Maurizio Bagatin
Santa Bárbara. Desfilan personajes fellinianos en una Amarcord reconstruida bajo el efecto del Pinot Grigio Santa Margherita o del buen hachís pakistaní. Todos se deleitan con sus trucos frente a la Isla de las Rosas, soñando utopías y libertad. Tal vez caiga nieve, tal vez esta noche nos veamos al Bahamas Club, tal vez, como siempre iremos en un cine soñando con las tetas de Gradisca. Rimini conservará para siempre este misterio de su verano y de su invierno.
El camino que inicia en Roma sigue llegando hasta Ariminum, la Via Flaminia surca colinas apeninicas que van bordeando neblina vislumbrando el pálido Adriático, insomne y turbulento, a sus lados el sabor campesino de la palabra de Tonino Guerra, sabores y saberes que mitigan la fuerza de una Bolonia docta, “comunista y consumista”, como nos avisó otro poeta. Te duermes en Romagna y despiertas en Emilia, si vuelves a cerrar los ojos aparece Castel del Rio, en las entrañas del visceral Apeninos, poco más allá es ya Toscana.
La fiesta no parece tener fin. Aquí algún día se pensó en Hollywood, en una plastificación de un mundo sin fin, de un divertimiento incólume, infinito, sin descanso. Dejo pasar hoja tras hoja las que fueron memorias de Isabella Santacroce, juventud perdida en canciones de Kurt Cobain, Seattle sin el cielo gris y una Courtney Love aun deseada. En primavera el deseo de sumergir los pies en la playa, Pier Vittorio Tondelli que transfiere su libertad y deja una huella para el verano que nunca duerme.
Fuimos también aquí mosqueteros, Cyrano de Bergerac y luchadores como Héctor y Aquiles. El sargento Napoli era el barbudo malo de todas las películas, el villano al cual lanzamos su bicicleta en el canal que separa Rimini de San Giuliano. Lo vio Fellini y se inspiró. Quería hacerse al vivo, armaba sus cadenas de San Antonio con sus clubes de lecturas, nos vendía libros a precio de gallinas muertas para luego intentar engañarnos con suscripciones al Club de Lectura donde teníamos que comprar 3 libros al año y bla bla bla…él pensaba ser el único en beneficiarse, pero no éramos así tan ingenuos, nos suscribíamos con nombres inventados y los 3 libros nadie los iba a comprar. Leí Karen Blixen bajo el sol de agosto de una Rimini así tan frágil como tan pervertida, y el Jorge Amado que más me sedujo, Tocaia Grande, cuando el transatlántico Rex ya había atravesado el horizonte blanco del Adriático desnudo. Un sargento de Castellammare di Stabia me preguntaba siempre: “¿Y, que es una ciudad Rimini?”. Le contestaba con una mirada traviesa, recordando que aquí Paolo y Francesca fueron amantes y Dante los hizo entrar en el Infierno. Aquí durante el verano las chicas escandinavas bajo el solleone escriben todo el invierno que sufrirán en sus países de origen.
Las noches son largas y dejan o permiten pensar al sueño de la razón: “El universo es un equilibrio fragilísimo e imperfecto. No sabemos de dónde venimos, donde estamos y donde iremos, sin embargo, buscamos la perfección, sin reconocer la belleza de las imperfecciones. Hubo juegos sexuales cuando éramos aun niños: “Tu serás el medico que nos pones las inyecciones” era una cantilena para un estudio lacaniano. Cuanto jugábamos en la inocencia y con mucha ingenuidad. Y bajo el firmamento pensábamos en las pocas cosas ciertas que nos quedaban, y las íbamos nombrando, el eterno retorno nietzscheano, todo lo que sube baja, y que la tierra gira alrededor del sol y Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Retórica, se dirá. Una cosa es el sueño o la conciencia, otra cosa son las cosas que suceden. Por ejemplo, la vida. Terminar los dias viendo el lento transcurrir del tiempo, los dias, las estaciones”. Pensamos en Goya y leemos la poesía de Dante Alighieri, círculos constantes de nuestra humana historia, elementos indescifrables y círculos que se cierran. Fe, dogmas y mucha esperanza. Adentro de nuestros sueños, orgullos y pasiones.