—Che, ¿has escuchado lo que el Andrónico le ha dicho a papito Evo? —pregunta un hombre en la plaza Murillo, mientras come su gelatina con crema chantillí. —¡Se ha rebelado el llocalla! —responde su compañero, con una carcajada—. ¡A ver qué dice ahora el Evito! —Seguro que le va a mandar a la congeladora… o peor, lo va a dejar sin sigla. Los murmullos y risas se mezclan con el bullicio del centro paceño. Entre incredulidad y sarcasmo, la gente comenta la noticia del momento: Andrónico Rodríguez, el hijo político de Evo Morales, ha decidido apartarse de su padrino y ahora deambula sin rumbo en el tablero político.
En el tablero político boliviano, Andrónico Rodríguez ha pasado de ser el heredero aparente del liderazgo cocalero a un político sin rumbo claro. Su ascenso fue meteórico, impulsado por Evo Morales y la estructura sindical del MAS. Pero hoy, con Morales proclamando su candidatura con el FPV y dejando atrás a sus viejos protegidos, Rodríguez se encuentra en el peor de los escenarios: sin padrino, sin sigla y sin una candidatura asegurada.
Desde su llegada a la Cámara de Senadores, Rodríguez ha demostrado que su lealtad a Morales estaba por encima de cualquier función legislativa. Más que un líder independiente, ha sido un operador al servicio de los intereses de su mentor. En cinco elecciones consecutivas fue impuesto como presidente del Senado, no por su capacidad, sino porque así lo ordenaba el “gran jefe”. Mientras tanto, las leyes urgentes para la población se empolvaban en los escritorios y el Senado se convertía en un simple eco de los caprichos del líder cocalero.
Durante años, Rodríguez jugó a ser el delfín de Morales, esperando su turno para recoger el cetro. Sin embargo, la lealtad no le sirvió de nada cuando Evo decidió ignorar el mandato de las bases en 2020. En ese entonces, las organizaciones del MAS eligieron a David Choquehuanca como candidato presidencial y a Rodríguez como su vicepresidente. Pero Morales, desde su exilio en Argentina, desobedeció la decisión y colocó a Luis Arce como su candidato. Rodríguez tragó saliva y se mantuvo en silencio. No protestó, no cuestionó. Aceptó su relegación con la esperanza de que Evo lo recompensara más adelante.
Pero la política no es un juego de promesas y Rodríguez lo acaba de descubrir de la peor manera. Ahora que Morales ha oficializado su candidatura con el FPV, Andrónico queda varado, sin estructura, sin respaldo y sin una opción clara para mantenerse en la arena política. Su reciente intento de desmarcarse de Evo, renunciando a ser su jefe de campaña y criticando su falta de organicidad, no es más que un intento desesperado por encontrar un nuevo lugar donde acomodarse.
La pregunta es inevitable: ¿dónde se arrimará ahora Andrónico Rodríguez? ¿Volverá bajo las faldas de papá Evo, rogando por una segunda oportunidad? ¿Buscará otro padrino político que lo adopte? ¿Se convertirá en el nuevo “traidor” a los ojos del evismo? Su ambición de poder es evidente, pero su margen de maniobra es cada vez más reducido.
Desde el Senado, Rodríguez ha sido un espectador de la crisis del MAS, sin asumir un liderazgo real. No ha sido capaz de unificar a las facciones en disputa, ni de defender una agenda legislativa propia. Su gestión se ha limitado a administrar la crisis interna del partido sin ofrecer soluciones ni una visión política clara. Su imagen, que en un inicio simbolizaba una nueva generación de dirigentes, se ha ido diluyendo entre las pugnas internas y su falta de carácter para desafiar a Morales cuando tuvo la oportunidad.
Con Evo fuera del MAS y con la estructura sindical resquebrajada, Rodríguez queda en tierra de nadie. Los sectores que antes lo respaldaban ahora dudan de su capacidad para liderar. Ya no es el joven promesa, sino un político que ha demostrado que su mayor ambición es llegar a una candidatura, sin importar el camino que deba tomar.
Si algo ha quedado claro en estos años es que Rodríguez no es un estratega. Ha oscilado entre la sumisión y el cálculo oportunista, sin definir un proyecto propio. Ahora, sin el paraguas de Morales, su fragilidad política se hace evidente. ¿Será capaz de construir una candidatura propia o terminará mendigando espacio en otro bloque político?
El Bicentenario de Bolivia se acerca y la política sigue dominada por figuras recicladas y liderazgos inconsistentes. Rodríguez, que alguna vez representó la esperanza de renovación dentro del MAS, ahora es un ejemplo más de la falta de visión y coraje en la política boliviana. Su futuro depende de una decisión crucial: seguir jugando a la lealtad con Evo o atreverse a caminar solo. Hasta ahora, ha demostrado que la independencia no es su fuerte.
En las calles, la gente ya no se sorprende con estos giros políticos. En la plaza, don Ramiro se ríe mientras escucha las noticias. «Al final, todos buscan dónde acomodarse», dice. Doña Clara, en cambio, se muestra más escéptica. «Pero si seguimos confiando en los mismos, ¿qué podemos esperar?». Entre tanto, un joven que ha estado escuchando la conversación murmura: «Tal vez el problema no es solo quién gobierna, sino quiénes les seguimos dando poder». Y esa es la verdadera reflexión que Bolivia necesita hacer.