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