Maurizio Bagatin
“Cuando una cosa responde a una necesidad, es bella” – Le Corbusier –
Rue Nungesser-et-Coli, 16e arrondissement, París. Calle que parece salida de una película de François Truffaut, todo ahí se ha renovado como el lenguaje de la Nouvelle Vague. Al número 24 del Inmueble Molitor vivió por treinta años el arquitecto Le Corbusier, junto a su esposa Yvonne Gallis, el ama de llaves y a su perro mascota Pinceau. El apartamento al 7° y 8° piso es un ambiente acogedor, ahora que el arquitecto Wogenscky se ha prácticamente adueñado del espacio, para poder visitarlo hay que hacer un trámite con la Fondation Le Corbusier que está ubicada no muy lejos de ahí. Con una cita previa puedes visitar en los horarios establecidos a los departamentos que ahora hacen de atelier, de museo y de aposento del que fue uno de los últimos colaboradores del arquitecto suizo y naturalizado francés.
Como uno de aquellos personajes proustianos, cargados de madelaine y de melancolía, desde una ventana al primer piso del Immeuble Molitor muestra su cabeza Raissa. Raissa vive ahí desde tiempo inmemorable, ella misma parece no acumular el tiempo, puede tener noventa años y es la joven más esplendida del 16e arrondissement. Habla y le salen historias que engatusarían cualquier biógrafo hambriento de novedades. Podría haber sido una de las actrices que dejaron con la boca abierta a Alain Resnais. Tiene una memoria infalible, fechas y acontecimientos que van paulatinamente saliendo con una cronología impecable: “En 1965, cuando Le Corbusier salió de su casa para ir de vacación sentí que lo saludaría para siempre…”, así inicia su narración sobre tantos años vividos ahí, tan cerca del Parque de los Príncipes y del Roland Garros. Raissa conserva su acento del este, su belleza y al parecer su fuerza caucásica, el timbre francés es el mismo timbre que oímos en Trópico del cáncer, donde rusos y americanos fracasados pero felices se encuentran en una París descaradamente surreal. Raissa habla creando imágenes entre los labios que van soltando recuerdos felices y melancolías que anuncian el fin de una época. Sigue contando de cuando vio entrar y salir por la puerta del inmueble Le Modulor, este sistema de medidas detallado que Le Corbusier propio en colaboración de André Wogenscky habían inventado. Había dias que entraban y salían varias veces con esta ságoma que habría revolucionado la medida de la arquitectura moderna: “La Arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz”. Propio como La Nouvelle Vague, esta nueva ola – o juego sabio – que renovó por completo a toda la cinematografía, marcando para siempre a todas las nuevas formas de hacer cine a partir de entonces.
A Raissa le gusta platicar. Es la antítesis de la soledad que vemos en el Metró parisino, la que se asemeja a la soledad que Saúl Steinberg veía en una Nueva York azotada y triste de los años cincuenta del siglo breve. Sigue contando de todas las mañanas que veía salir a Le Corbusier del inmueble, dirigiéndose hacia su estudio ubicado en Rue de Sévres, ahí era donde trabajaba irrefrenablemente con varios colaboradores, uno de ellos era André Wogenscky, el arquitecto que después de la muerte de Le Corbusier, inesperadamente y sin muchas explicaciones logra instalarse en el departamento al número 24 de la Rue Rue Nungesser-et-Coli. Con el tiempo ella llegó a imaginar que “probablemente” fue gracias a un acuerdo con la Fondation que pudo disfrutar del departamento, utilizándolo de estudio y dejando abierta la posibilidad de acceso a los estudiantes. Le Corbusier transcurría las mañanas en su departamento, pintando y esculpiendo sus obras de arte en diferentes materiales. En la mañana era artista libre y en la tarde se iba hasta el estudio, ubicado en Rue de Sévres, realizándose como arquitecto, trabajando hasta tarde.
Raissa no conoce a Colette, ella trabaja desde unos cuantos años como secretaria de Wogenscky, abre la puerta al 7° piso, guía a los estudiantes de arquitectura y a unos cuantos empedernidos seguidores de las obras de Le Corbusier, es la rutina diaria de una joven secretaria parisina que vive la jungla como si fuera un paraíso habitado por diablos…Caterine Deneuve es el modelo de femme fatale pero el narrador le prefiere Juliette Binoche, en esta París fría y húmeda de inicio de año…como si en este momento Krzysztof Kieslowski (tienen siempre nombres impronunciables estos polacos…) pasara por ahí y le ofreciera un parte en uno de sus filmes, de lo que mucha poesía siguen conservando, y tres colores, mucha poesía y tal vez solamente tres colores de una bandera. Todo parece extraído de la Nouvelle Vague, Colette es Julie, la droga de François, y Raissa aquella Jeanne Moreau que muchos hemos soñado. Cierra ya la puerta, salen las afiladas cuchilladas de la trompeta de Miles Davis, afuera llueve y París es mágica bajo la lluvia.
¿A qué edad Raissa habrá llegado en Paris? Escapándose de los bolcheviques y en búsqueda de paz, tal vez, furtivamente con un amor francés que luego la habría abandonada y ella, tan fuerte, seguirá buscando la armonía en un tiempo siempre naufrago, pero lejos de la discordia que vivó en su tierra natal. Charles-Édouard Jeanneret-Gris a los 29 años se traslada en parís y ahí adopta el seudónimo le Corbusier, que es la variación humorística (ya que evoca a la palabra cuervo) del apellido de su abuelo materno: Lecorbésier. Raissa lee una de sus poesías premonitoras: “La mer est redescendue/au bas de la marée pour/povoir remonter à l’heure” (El mar ha bajado/en la marea baja para/poder remontarse a la hora). En agosto del 1965, contrariando las indicaciones de su médico, se irá a bañar en el Mediterráneo que tanto amaba y ahí dejará su vida, vida que como al final del poema exclamaba: “Pleine main j’ai reçu/Pleine main je donne” (A mano llena recibí/ a mano llena doy).