En tiempos pasados, los debates electorales en Bolivia eran un lujo escaso y cuidadosamente evitado, especialmente por el gran ausente permanente: el hermano Evo Morales, quien prefería las multitudes obedientes, a los periodistas inquisitivos y los rivales chinchosos. Hoy, sin embargo, nos encontramos ante una inesperada primavera de debates; aunque, eso sí, con la hidra populista azul ausente en todas sus versiones. La ausencia más notada es la del querubín de la política, el príncipe en rebeldía del Chapare.
Lo cierto es que esta efervescencia democrática es saludable, Ver a los candidatos intentando hilar ideas bajo presión nos recuerda que todavía hay esperanza, o al menos entretenimiento. Aunque, seamos francos, los expertos electorales insisten en que nadie vota por propuestas. Votamos por miradas profundas, peinados, slogans con eco y una buena dosis de emoción. Votamos con el bajo vientre y no con el musculo de las ideas, el cerebro.
El 17 de julio se vivió uno de los eventos más esperados de esta telenovela electoral: la Cainco organizó un “debate”, que en rigor fue una especie de mesa redonda de entrevistas cruzadas con cuatro candidatos sentados y cuatro periodistas que hicieron lo posible por no bostezar ni mostrar cara de “esto ya lo escuché”.
El formato era quirúrgico: cuatro temas, cuatro bloques, cuatro periodistas y respuestas cronometradas. La escenografía era de un cuadrilátero donde se esperaba un mascara contra cabellera. Pero, a rigor, fue un té de señores bastante educados, más dispuestos a jugar Rami que entrar a una esgrima de ideas. También cabe destacar el hercúleo esfuerzo organizacional de la Cainco.
La parte más innovadora, y digna de aplauso, fue que cada bloque arrancaba con una cápsula informativa para ahorrar tiempo en diagnósticos eternos. Al parecer, alguien entendió que si dejamos hablar sin freno a los candidatos éstos pueden tardar media hora en definir “inflación”. Pero ni con ese intento de orden se logró evitar que muchas propuestas terminaran enredadas entre lugares comunes y promesas con aroma a PowerPoint olvidado.
Eso sí, hay que reconocerlo, fue la entrevista múltiple más larga de la historia política reciente. Un maratón democrático que dejó a más de un periodista con “síndrome de túnel carpiano”, por tanto, apretar el cronómetro, y a más de un analista con migraña, tratando de encontrar alguna idea realmente original entre la avalancha de frases cuidadosamente ensayadas.
No sería humilde de mi parte, ni realista, pretender resumir cuatro horas de entrevista y cuatro bloques temáticos en una sola bocanada de texto. Después de todo, como viejo profesor universitario, sé por experiencia (y por estadísticas empíricas no oficiales) que uno logra capturar la atención del estudiante con suerte 10 a 15 minutos… y eso si el tema les parece mínimamente interesante; si no, se les acabó el paquete de datos para navegar en su celular.
Y yo, como espectador de entrevista maratónicas, no soy la excepción. Mi atención también es intermitente, guiada más por pasiones selectivas que por espíritu de cobertura total. Por eso aquí va mi humilde aporte:
Títulos de los cuatro bloques tratados en el encuentro organizado por la Cainco: Innovación institucional, Futuro generacional, Libertades y derechos, Vitalidad empresarial y Rol del sector privado. Por deformación profesional me detendré en el tema que más me hizo levantar la ceja: Futuro generacional, donde se incorporó el tema de educación.
En este último bloque la introducción estuvo a cargo de Solange Sardan y, hay que reconocerlo, fue muy bueno. No solo bien elaborada, sino verdaderamente estremecedora. Un diagnóstico directo al estómago sobre la tragedia silenciosa que viven los jóvenes y la educación en Bolivia. El golpe más duro fue, sin duda, ese dato que debería haber paralizado el set y provocado lágrimas, o al menos un silencio incómodo: solo tres de cada 100 bachilleres aprueban un examen básico de matemáticas.
Si eso no justifica una declaración de emergencia nacional no sé qué lo haría. Este estremecedor dato saco la frase más simpática de unos de los candidatos, Tuto Quiroga, quien dijo algo como: tres pasan matemáticas y 97 Baldor García Linera, en alusión al prepitagórico que actuó como vicepresidente del país.
Ese solo dato de la presentación ya pagaba la interminable entrevista colectiva. Era, de hecho, el tipo de cifra que debería haber encendido las alarmas y obligado a todos los candidatos a firmar in situ un pacto por el choque educativo, sin rodeos ni comités técnicos. Porque, seamos claros, con ese nivel educativo ningún modelo económico funciona, ni el estatista ni el liberal ni el de “sálvese quien pueda”. Así seguiremos girando en círculos, confundiendo crecimiento con sorteo y progreso con buena suerte.
Los candidatos, eso sí, respondieron con el tono políticamente correcto del caso. Ideas hubo, varias interesantes: uso de tecnologías, conectividad para todos los colegios, inglés gratuito para todos los jóvenes, reforma educativa, capacitación docente, evaluación del desempeño (prueba Pisa), emprendimiento en educación, etcétera. Pero lo que no se dijo en voz alta, aunque flotaba en el aire, fue que todos conciben estas reformas como proyectos de largo plazo, algo que puede esperar.
Esa percepción tiene que cambiar. La educación en Bolivia no necesita una reforma, necesita una política social de shock. Una política pública con la misión de conquistar el planeta educación y con la urgencia de una emergencia sanitaria. Porque lo que está en juego es el capital humano, son los niños y jóvenes; es decir, la capacidad misma del país de tener futuro.
Y, por supuesto, todas las propuestas de los candidatos cayeron, otra vez, en el sesgo clásico: se habla de educación solo desde el sistema formal. Colegios, universidades, institutos. Muy poco, casi nada, sobre la educación en las familias, en las empresas, en los medios de comunicación, en todos los espacios públicos; en suma: en la vida cotidiana.
En plena era de la Inteligencia Artificial se sigue viendo la educación como aula, pupitre y pizarra; cuando, en realidad, debe ser un ecosistema. Aprender a aprender sí, pero también a convivir, crear, innovar. Porque sin eso, ni el con gas natural a 50 dólares el millar de pies cúbicos, ni con la soya a 10 mil dólares la tonelada en el mercado internacional, vamos a salir del laberinto del extractivismo y de la trampa de la baja productividad.
Gonzalo Chávez es economista.