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El realismo visceral de Máximo Pacheco

“Lo visto puede ponerse en palabras; lo sentido puede presentarse a algún nivel anterior o exterior al lenguaje” – George Steiner

Debe ser uno entre los muchos dramas de la historia. Darle su voz a un mundo violento y al mismo tiempo también crear un mundo mágico. Taruma Pampas existe y se inventa, es rincón de miseria y de horrores, anteriormente fue “Huesos y cenizas”. ¿Cuántas otras novelas están en esta novela? Mientras la leo puedo entrar en la Huaira de Ciro Alegría, me aparece la Abancay de José María Arguedas y atravieso Killac, pueblo fantástico y real creado por Clorinda Matto de Turner. Mientras la leo me acompaña Wayra de Yanakuna, y junto a ella están Rosendo Maqui y los hermanos Cartagena. Y encuentro también los que no la atraviesan, Agapito Robles y don Alfonso Pereira, todos están ahí, a la sombra de todo cuanto ocurre, o de cuando el diablo se adueña de una persona. Todos desafiando y buscando el sueño de una vida mejor que nunca llegará. Ahí está la muerte que acompaña las acciones trágicas y de un destino como un karma.

El quechua de Arguedas, el lenguaje de Huasipungo y una despiadada realidad. Pero Máximo Pacheco no es un terrateniente, y no es un indio. Él es el dueño del lenguaje y del estado de ánimo, de lo vivido y de lo narrado, dueño de una narración que se hace realismo visceral, a veces demasiado sincero, a veces demasiado teatral. Nos ofrece una novela donde “los dolores se curan solamente con la muerte”, o una novela que intenta llevar una máscara salvaje, para eliminar la mueca de la muerte y abrazar la soledad y la desgracia.

Todo lo grotesco filtrado de una brutal, viva y negra ironía. Por eso, en un infierno siempre real.

Maurizio Bagatin

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