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No había otro mundo para ella  

Oscar Seidel Morales

Carmen se alarmó al escuchar aquel sonido estruendoso. Pensó que eran las olas del mar que estaban socavando los cimientos de la casa de dos pisos ubicada en la playa, se calmó, y decidió quedarse más tiempo acostada en la cama.

Una semana después, Carmen quedó atrapada en el segundo piso porque no pudo bajar. Tampoco vio la canoa que había quedado anclada en la tierra, y sin utilizar desde la última vez que fueron a la finca, puesto que, al regresar, su esposo Antonio que estaba borracho, cayó al mar, y jamás pudieron encontrarlo.

Mucho tiempo atrás, Carmen, era la joven mulata más apreciada del puerto, que tenía piel canela, ojos verdes, y una dentadura blanca que servía de luz para localizarla en las noches. Era la admiración de todos los hombres, a pesar de estar casada con Antonio, el único que la supo conquistar.

La casa era hermosa; colgaban coloridas hamacas en la terraza; jaulas de aves tropicales; y adornaban rosas rojas la sala. El camino hacia a la playa estaba cubierto de palmeras, y empedrado con rocas y caracolas molidas, que le daban consistencia para que la espuma de las olas no se atravesara hasta el jardín, que estaba a espaldas de la casa. 

Carmen nunca tuvo hijos con Antonio, quien atormentado por los celos que le producía ver a su mujer codiciada por los demás hombres, se entregó al alcohol. En el delirio producido por la bebida, Antonio salió al muelle aquella noche, junto con sus amigos a esperar al buque fantasma que recogía a los hombres sinvergüenzas, para convertirlos en tripulantes eternos de su viaje por toda la costa. A sus amigos se los llevó el buque fantasma, más con él no pudo.

Fue una situación muy angustiosa para Antonio, cuando Carmen le hizo otra vez reclamo por el comportamiento tan extraño de ir solitario todas las noches al muelle. Al no poder explicar, Antonio se ahogó más en el licor que lo llevó a despreocuparse de la finca, a la que no quiso volver, hasta el día que Carmen lo obligó ir a recoger el poco cacao que quedaba, para venderlo y conseguir dinero con el que mantendrían el hogar. Ese fue el último día que vieron con vida a Antonio. Desde allí, Carmen se encerró en su casa y no volvió a salir.

Cierto día, Carmen se percató que había desvanecido parte de la azotea ; las bisagras de las puertas y ventanas estaban desprendidas, y los tablones del segundo piso dejaban ver unos agujeros enormes por donde entraba la brisa marina. Entonces, llamó a las vecinas para que fueran donde el chamán de la Santería, quien al utilizar el tabaco y el pildè, pudiese descifrar el misterio de las desapariciones de los componentes de la casa.

 Tan pronto llegó el chamán, invocó a los espíritus en su misma lengua. Dio órdenes al pelícano que surcaba los cielos para que le prestara su cuerpo de ave, y desde las alturas poder otear tan extraño suceso. Se hundió en el fondo del océano transformado en tiburón, y fue hasta el infierno marítimo donde estaban las ánimas del buque fantasma. Sin embargo, la invocación de los dioses de la Santería, y la metamorfosis en los animales, no dieron buenos resultados.

Apesadumbrada, Carmen decidió asomarse todas las mañanas a la terraza que daba a la playa, porque en sueños creía ver un buque flotando y peleando con las olas para llegar hasta ella. Llegó a la conclusión que era un mensaje de Antonio, quien arrimaba silencioso a destruir la casa, y llevarse la madera para terminar de fabricar la embarcación en la que regresaría con sus amigos desde el infierno marítimo. Ella no quiso asomarse más, y dejó la preocupación por Antonio y su nave. Al final, decidió no atormentarse, y que el océano decidiera por ellos.

Aquella madrugada, Carmen se asomó con dificultad por la ventana, y vio a Antonio que emergía entre las olas en medio de una tempestad. Los fuertes vientos hicieron que el resto de la casa se derrumbara y la tragara el mar: impidiendo a Antonio encontrarla, quien con todo el dolor se regresó al infierno.

Desde aquel día, en la zona de la playa, una anciana, sin ninguna esperanza en la vida, levita solitaria en su cama. Fue el último acto de magia del generoso chamán.

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