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Jóvenes en la Iglesia

El papa León XIV ha comenzado en sus primeros discursos con declaraciones que, en lo personal, son lo que espero del líder espiritual de la Iglesia: su condena al aborto, la conformación de la pareja de hombre-mujer y, en su primer Regina Caeli, un recordatorio del llamado bíblico a los jóvenes y a la invitación que les hace la Iglesia porque ellos son su esperanza. Y la verdad es que, en apariencia, la Biblia no pone mucho énfasis en la juventud; no en lo literal, pero sí en pasajes dirigidos a ella, mostrando, como cualquier otro libro que refleja la profundidad de la vida humana, a la juventud como el periodo de la plenitud y la fuerza. Es cierto que ser joven lleva consigo una dosis de inexperiencia (Jer 1:6; Prov 7:7), pero la aparición de personajes jóvenes en los momentos decisivos de la historia de Israel pone de manifiesto la significación —a lo largo de los siglos en la vida secular— de la relación del hombre con Dios. El Libro de Daniel (1:17), solo por citar un pasaje de la Biblia, nos da un ejemplo de ello.  

El protagonismo de los jóvenes en la historia de la Salvación cobra mayor fuerza en el Nuevo Testamento, en el que una joven de Nazareth fue capaz de pronunciar un “hágase en mi según tu voluntad”.

Así, la Iglesia recogió con esmero a la juventud en la vida de Jesucristo, porque ser joven entre, otras cosas, es sinónimo de fuerza y esperanza. Por eso el Concilio Vaticano II se dirigió a ellos con una expresión igual de vigorosa: “La Iglesia os mira con confianza y amor”,con lo que se engloba dos deseos fundamentales: el ofrecimiento del mejor tesoro que la propia Iglesia posee y la proclamación de su confianza en la capacidad de los jóvenes para transformar la sociedad y de asumir la tarea evangelizadora.

Pero todo lo anterior es apenas un compendio de los abundantes antecedentes que las Escrituras y el Magisterio de la Iglesia prueban: que la juventud es no únicamente importante para la fe católica, sino para el sostenimiento de la Iglesia. Así de valiosos son ellos. Y es cierto; los Evangelios no hablan mucho de ellos, pero su redacción expresa mucho sobre el rol de la juventud en la historia de la Salvación, pues Cristo mismo, desde una mirada no biológica pero sí del contexto cultural de la época, era un adulto joven cuando empezó su ministerio y vida pública; y la simbología que encierra el pasaje del joven rico, entre otros, da cuenta de que el Mesías ya tenía en sus planes a la juventud como sostén granítico de su futura iglesia.

Pero lo que sí tiene un significado explícito y más que ejemplificador sobre la mirada que Dios tiene sobre la juventud, podemos encontrarlo en la carta de Pablo a Timoteo cuando le dice: “No dejes que te critiquen por ser joven. Trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu caridad, tu fe y tu vida irreprochable” (1Tim 4:12). Y es que los jóvenes son el segmento más dinámico de cualquier sociedad y están en una etapa fascinante de la vida, en que el desarrollo vigoroso, la guía y la formación son elementos no solo importantes, sino también necesarios. Por eso es esencial, como parte integral de la misión de la Iglesia, hallar maneras idóneas y creativas de, primero, llevar a los jóvenes hacia Jesucristo y, luego, de hacerlos instrumentos al servicio de Dios.

¿Acaso las palabras del apóstol Pablo al joven Timoteo no son un llamado a la Iglesia para que esta juegue un papel esencial en la vida de los jóvenes, y una exhortación a estos para que sepan que su contribución en la vida de la Iglesia es vital?

Las comunidades de nuestra arquidiócesis deben convertirse en “pescadores de jóvenes”; bien que el papa Francisco, en oportunidad de la Jornada Mundial de la Juventud, en un memorable discurso ante una multitud de oyentes en la Catedral Metropolitana de San Sebastián de Río de Janeiro, dijo a los jóvenes: “hagan lío”, en un tiempo en que la humanidad se enfrasca en jaleos mundanos y ante la convicción de que los que mejor pueden mover la conciencia de los tibios, de los perdidos o de los incrédulos, son los jóvenes, cuya inexperiencia en la vida está sobradamente compensada por la fogosidad de su temperamento, por la nobleza de sus sentimientos y porque son almas en que Dios, con preferencia, pueden reposar.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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